Dos años más tarde.
La puerta del colegio estaba llena de personas. Padres y madres emocionados, pero no eran los únicos, yo mismo había terminado emocionándome ante la idea de estar allí, de nuevo, pero esperando y no sufriendo los constantes gritos de una de las profesoras porque parecíamos no entender nada más que eso cuando éramos pequeños.
Un aluvión de niños empezó a salir conforme la alarma sonó y cuando una cabellera rizada corrió hacia mí, le abracé con todas mis fuerzas levantándole en el aire.
—¡Papá! —gritó emocionado y dejé un beso en su mejilla.
—¿Qué tal se te ha dado el día, campeón? —pregunté caminando con él apoyado en mi cadera.
—¡Muy bien! —respondió aún lleno de entusiasmo.
Aquel era Felipe, mi hijo. Me había costado bastante, pero después de la muerte de Sue, había descubierto que solo podría llenar ese vacío con alguien más. Descubrí que, en los orfanatos, los niños que son demasiado mayores, que han dejado de ser bebés, son los que menos posibilidades tienen de ser adoptados, así que se pasan el resto de sus días como menores en esos centros.
En una ocasión, había acudido tan solo para informarme de lo necesario para solicitar una adopción y había terminado haciendo buenas migas con Felipe hasta el punto que ambos habíamos logrado nuestro objetivo. Felipe tenía ocho años, más o menos la edad que hubiese tenido mi hijo y aunque era menudo, empezaba a ser lo bastante alto como para que llevarle en brazos fuese una tarea complicada aunque me gustase más que tenerle de la mano. Sabía que todas las etapas previas de ser padre me las había comido, no había disfrutado de ellas ni iba a poder hacerlo, pero no nos iba mal a los dos ahora que la vida había empezado a sonreírnos un poco.
—¿Qué has hecho en clase?
Empezó a relatarme todo su día. Felipe aún tenía algunas dificultades en el lenguaje porque había sido uno de esos niños que habían llegado al país gracias a las mafias siendo tan pequeño que no recordaba a sus padres. Ese era otro de los grandes misterios que resolver, pero lo haría y le ayudaría a descubrir quiénes eran en cuanto él quisiese descubrirlo. Él sabía que era adoptado y el proceso de adaptación no había sido siempre fácil, pero poco a poco nos habíamos hecho al otro.
—¿Puedo columpiarme? —preguntó de pronto y le regalé una sonrisa.
—Claro.
Le bajé y él salió corriendo dejándome la mochila. Fui con ella agarrada por ese pequeño asa que había para colgarla de un enganche y caminé tras él intentando ser un padre más en un mundo donde todos parecían saber bien qué hacer menos yo. Con gusto me hubiese puesto a columpiarme a su lado, pero cuando una niña se sentó junto a él y le vi sonreír de ese modo peculiar, supe que debía dejarle su espacio. Los niños tenían derecho a mantener sus propias relaciones sociales sin que los padres interrumpiesen demasiado para saber lo que se decían, pero siempre vigilantes. Sin duda, ser padres no es algo que se enseña sino que se va aprendiendo con el paso del tiempo.
Verles sonreírse de ese modo, contarse sus cosas, me hizo recordar a Eli una vez más. Había sabido poco de ellos desde que no trabajaba ya en el taller. Me había puesto en serio a buscar un trabajo y una de las marcas más prestigiosas del país me había contratado como ingeniero, mi verdadero oficio y pasión. Ahora tenía mucho más dinero que antes y vivíamos en la zona opulenta de la ciudad, pero como Felipe, al estar en el orfanato, había empezado a ir a ese colegio, no había querido cambiarle. Yo mismo había estado allí y sabía que no era un mal lugar aunque mi visión de los docentes había cambiado con los años.
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The good boy
RomanceEn todas las historias hay un chico bueno. Jeff tiene ese papel en su propia historia. Enamorado de toda la vida de la chica de enfrente, Sue, jamás ha podido pronunciar una sola palabra ni ha podido saludarla. Necesitaría un milagro que ni la impar...