Capítulo 31

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Cuando llegamos al restaurante, todos miraron al niño como si fuese de otro planeta, pero me negaba a que mi hijo se sintiese de ese modo por lo que con mis dos manos sobre sus hombros, aproveché para darle mi apoyo con el mentón en alto. Kathleyn no se quedó atrás. Cualquier mirada que pudiese desaprobar que estuviese un niño en ese sitio, terminó fulminada por la suya recordándoles que los niños también eran parte de este planeta y que sin ellos, nadie llegaba a ser adulto.

—Pónganos un cubierto más —dijo Kathelyn antes de sentarse en la silla que habían apartado para ella.

—Por supuesto, señora.

Mi hijo pudo subirse a la silla sin ayuda y me senté en la que estaba justo frente a Kathelyn.

—Si quieres el pan, puedes comerte el mío también.

—Gracias, papá.

Le sonreí y optamos por no pedir vino en esta ocasión por deferencia al pequeño que no podía beberlo. Además, tampoco era mi bebida favorita últimamente, había aceptado que los cacos estaban mil veces mejor que el café aunque echase de menos ese chute de cafeína y que no cambiaría nada un zumo o un refresco un rato que iba a ser divertido. Lo mismo que me había pasado siendo más joven solo que había terminado olvidándolo durante mi matrimonio con Sue.

Pedimos platos que conocíamos a la perfección, pero como las cocinas estaban abiertas y no quería que mi hijo se quedase con hambre, hice una petición poco convención que provocó que el camarero enarcase una ceja como si allí no estuviese permitido comer platos menos elaborados que esas deconstrucciones.

Sin embargo, su expresión cambió cuando Felipe le dio las gracias con una sonrisa. Su sorpresa fue diferente, para bien. La mayoría de las personas que iban a esos establecimientos se habían olvidado de un mínimo de modales. Continuaban sus conversaciones y no las interrumpían ni para agradecerle al camarero que le hubiese servido.

—¿Todo va bien con el proyecto para la campaña de mayo? —pregunté mientras le ayudaba a Felipe a partir su filete porque aún tenía problemas con el manejo del cuchillo. El principal de todos es que me daba un miedo espantoso que tuviese que usarlo por si se le escapaba o por si pasaba algo. Oía siempre una voz de alarma en mi cabeza, la de mi propia madre, que siempre me había gritado cuando había querido coger uno de esos. De hecho, no había aprendido a usar bien el cuchillo hasta la adolescencia en la que había tenido que imponer mi propio derecho a aprender a cortar como cualquier otra persona—. Según tenía entendido las ventas habían empezado a decaer en esta campaña, en la actual, así que estarían intentando avanzar el último modelo de deportivo. He recibido cierta presión del jefe.

—Sí, pero no te preocupes por él. Está agobiado porque algunos gobiernos han pedido que se haga un mayor esfuerzo en la compra de vehículos eléctricos y sabes lo que él piensa sobre los mismos, que aún no están lo bastante desarrollados y que las posibilidades de que den la funcionalidad de uno convencional o un híbrido están a años luz —contestó Kathelyn rodando los ojos—. Lleva años diciendo eso y se está confundiendo. El futuro está en esos coches y has visto la gran cantidad de avances que se está haciendo en el sector. Creo que la edad está jugando en su contra —argumentó llevándose la copa a los labios y dando un trago de agua—. No es el visionario que era.

—Supongo que el futuro está en su hija, ¿no?

—Exacto. Y es en ella en quien tenemos que confiar. Según dicen las malas lenguas no va a tardar demasiado en cederle más poderes y eso solo significa que pronto le cederá la corona, así que debemos tenerla contenta a ella —explicó entrecerrando los ojos antes de meterse una pinchada de verdura en la boca masticándola con parsimonia antes de proseguir—. Tiene algo bueno. Algo fresco. Puede que consiga cambiar para bien la dinámica de la marca.

The good boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora