VI. Ayla

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Caminando por el Oráculo con la túnica blanca de las novicias me siento como una intrusa. Una parte de mi sabe que este no es mi sitio, que tarde o temprano tendré que irme, pues si los sheks me detectan pondré en peligro a todas las sacerdotisas. Pero se que no me queda más remedio, no tengo ningún sitio más a donde ir.
Aún recuerdo mis primeros días aquí, y no es que fuera del agrado de todos. Al principio, mi presencia parecía alegrar solo a Aralynn. La Madre Venerable Gaedalu fue recelosa a dejarme unirme a sus alumnas, cosa que yo también haría si una desconocida se presentara en mi puerta con una espada legendaria. Cuando finalmente fui aceptada, no es que me saludaran con los brazos abiertos. Algunas novicias murmuraban a mis espaldas, como si fuera un bicho raro. Me ponían el doble de tareas que a las demás, y de no haber sido por la ayuda de mi nueva amiga, creo que me habría vuelto loca.
Según avanzaban los días, la gente acabó por darse cuenta de mis esfuerzos por encajar, y yo he intentado comportarme lo mejor posible. Aunque aún sigo en periodo de prueba. Por eso, estoy de los nervios. Me acaba de convocar la Madre Venerable. Me pregunto por qué será. ¿Habrá descubierto mi secreto? ¿Han decidido expulsarme? Espero que no. Debo esforzarme más, no me gustaría que me mandaran a la calle.
Avanzo aprisa por los pasillos para llegar cuanto antes. La trenza despeinada que me he hecho a todo correr, se mueve de lado a lado, como el péndulo de un reloj.
Por fin llego al lugar, donde me espera la Madre Venerable con una sacerdotisa de su séquito.
«Llega tarde.»
«Empezamos bien...», pienso.
—Mis disculpas, Madre Venerable.
Me arrodillo y agacho la cabeza, hace poco aprendí que a la Madre Venerable le gusta sentirse respetada. Veo que sonríe.
«Levántese hermana Ayla, no ha venido hasta aquí para confesarse.»
—Como desee, Madre. ¿Podría preguntar por el motivo de esta audiencia?
«Estás aquí porque mis sacerdotisas me han contado lo duro que está trabajando. He pensado que, si le apetece, puede encargarse de la biblioteca. Tendrá que limpiarla y sacar el polvo a los libros, y vigilar a quien pase por ahí. Todo eso sin la ayuda de la hermana Aralynn, pues me han contado que se pasa su tiempo libre ayudándote, y debería aprovecharlo descansando.»
—Me encantaría, Madre Venerable. Hoy mismo empezaré con mis nuevas tareas.
«Bien. Puedes retirarte.»
—Gracias, Venerable Gaedalu.
Hago una reverencia y me voy a ir hacia mi habitación, pero Gaedalu me retiene.
«Una cosa más. Recuerda que como te dejamos entrar, te podemos expulsar. Hay algo en ti… que me dice que eres especial, alguien no acostumbrado a cumplir las normas, si no a mandarlas. Mientras estes bajó mi tutela no olvides tu lugar.»
Aprieto los puños. Gaedalu tiene razón, tengo que controlarme, pero si se las va dando de importante lo único que conseguirá es alterar mi ego de dragón. Vuelvo a hacer una reverencia, algo que ya empieza a sacarme de quicio.
—No lo olvidaré, señora. Vuestros deseos… son… son órdenes.
Lo dicho, dicho está. Retrocedo sobre mis pasos y de nuevo pongo rumbo a mi habitación.

Los cuartos del Oráculo son sencillos,  con dos camas para que las novicias compartieran habitación. Cada una tiene su propio armario para guardar las cosas más personales, pero por lo demás lo tenemos que compartir todo. Cuando entro a nuestra habitación, Aralynn está leyendo un libro sobre herbología marina. Al ver que llegó como un viento huracanado dando un golpe con la puerta me mira preocupada.
—¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?
—Gaedalu ha decidido encargarme la biblioteca.
—¡Oh! ¿Qué tiene eso de malo? ¡Adoras la biblioteca! Es el sitio que más frecuentas desde que llegaste.
—Lo se, es solo que… la forma en la que trata la Madre a todo el mundo como si fuera inferior… me saca de quicio.
Aralynn se ríe suavemente. Su risa es tan armoniosa que me recuerda a un claro río atravesando un hermoso bosque.
—A veces, la Madre Venerable puede ser demasiado… controladora. Desde un incidente que tuvo con su hija, tiende a sospechar de todo el mundo. Pronto se dará cuenta de que eres de fiar, no se lo tengas en cuenta, ¿vale? Y tú controla tu vena rebelde, se que no eres de las que siguen las normas.
—¿Tan malo es?
—¡Claro que no! Admiro tu salvaje y fuerte espíritu, pero solo digo que no siempre podemos controlarlo todo.
—¿Sabes, Lynn? Tu sabias palabras me recuerdan a alguien que fue como una madre para mí.
Sonríe tímidamente y yo le acaricio la mano cariñosamente.
—Creo que me habría vuelto loca con tantas normas si tú no hubieras estado a mi lado.
—Oh, Ayla. No sabes lo sola que me sentía hasta tu llegada. Prometamos que siempre estaremos juntas, pase lo que pase.
Por un momento me siento tan feliz, que me permito imaginarme mi vida de una forma tan sencilla. Sin sheks, sin guerras… Entonces una imagen pasa por mi cabeza: una inocente Lynn muerta por culpa de todas las atrocidades de este mundo. Debo impedir que eso pase.
—Pase lo que pase, te lo prometo.
Nos quedamos un momento en silencio, mirándonos fijamente. Entonces ella sonríe de nuevo.
—¿A qué estás esperando? Tienes una biblioteca que ordenar, y no queremos que Gaedalu se enfade, ¿verdad?
Me pongo de pie rápidamente y hago una exagerada reverencia.
—Como ordenéis, Madre Venerable.
Me voy entre risas, como si mi enfado de antes nunca hubiera existido.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora