XIV. Ailish

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Un grupo de magos ha llegado desde el bosque de Awa para ayudar con los dragones. Darya y Ayla estan charlando por lo bajo en una esquina, ocultas tras las copas de los árboles. Me acerco con paso apresurado a donde ellas.
—Sé que no es un buen momento para hablar de esto, pero si no lo suelto puede que explote—oigo que dice Ayla.
Darya le pasa un brazo amistoso por el hombro.
—Tranquila, te comprendo perfectamente. Todos estamos algo intranquilos en estos tiempos de temor.
—Te consideró mi amiga, lo sabes, ¿verdad? Eres alguien de confianza, de las pocas personas que saben mi secreto.
—¿Seguro que no quieres contarle al mundo que eres de verdad?
—No. Por muchas esperanzas que les infundiera, solo pondría en peligro más vidas. Ya me estoy arriesgando con vosotras...
—Defendiste a Ailish aquel día, sin que te importara lo más mínimo tu secreto. Y los que son amigos de Ailish también son amigos mío—le sonríe
—Era mi deber, pero aún me pregunto si hice lo correcto. Si el peligro que corréis ahora no es aún mayor. Puede que suene egoísta, pero no cambiaría por nada nuestra amistad.
—Si nos unimos a los renegados es porque sabíamos el peligro que estábamos corriendo. Y no debes sentirte mal por tener los mismos sentimientos que cualquiera...—digo cuando llego al claro
—Si supieras de mis sentimientos saldrías corriendo. Pueden sonar... antinaturales.
—No lo comprendo. ¿Qué te hace tanto daño, Ayla? O mejor dicho, ¿quién? Estás enamorada, ¿verdad?—le sonríe con confidencialidad—. ¿Quién es él?
—Él no... ella.
Silencio. Darya le escruta el rostro y la joven se mira los pies avergonzada. Luego la semivaru se ríe.
—La verdad me esperaba algo mucho más grave—Ayla parpadea, perpleja—. No soy una celeste, pero, pese a que sea algo poco común, hace mucho tiempo que el amor homosexual es respetado en Idhún. No tienes nada de lo que arrepentirte, tus sentimientos son tus sentimientos.
—Darya tiene razón—digo—. Tú siempre estás ahí para los demás, y te apoyaremos en lo que sea.
—Gracias, de verdad.
Después de un rato hablando, oímos el crujido de una rama al partirse. Veo con el rabillo del ojo una sombra que asoma entre los arbustos. Desenvaino mi daga preparada para recibir a aquella misteriosa sombra. Cuando veo a Reesa salir de entre las sombras.
—Ah, eres tú... —suspiro, bajando el arma.
Ella me mira, ligeramente nerviosa.
—Ailish... —musita— ¿puedo hablar contigo? A solas—añade mirando de reojo a las otras chicas.
—Eh... Claro. Ahora vengo —digo dirigiéndome a Ayla y Darya.
Ellas sonríen en señal de aprobación. Nos alejamos de ellas lo suficiente como para que no oigan lo que decimos.
—¿De qué querías hablar?
—Yo solo... quería disculparme por lo que dije, tu no tuviste la culpa de que Shia callera.
—No le des importancia, la caída de Shia fue un duro golpe para todos.
Ella me dedica una sonrisa de agradecimiento.
—¿Dónde has estado todos estos años? —pregunto entonces.
—Unos szish nos capturaron y nos encerraron en la torre de Drackwen, conseguí escapar y poco después los nuevos dragones me acogieron como piloto.
—Siento mucho todo lo que has sufrido, nunca he pasado por tanto dolor.
—No seas modesta, aunque Vanissar no cayera se que has perdido también a muchas personas. Y nuestros hermanos mayores han sufrido un destino parecido. Gracias a los Dioses que el tuyo ha sido lo suficientemente fuerte para seguir adelante...
—¿Qué le sucedió a Alae?—pregunto preocupada.
—Fue utilizada para uno de esos horribles experimentos con los que tanto se divierte Ashran. Fusionaron su alma con la de una criatura salvaje, pero acabó transformada en un extraño híbrido entre bestia y humano. Ella... intentó matarme—la voz le tiembla y noto el sufrimiento en su mirada.
—Bueno, las cosas sólo pueden ir a mejor—digo con un suspiro, pero no se lo equivocada que estoy.

Poco antes del anochecer anunciaron que Alsan atacaría el campamento desde el bosque. La mayoría de gente decidió quedarse en la fortaleza. Pero yo, junto con unas treinta personas más, a pesar de la insistencia de Garin de que no lo hiciera, nos hemos ofrecido a acompañarlo.
—Estaré bien—le había dicho al chico para calmarlo.
—Claro, eres una luchadora innata. Pero eso no quita que esté preocupado...
Luego nos habíamos besado, esperaba que no por última vez.
Los guerreros se detienen en las lindes del bosque, mi hermano se adelanta con su caballo y comienza a hablar con unas dríades de aspecto malhumorado.
Tras unos breves minutos éstas nos dejan pasar, pero a regañadientes.
—Informaremos a Harel de esto —advierte una de ellas.
A Alsan no parece importarle demasiado, más bien se muestra conforme.
Comenzamos a avanzar hasta la última fila de árboles y nos quedamos en silencios varios minutos.
Los szish ya están en perfecta formación, listos para luchar. Está claro que están seguros de que el escudo caerá, tienen escaleras y arietes preparados.
—Desde luego, no se molestan en ocultar sus intenciones —murmuro.
—Eso es porque ya sabían que nosotros estamos al corriente de su intención de atacar esta noche.
—Pero, ¿cómo lo sabían? —dice un joven mago.
—Tal vez ellos mismos enviaron al semiceleste para advertirnos... o para amedrentarnos —dice Covan.
—No lo creo —Alsan niega con la cabeza—. Estoy seguro de que Mah-Kip actuaba de buena fe.
Mah-Kip... ¿Acaso había hablado con ellos? Entonces estaba en peligro.
—Pues, entonces... ¿cómo lo sabían? —insiste el caballero.
Alsan se encoge de hombros.
—Son sheks —dice solamente, como si eso lo explicara todo.
Nadie se lo reprocha, simplemente permanecemos en silencio.
—El rey Kevanion todavía está en el campamento —murmura—. Seguramente está terminando de armarse.
—¿En qué estás pensando? —dice Covan, parece desconfiado.
Alsan sacude la cabeza.
—Os he traído a este lugar porque, si hemos de atacar el campamento, tiene que ser desde aquí. El grueso del ejército szish se ha reunido en la linde del bosque, más hacia el norte. Rodearemos el campamento por el sur y atacaremos por detrás.
—¿A las tropas de Dingra?
—No. Al sector de los raheldanos. A las catapultas.
Covan asiente.
—Los raheldanos han movido todos sus carros hacia la primera línea de batalla. Los usarán para abrirse paso por el bosque. Pero han dejado las catapultas en la retaguardia. Las movilizarán cuando hayan abierto espacio suficiente entre los árboles como para que puedan cruzar el bosque con comodidad.
Alsan sonríe.
—Eso si para entonces queda algo que movilizar.
—El ejército de Dingra está muy cerca —objeta Covan inseguro—. Atraeremos su atención.
El joven príncipe sonríe de nuevo.
—Mejor aún.
Lo miro con desconfianza, parecía que quisiera vengarse. Pero a la vez parece muy seguro de sí mismo, muy sereno, resulta tan extraño...
Nos da instrucciones a cada uno. No comenta nada sobre mi, cosa que por parte agradezco, pero por otro lado me molesta. ¿Seguiría enfadado?
Cuando termina alza la vista hacia las lunas y sonríe.
—Es la hora.

Luego de unos minutos un joven guerrero y yo nos adelantamos y nos deshacemos de los guerreros que vigilan el campamento. Y cuando no hay nadie el resto irrumpe en el campamento. Oigo un grito de guerra que parece terminar como un escalofriante aullido.
Pero antes de poder saber de dónde procede veo como un figura con el escudo de Dingra se acerca a mi, desvío su ataque casi demasiado tarde, pero logro mantenerme en pie.
Me ataca con agresividad, sin apenas pensarlo. Yo logro esquivar sus golpes y estocadas y acabo insertándole el filo de mi espada en el estómago. Él suelta un grito de dolor antes de desplomarse en el suelo. Otra alma más inocente que pesa en mi conciencia.
Poco después los szish se unieron a la batalla. Ahora todo es fuego, sangre y gritos.
Unos gritos de guerra fueron nuestra salvación.
Los bárbaros, liderados por Aile Alhenai, entran en batalla y masacran a los sangrefría sin piedad. La hechicera feérica, que cabalga con el cabello al viento, está envuelta en magia protectora que la hace relucir en la penumbra con un brillo sobrenatural que desafia al de las tres lunas.
Por alguna razón, levanto la vista al cielo... y no me gusta lo que veo.
La mayoría de las serpientes que sobrevuelan la zona han hecho caso omiso a la escaramuza que se produce en tierra. No se trata sólo de que confíen a los szish la resolución del problema, sino que, además, están ocupadas en otros asuntos.
Han formado un inmenso círculo en el aire, y sus cuerpos ondulantes emiten una especie de resplandor intermitente, de color blanco-azulado, frío, como una luz vista desde el otro lado de una pared de hielo. Están preparando algo importante.
Y en aquel mismo momento, un poderoso bramido desafía a la voz de las serpientes. Y dos grandes dragones se elevan en el cielo desde las entrañas del bosque de Awa. A la clara luz de las lunas, todos pueden ver que uno de ellos era rojo... y el otro, dorado.
Me quedo desorientada durante unos instantes, defendiéndome sin pensar, hasta que oigo unos gritos, concretamente de mi hermano.
—¡Al bosque! ¡Al bosque!
Así que todos corremos hacia la espesura; Shur-Ikaili incluidos.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora