IV. Ailish

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Siempre me imaginé que, tras años de separación, habría un encuentro familiar digno de ser recordado. Pero no me habría imaginado que la frialdad pudiera helar las venas de mi hermano, llegando a rechazar a otro de su misma sangre. Y por supuesto nunca podría haber llegado a pensar que el príncipe Alsan de Vanissar fuera ahora... un monstruo.
No me habría enterado de su regreso de no ser por Amrin, que había intentado mantenerlo en secreto. Mah-Kip había interrumpido a Keress y a este, y les había avisado de lo ocurrido. Afortunadamente, yo estaba cerca y había conseguido oír cachos de la conversación.
Después de la reunión con Amrin, Alsan y sus compañeros han estado unos días escondidos, y justo antes de su partida he podido hablar con él. Ahora estamos en las mazmorras del palacio.
—Has vuelto —musito, aún sin poder creérmelo.
Sus ojos reflejan culpabilidad.
       —Ailish, siento haberme ido tanto tiempo...
Antes de que pueda seguir hablando, lo abrazo fuertemente.
—¿Mereció la pena?
—Sí, dentro de poco todo esto acabará, te lo prometo.
En ese momento reparo en lo mucho que ha cambiado. Su pelo, antes marrón y corto, está alborotado y es ahora de un gris claro. Sus ojos de un amarillo amenzante. Se ha dejado el vello facial más largo y tiene patillas y perilla. A mi parecer ese nuevo aspecto no le favorece mucho.
—¿Qué te ha ocurrido? Eres muy... diferente a como te recordaba.
—Es una larga historia —se limita a responder—. Pero me alegra saber lo mucho que has crecido, la última vez que te vi tenías... nueve años.
Sonrie levemente.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto, todos estos años han sido un infierno, Amrin y yo...
Su sonrisa se desvanece y es intercambiada por una expresión de amargura.
—Lo siento mucho, Ailish.
Estamos un tiempo en silencio hasta que Alsan carraspea.
—Tengo que irme...
—Vale.
—Nos vemos luego entonces.
—Alsan—le agarró del brazo antes de que se vaya— ten cuidado, Amrin... ha sufrido mucho y hasta hace pocos años estaba fatal. Después mejoró, pero cuando se enteró de tu regreso ha vuelto a comportarse de la misma forma. No lo culpes, por favor.
El joven suspira.
—De acuerdo.
Se aleja y se marcha de la fría estancia.
Todo parece ir sobre ruedas y en cambio... tengo un mal presentimiento. Una parte de mí está alerta, y no se fía de Alsan. Me da la sensación de que se ha vuelto inestable.

No creo que Amrin se haya tomado bien el regreso de Alsan, van a dar un paseo para en teoría hablar sobre la rebelión pero sigo teniendo un mal presentimiento. La sensación de que algo malo va a ocurrir.
No puedo quedarme esperando, cojo a Xalion y salgo a en silencio tras ellos, siguiéndoles a una prudente distancia.
Una sensación de frío recorre mi espalda, una frialdad familiar: «Keress». ¿También ella les está siguiendo? Si era así, probablemente Eissesh también esté aquí.
Me separo del camino girando a un pequeño sendero en el bosque por el que se puede seguir vislumbrando el camino principal. No debo perder de vista al grupo.
Tras un par de horas cabalgando el grupo se detiene. Oigo cómo conversan, pero no logro diferenciar las palabras. Tras avanzar cuidadosamente consigo distinguir las sombras.
Veo como Alsan se vuelve sobre la grupa de su caballo mientras Amrin lo mira, incómodo.
—¿Qué es, Alexander? —dice la anciana—. ¿Qué has percibido?
—Nos siguen. Creo que no deberíamos seguir adelante.
La expresión del rey se torna amarga.
—¿No confías en mi, hermano?
Alsan lo mira fijamente, por un momento me parece ver un brillo sobrehumano en sus ojos, lo que me provoca un escalofrío. Ya no es el mismo, está claro que ha cambiado.
—¿Y tú? —pregunta a su vez—. ¿Confías en mi... hermano?
Amrin no es capaz de responder a su pregunta, aparta la mirada. Alsan asiente, como si esperara aquella reacción.
—Los rebeldes llevan ya rato observándonos —dice el rey, encogiéndose de hombros—. Es lógico, estamos en su territorio. Pero no tardarán en mostrarse ante nosotros.
Alsan no parece muy convencido, pero no hace ningún comentario.
Xalion patalea y suelta un relincho, nervioso.
—Esto no me gusta—interviene el Archimago—. Debemos volver a la ciudad enseguida. Todo este asunto me huele a emboscada.
—Tal vez deberíamos... —empieza Allegra, pero se frena de pronto.
Nadie se mueve, los caballos parecen cada vez más nerviosos. Alsan suelta un gruñido. Intento acercarme un poco más, pero mis músculos no responden.
Para mi sorpresa Amrin baja de su caballo con total naturalidad, se vuelve a un rincón en sombras. Lo veo inclinar la cabeza.
«Buen trabajó Amrin» susurra la voz de Eissesh, dejándose ver de entre las sombras. Intento moverme de nuevo pero no puedo, en ese momento noto como una sombra se aproxima por detrás.
—No te muevasss— susurra un szish a mis espaldas, algo que me resulta irónico.
Mientras tanto de las sombras surgen también cerca de una veintena de szish, los hombres-serpiente, que rodea al grupo cortándoles la retirada. Una emboscada en toda regla.
Eissesh los observa con cierta curiosidad.
«¿Qué me has traído, Amrin?», pregunta.
—Los líderes de la Resistencia, señor —responde el rey—. La maga Aile, el Archimago Qaydar y... un ser que se hace llamar Alexander, y que dice ser mi hermano.
Al oírlo el corazón me empieza a latir apresuradamente y noto un dolor en el pecho. Intento apretar los puños en vano.
—¡Soy tu hermano, traidor! —grita Alsan—¡No mereces ser el rey de Vanissar, no mereces llamarte hijo de tu padre!
Amrin se vuelve hacia él.
—Mi hermano murió hace quince años —dice con frialdad—. No estuvo a nuestro lado cuando peleamos contra los sheks, no vio morir a nuestro padre ni vio agonizar a nuestro pueblo. Se fue a otro mundo en busca de una quimera y jamás regresó. Tú te pareces a él, pero no eres más que un demonio.
Aprieto los puños para intentar contener las lágrimas, pero no puedo evitar que un par de ellas resbalen por mi rostro. El odio y el miedo me consumen... ¿En que se ha convertido mi familia?
«Silencio», interviene Eissesh.
La serpiente sisea y deja entrever sus colmillos envenenados, apunto de atacar.
Pero el shek se detiene un momento para observar a Alsan.
«¿Qué clase de ser eres tú? —pregunta—. Tienes dos espíritus».
El joven no responde. La serpiente entorna los ojos y le dirige una mirada pensativa.
«Contigo ya son bastantes las criaturas con dos espíritus de las que tengo noticia —prosigue Eissesh—. Es evidente que los híbridos no traéis más que problemas. No obstante...»
Baja un poco la cabeza para observarlo más detenidamente.
«... No, ya veo. Tu alma humana no comparte el cuerpo con un espíritu superior, sino con la esencia de una bestia. No eres exactamente como los otros. ¿Quién haría semejante chapuza contigo?».
Se hace el silencio, Eissesh mira fijamente a Alsan, como analizándolo. Pero segundos después el shek se aparta sobresaltado.
Tras las montañas se eleva la figura de un dragón, que se recortó contra el cielo nocturno y descendió con rapidez hacia ellos. «Estamos salvados», pienso.
Hay murmullos de desconcierto entre los szish.
«¡Silencio! —ordena Eissesh—. Sólo es una de las ilusiones creadas por los renegados. Ya las conocéis».
El dragón sigue descendiendo, y parece que se detiene a tomar aliento.
—¡Cuidado! —grita Alsan.
Pero los caballos ya han echado a correr, sin preocuparse por el shek, cuyos ojos irisados reflejan el chorro de fuego que expulsa la boca del dragón. Los szish retroceden, aterrorizados, y Eissesh logra alzar el vuelo en el último momento, antes de que el fuego se estrelle en el suelo, cerca de él.
Con un chillido de ira, la serpiente se eleva en el aire, olvidando a sus prisioneros, y vuela directamente hacia el dragón. Un dragón que yo conozco muy bien.
—¡Alexander, aquí! —grita la anciana.
Ella y el mago están luchando contra los szish, eso significa el hechizo se ha roto.
Alsan se une a ellos y montado en su yegua atraviesa los cuerpos de varios szish.
Pero entonces Erea sale de entre las montañas, Alsan suelta las riendas de su montura y su yegua lo tira al suelo. Se lleva las manos a la cabeza y grita...
La luna ilumina su rostro, pero este ya no es del todo humano. Poco a poco su cuerpo se metamorfosea y frente a mí veo a un enorme monstruo lobuno aullando a la luna Erea.
Suelto un grito ahogado.
—Por todos los dioses... ¿qué es eso? —dice Qaydar.
La criatura lo mira un momento y esboza una terrorífica sonrisa llena de dientes.
Aprovechando la confusión y desenvaino mi espada y apuñalo al szish en el pecho. Este gime de dolor y se desploma, muerto.
En el cielo, el shek y el dragón siguen con su batalla y no prestan atención a la bestia. Pero el resto de combatientes, incluidos los szish, se quedan un momento mirándolo, aterrados y perplejos. Amrin avanza un par de pasos hacia él, incrédulo.
—¿Her... mano? —pregunta, aterrado e inseguro.
La bestia lo mira con un fuego salvaje reluciendo en sus ojos amarillos. El lobo gruñe, enseñando sus letales colmillos, y salta sobre él...
El rey grita y se cubre con los brazos. Pero algo retiene a la bestia en el aire y la hace caer al suelo con estrépito. La criatura se revuelve, tratando de sacarse de encima el hechizo.
Amrin alza la cabeza y mira a su alrededor en busca de su salvador. Descubre a Allegra, aún con las manos alzadas, iluminadas levemente en la semioscuridad, concentrándose en mantener activa la magia que retiene a lo que momentos antes había sido mi hermano.
El Archimago le señala al hada la cumbre de un monte cercano, donde una figura agita una bandera que reluce en la oscuridad.
Una bandera que muestra el símbolo de un dragón con las alas extendidas.
Veo a la vez cómo el dragón que nos ha rescatado cae herido sobre las montañas, y puedo escuchar el chillido de triunfo de Eissesh.
—No... él no... —balbuceo.
Un nuevo dolor invade mi cuerpo, un dolor que me impide pensar con claridad. La respiración se me acelera, no puedo controlarla. En ese momento solo pienso rescatarlo... tiene que estar vivo.
Galopo rápidamente hacia las montañas sin saber muy bien dónde buscar.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora