I. Ayla

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Año 1455 de la Cuarta Era

Estoy empezando a temer a la oscuridad. Todo lo que encontraba reconfortante en ella se está disipando por culpa de las pesadillas. Cada vez que cierro los ojos, horrible imágenes acuden a mi mente. Según pasan los días cada vez se me hace más difícil dormir. Me he acostumbrado a despertarme bañada en sudor, en mi cama de hojas en el Bosque de Awa. Lo único que me da valor es la presencia de mi espada Astrarium, con la que duermo cada noche.
Estoy corriendo por el bosque. Algo me persigue. Llego a un claro, donde hay un acantilado. Miro hacia atrás, lo que me persigue se acerca. Sin otra opción salto por el acantilado. Caigo al agua cerrando los ojos. Cuando los abro estoy en una hurna de cristal encerrada y el agua va subiendo. Pronto me quedaré sin aire. Antes de quedarme inconsciente veo una figura tras el cristal. Reconozco el rostro familiar de mi mellizo Jack.
—Nos abandonaste, y ahora has de pagar—dice.
Aporreó el cristal, pero no se rompe.
Justo cuando me voy a quedar inconsciente me despierto jadeando. Oigo gritos fuera de mi cabaña. Me levanto mareada y salgo a ver que pasa.
Llevo un poco más de un año viviendo en el Bosque de Awa, y ya soy como una renegada más. Después de haber estado un tiempo llenado de aquí para haya, en el Bosque me siento cómoda. Aún así, intento evitar las multitudes y pasar desapercibida entre las sombras.
En un claro del bosque junto a un arroyo, varias docenas de personas permanecen en un silencio sepulcral alrededor de algo... o de alguien. Me acerco un poco más y consigo ver entre las personas unas aves doradas, llamadas pájaros haai, y a quienes las montan. Un joven alto que aparenta unos veinte años y tiene el cabello oscuro grita de dolor. Veo que su pierna está lacerada y con mal aspecto. A su lado hay un hombre de su misma edad con una espada legendaria, el cabello gris y uno ojos amarillos, y junto a él una hada anciana. Tres jóvenes de entre quince y diecisiete años les acompañan, una chica y dos chicos. La muchacha tiene el cabello marrón y unos ojos que irradian pura luz, tiene un báculo colgado a la espalda. Los chicos parecen polos opuestos. Uno de ellos es delgado y fibroso, de facciones suaves y cabello castaño claro, muy fino y liso, que le cae a ambos lados del rostro. Sus ojos son de un azul intenso, y al mirarle noto el odio hervir dentro de mí, algo muy extraño. El otro... al verle me da un vuelco al corazón. Tiene los ojos verdes como yo, y su cabello rubio alborotado me es muy familiar. Llevo muchísimos años sin ver a mi hermano, y esto parece imposible. Pero es real; Jack Redfield se halla ante mí. Me entra el pánico, no puedo permitir que me vea. Me escondo tras la multitud y observo.
Entonces, tres personajes se adelantan y se detienen ante los recién llegados: un hechicero mestizo y dos sacerdotes, un celeste y una varu. Ambos ciñen sus sienes con diademas doradas. Los sacerdotes son los Padres Venerables Gaedalu y Ha-Din. Como detesto a Gaedalu... El mago que va con ellos es Qaydar, el último Archimago, líder de la orden mágica.
—¿Sois vosotros aquellos de quienes habla la profecía?—pregunta el Archimago con algo de brusquedad.
La chica se adelanta unos pasos, sujetando el Báculo, y responde con suavidad:
—Soy Lunnaris, el último unicornio.
Hay murmullos entre los presentes. Jack respira hondo antes de decir.
—Yo... soy Yandrak, el último dragón.
No añade más. No hace falta. Su auténtico nombre lleva implícita su condición, su verdadera identidad. Siempre me lo he temido, desde que Sheziss me contó la profecía. Pero había deseado con todas mis fuerzas que mi hermano permaneciera fuera de esta guerra...
Los murmullos aumentan en intensidad. El mago asiente, pero no dice nada. Es la sacerdotisa varu quien toma la palabra:
«Bienvenidos al bosque de Awa, Yandrak y Lunnaris —dice en las mentes de todos; pues los varu, como los sheks, carecen de cuerdas vocales, y se comunican por telepatía—. Mi nombre es Gaedalu, Venerable Madre de la Iglesia de las Tres Lunas. Me acompañan Qaydar, el Archimago, y el Venerable Ha-Din, Padre de la Iglesia de los Tres Soles».
—¿Habéis venido a hacer cumplir la profecía? —suelta Qaydar.
Ha-Din posa suavemente una mano sobre el brazo de su compañero para tranquilizarlo.
—Calma, Archimago. Habrá tiempo para hablar de la profecía... después. Estos jóvenes acaban de llegar de un largo viaje y han escapado de la muerte hace apenas unas horas. Sin duda estarán cansados.
El Archimago parece relajarse un tanto.
—Tienes razón, Padre Venerable —dice—. Perdonad mi rudeza, muchachos. Sólo hace cinco días que cayó la Torre de Kazlunn, y todavía no nos hemos recuperado del golpe que eso supuso para nosotros. Ya habíamos perdido toda esperanza.
—También hablaremos de ello más tarde. Debemos atender a nuestros invitados.
Sus ojos violáceos se posan en el grupo de recién llegados... y, de pronto, su expresión apacible se congela en un gesto severo que no parece habitual en él. Está mirando fijamente al joven de ojos azules.
—Tú —dice solamente.
—Eres un shek—concluye el Padre a media voz.
Hay nuevos murmullos entre la multitud y alguna exclamación ahogada. Varios guerreros avanzan con la intención de atacar al chico, pero Ha-Din alza la mano, pidiendo silencio, y todos le obedecen.
—Soy un shek —admite, pero no dice nada más.
El Archimago se vuelve hacia los recién llegados, irritado:
—¿Cómo os habéis atrevido a traer a una de estas criaturas al bosque de Awa?
—Él no... —empieza la chica, pero el pensamiento de Gaedalu inunda las mentes de todos, y no admite ser ignorado:
«¡Éste era el último lugar seguro para nosotros! Ahora que los sheks han conseguido entrar en él, nada podrá salvarnos. Ni siquiera la profecía».
—¡No, esperad! —grita, al ver que las palabras de Qaydar y Gaedalu empiezan a sublevar a la multitud—. Él no es como los demás. Nos ha ayudado a llegar hasta aquí. ¡Escuchadme todos! Christian es de los nuestros. Me ha... salvado la vida en varias ocasiones —concluye en voz baja—. Los otros sheks lo consideran un traidor por eso.
—Es cierto lo que dice. Y no debemos olvidar que la profecía hablaba también de un shek—afirma Ha-Din.
Gaedalu asiente, de mala gana. El Padre se aproxima entonces al shek, que no se mueve.
—¿Estás con nosotros, muchacho?
—Estoy con ella —responde el joven, señalando a la muchacha con un gesto—. Si eso implica estar con vosotros, entonces, sí, lo estoy.
Aunque no soy celeste, soy capaz de notar el fuerte vínculo que hay entre ellos dos. La gente empieza a discutir sobre si el shek puede quedarse o no. La chica (al parecer se llama Victoria) interrumpe el ruido.
—Si él se marcha, yo me voy también.
De pronto, reina un silencio sepulcral en el claro.
—Eso no está bien, muchacha —murmura el Padre, moviendo la cabeza, apesadumbrado.
—Vaya donde vaya, yo iré con él —dice Victoria con suavidad, pero con firmeza—. Y si lo enviáis a la muerte, yo lo acompañaré.
La Madre avanza hacia ella y le dirige una fría mirada.
«Jamás pensé que un unicornio pudiera actuar de esta forma».
Jack cierra los ojos un momento, respira hondo y da un paso al frente.
—Y si ellos se van, yo también —declara en voz alta.
Todos lo miran, incrédulos, pero Jack se mantiene firme. Victoria le echa una mirada de agradecimiento. Al parecer mi hermano también está conectado al último unicornio, y veo el amor en su mirada.
—Hemos pasado quince años en el exilio —dice el muchacho, en voz alta y clara—. Hemos sobrevivido en un mundo que no era el nuestro. Christian —añade, señalando al híbrido— traicionó a Ashran y a los suyos y fue duramente castigado por ello. Escapó de Ashran y se unió a nosotros. Nos permitió volver a Idhún cuando estábamos atrapados en la Tierra. Ha peleado a nuestro lado. Ha demostrado que es un miembro de la Resistencia. El shek se queda con nosotros —declaró el muchacho—. Si no estáis de acuerdo, nos marcharemos para situar nuestra base en otra parte.
—¡Pero es un shek! —exclama alguien entre la multitud.
—Y yo soy un dragón —dice Jack, fríamente—. El último dragón. Y digo que él debe quedarse con nosotros.
—Estamos cansados y heridos —añade—. Hemos escapado de la muerte por muy poco. Uno de nuestros amigos está vivo de milagro y necesita atención urgente. ¿Vais a acogernos... o tendremos que buscar otro lugar donde poder descansar?
El Archimago y los Venerables cruzan una mirada. Qaydar deja caer los hombros, derrotado. La Madre deja escapar un leve suspiro. Ha-Din clava en Jack y Victoria la mirada de sus ojos azules y dice:
—Bienvenidos al bosque de Awa. —Se vuelve hacia Christian y añade, con una sonrisa—: Todos vosotros.
El joven lo agradece con una leve inclinación de cabeza. Victoria respira hondo, aliviada.

Cuando ya se ha disipado la marabunta me dirijo hacia un lugar apartado del bosque que conozco muy bien. Está situado al lado de una de las flores lelebin que protegen con un campo de fuerza el Bosque. Apoyada contra la flor violeta está alguien esperándome. Como cada vez que le veo, se me acelera el corazón.
Cuanto más cerca estoy, más corro a su encuentro. Al verme su sonrisa se ensancha. Cuando llego junto a Lynn, nos damos un tierno y prolongado beso.
—Te he añorado, Lynn.
—Y yo a ti—dice acariciándome la cara.
—¿Cuánto tiempo te quedarás en Awa?
—No mucho, según tengo entendido. Gaedalu solo tiene planeado quedarse unos días.
—Oh.
—Pero... siempre puedes volver.
—Lynn... me encantaría, pero sabes que no es posible.
—Entiendo que quieras protegerme Ayla, pero se defenderme sola.
—Y lo entiendo, pero nunca me perdonaría que te hicieran daño por mi culpa.
—No puedes alejarte de mi para siempre.
—Nada me gustaría más que permanecer a tu lado...
Durante unos instantes apoyo mi frente contra la suya. Alzo la cabeza.
—Mi condición no cambia nada, lo sabes, ¿verdad? Te sigo queriendo igual.
—Lo se.
Nos quedamos en un incómodo silencio. Desde hace dos años que me fui del Oráculo no he compartido tantos momentos con Lynn como me gustaría. A veces la he ido a visitar al Oráculo, y ella acompaña a la Madre Venerable al Bosque siempre que puede.
—Algún día me gustaría llevarte a la parte de Derbhad donde nací—dice sacándome de mis pensamientos.— La gente de Finel es muy amable, y estoy segura de que te encantará.
—Estoy deseando acompañarte—le digo con sinceridad. A continuación le beso en la frente.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora