VII: Había una vez... Una lección sobre cómo bañarse

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No fue sino hasta luego de cuatro días que llegaron a Port Marilyn, Japón había sobornado al gobernador y había comprado un acta de perdón británico, por lo tanto Japón era reconocido ante todos como comerciante y no como contrabandista.

Siria tuvo que cambiar sus ropas para no ser reconocido, estaban caminando hacia el bosque, allí había una cabaña donde podrían descansar y continuar mañana hacia el castillo de la familia que tanto odiaba Siria.

Ambos caminaban hablando de trivialidades, Japón tuvo que irse y volver a su vida.

Entonces me crié en casa de un príncipe loco que tenía una obsesión por una mujer misteriosa que cautivó su corazón... Él era aterrador, tan metido en su obsesión que no veía que su familia se caía a pedazos—dijo al lado del menor—¿Te pesa mucho?

Vene estaba escuchando la historia de Japón entretenido, parecía un pequeño niño a su lado, tenía una mochila con algunas de las provisiones; le costaba llevarla un poco, pero su necedad y terquedad, al igual que su orgullo, sólo lo obligaron a decir que no, negando con la cabeza inflando las mejillas.

—Nop yo puedo solito... —dijo orgulloso, caminando durante esos días, Japón le enseñó cómo usar mejor sus piernas junto con Siria.

—Bueno ya me debo ir—dijo el japonés para fulminar con la mirada al sirio—Ya sabes, lo quiero vivito y coleando, ¿Ok?

Se despidió y se fue.

Siria sólo suspiró, la noche estaba entrando y las luciérnagas hacían presencia en el aire. El sirio rió al ver el miedo del venezolano hacia éstas. Dejó pacientemente las cosas en el suelo, ya estaban muy cerca.

—No hacen daño—tomó delicadamente las manos del joven y las juntó con suavidad, una luciérnaga aterrizó entre sus manos, cómoda, alumbrando con calidez—Según Inglaterra ellas conceden deseos, así que debes susurrarle tu deseo y dejarla ir.

Sonreía, la mirada de aquel pequeño era hermosa.

El menor estaba temblando levemente al ver las luciérnagas, nunca antes las había visto, mientras el contrario le tomaba de las manos para tomar esa hermosa luciérnaga entre sus manos, la mira asombrado.

—Qué linda...

Al escuchar lo de pedir deseos, los ojos del venezolano se abrieron enormemente para luego mirar a la luciérnaga de manera inocente, para luego acercarse y susurrar su deseo, que fue lo primero que se le vino a la mente.

—Poder tener a ese alguien en mi vida....—dijo para luego mirar al contrario de manera inocente—¿¿Y ahora qué hago??

—Déjala ir—le dijo con sutileza—Si vuela, es que eres puro de corazón y tu deseo será concedido. Sino...—él se quedó en silencio.

Sonrió con felicidad.

—No te preocupes, eso no te pasará, eres demasiado puro, es imposible que no vuele.

La luciérnaga luego de haber danzado en la palma del joven, elevó sus alas y echó a volar. Siria le acarició la cabeza. El menor lo mira con una sonrisa dulce, escucho su explicación por un momento pero luego vio cómo la luciérnaga volaba, lo miró asombrado, con sus ojos abiertos llenos de inocencia

—Son hermosas....—dijo con una sonrisa dulce y cariñosa mirando como volaban se sonrojo un poco cuando éste le acarició la cabeza.

—¿Sabes? Nunca vi a alguien que hiciera que las luciérnagas volaran, ellas mayormente morían en las manos antes de conceder el deseo... Debo agradecerte.

Mar de sangre para el Rey (GuyiVene)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora