Aquel día giró entorno a buscar la felicidad de Eli después de haberla dejado tirada. Recordaba el primer día que me había enfadado con ella cuando no me había invitado a su cumpleaños. Me dijo que no lo celebraban en casa y solo en la adolescencia pude entender bien porqué. Recordaba que, en aquella ocasión, había sentido tanto dolor al verla llorar que solo había podido apretarla contra mi cuerpo buscando que nadie ni nada la tocase porque el aire parecía ser demasiado incluso para ella. Su sufrimiento se había transformado en una constante muestra de dolor propio, como si fuese parte de mí. Esa noche dormimos juntos, abrazados, mientras intentaba que se calmase durante nuestras pequeñas vacaciones improvisadas siempre en una tienda de campaña a las que acudíamos durante un fin de semana. Ambos habíamos aprendido a ignorar lo que pudiesen pensar los demás. Si estando juntos habíamos logrado completar las etapas de la vida, ¿quiénes eran los demás para meterse en nuestra relación y así colocarle calificativos?
Esa misma tarde, después de comer su comida favorita, nos vestimos y fuimos a la feria. Su rostro se iluminó. Era como si el mundo entendiese porqué era necesario hacer una feria durante su cumpleaños. Merecía tener una recompensa por todo y se había vuelto un lugar de refugio para ambos. Durante los primeros cumpleaños solo habíamos pasado por allí, cuando empezamos a tener nuestro propio dinero, ya no soñábamos con montarnos en las atracciones, subimos a todas y cada una; probamos todos los puestos y terminamos vomitando empachados durante dos o tres días.
—Gracias —susurró a las puertas del recinto ferial y negué con una sonrisa en los labios porque esto era parte de nuestro ritual, no necesitábamos darnos las gracias.
Entramos y la luz de cada uno de los aparatos aún no era lo bastante fuerte porque la noche no había caído, pero la atmósfera de posibilidades estaba allí. Sonrió tanto que pensé que le dolerían las mejillas en poco tiempo, pero me quedé observándola, con el mismo brillo que aquella primera vez en que se lo propuse. Daba igual que la celebración llevase siendo tantos años la misma, lo único que importaba era esa alegría desbordante que la hacía lucir como una pequeña ninfa de los bosques que ha encontrado un motivo para querer más aún a ese bosque.
—¿Dónde quieres subir primero? —pregunté mirando a nuestro alrededor tan solo un par de segundos antes de volver a fijarme en ella.
—En el pulpo. Lo último la noria, ya lo sabes —rio agarrando mi mano y arrastrándome hasta allí.
Comimos y bebimos con moderación. Nos reímos tanto con nuestras propias bromas que tuvimos dolor de abdominales durante un tiempo; pero con ella era imposible no reírse. Era única en todos los sentidos.
—Tengo hambre —dijo y se inclinó para poderme un pectoral, algo que no era nada sexual, entre nosotros era una broma continua—.Te voy a comer a ti, piojito.
—¿Piojito? —protesté apoyando mis manos en su cintura y como si ella supiese lo que iba a hacer, levantó rápidamente la cabeza mirándome con horror justo antes de que le hiciese cosquillas.
Se rio sin parar. Pataleó en el sitio y chilló como si quisiese librarse de eso. Éramos el centro de atención, solo que ambos estábamos en ese mundo a parte donde llevábamos estando desde que nos conocimos y nos daba exactamente igual.
La apreté a mi cuerpo y también intenté morderla antes de que se pusiese a gritar como una loca y saliese corriendo. Con los tacones iba a poder ir a pocos sitios, pero tenía habilidad. Comencé a correr después detrás de ella para que no se escapase. Miró hacia atrás y me sacó la lengua justo antes de que se chocase con un hombre. Su rostro cambió por completo y cuando se dio la vuelta empezó a disculparse, algo que pude escuchar.
Vi a aquel hombre, alto, más o menos de nuestra edad, ojos claros y algo de barba. Iba con traje lo que me hizo preguntarme qué clase de hombre se va a la feria con traje. Pero también pude distinguir con facilidad cómo la expresión le cambió de forma radical cuando se encontró con el rostro de Eli.
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The good boy
RomanceEn todas las historias hay un chico bueno. Jeff tiene ese papel en su propia historia. Enamorado de toda la vida de la chica de enfrente, Sue, jamás ha podido pronunciar una sola palabra ni ha podido saludarla. Necesitaría un milagro que ni la impar...