XII. Keress

13 4 0
                                    

Sangre. Destrucción. Muerte. Eso es lo que se avecina. Eso es lo que podría pasarles a los que más quiero si no actúo. Bueno... más bien, al único al que quiero de verdad. Amrin. Es en lo único en lo que puedo pensar, si le pasara algo...
Mañana partiremos hacia Awa, hacia el fin. Al menos debo morir protegiéndole. Debo asegurarle el futuro que le arrebaté cuando se enamoró de mi. Mi padre está equivocado, no podrán ganar esta lucha; no mientras los rebeldes sigan peleando, utilizando sus últimos alientos de vida con un propósito. No es que quiera que ganen ¿verdad?
Estoy afilando mi hacha en la sala de armas. Intentando ignorar el miedo que invade mi corazón y mi mente. Cada vez doy filo al arma con más agresividad, desahogándome. Desgasto el acero hasta que el mínimo contacto con el filo corta todo.
Oigo unos pasos apresurados que se dirigen hacia la armería y una sombra asoma por el umbral de la puerta. No levanto la vista, no necesito verlo para saber quien es.
—Keress, te estaba buscando —dice el rey.
Dejo el hacha en el suelo y me acerco a él. Lo miro, salta a la vista lo cansado que está
—¿Qué pasa?
—Solo quería avisarte. Partiremos mañana al primer amanecer, nos queda un buen trecho hasta la fortaleza.
No puedo evitar mostrar mi desagrado ante su noticia. Intento esconder mi expresión con una media sonrisa intentando permanecer impasible.
—Yo tampoco quiero luchar— dice al notarlo—. Pero es la única forma de poder mantener la paz.
—Pues huye, no luches. No quiero que arriesgues tu vida por una guerra sin sentido. Nada de esto tiene que ver contigo, solo... te utilizan.
Él se muerde el labio.
—Créeme, me encantaría, pero ya es demasiado tarde. Si huyo condenaré a mi reino. Nunca podría perdonármelo a mi mismo.
Me quedo en silencio, sin saber qué responder. Admiro lo mucho que se preocupa por su pueblo, a pesar de lo crueles que son algunas personas con él. Pero también tengo miedo, un miedo que cada vez me pesa más. Solo pensar en lo que podría pasarle... se me revuelve el estómago.
—¿Sabes algo sobre... Ailish?—pregunta entonces.
Vacilo durante unos breves segundos.
—Es complicado, fui a buscarla pero una joven se cruzó en mi camino. Nunca había visto a nadie así. Luché contra ella hasta que tu hermana y una maga vinieron en su ayuda. Hui.
Él me mira, pensativo.
—Entonces, ¿está en el bosque?
Asiento en respuesta. El rey resopla con alivio.
—¿Eissesh y el resto lo saben?
Bajo la vista. «¿Por qué me pregunta justamente eso?».
—Le dije que no pude evitar dejarla escapar.—murmuro.
Él alza una ceja y me mira con una expresión un tanto extraña.
—Lo siento mucho—añado—, pero era lo mejor que podía hacer. Lo mejor para ella —le cojo de la mano — ...y para nosotros.
No menciono nada sobre cómo pude traspasar el escudo del bosque, aún es algo que no logro entender. Si se supone que solo sus aliados pueden hacerlo como es que yo conseguí pasar. Puede que fuera porque realmente no pertenezco a ninguno de los dos bandos, pero es algo por lo que me culpo a mi misma.
Amrin no responde al instante, se que en su interior hay emociones que se contradicen unas a otras, que no le permiten saber cómo debe reaccionar.
—Es cierto... supongo.
—Debes descansar, mañana tenemos un largo viaje por delante —vuelvo la vista hacía la ventana—. Además, es bastante tarde.
Él se encoge de hombros.
—Y... Amrin. Prométeme que tendrás cuidado —digo apretando su mano con fuerza—, no quiero perderte.
—Sólo si tú me prometes lo mismo—dice a su vez, mirándome con seriedad.
Lo beso en la mejilla, evadiendolo. Me devuelve una dulce sonrisa.
Le acompaño hacia su habitación y nos detenemos en el umbral de la puerta. Me acerco lentamente y le beso. Él me corresponde con intensidad, acariciando mi mejilla.
—¿Esto no es una despedida, verdad?—pregunta de forma alentadora, sin apenas separar sus labios de los míos.
Me ruborizo ligeramente.
—Si insistes...
Alcanzo a tientas el pomo de la puerta y nos deslizamos dentro para tener más intimidad. Me apoya contra la pared mientras busca mi boca con desesperación. Noto como su mano acaricia mi rostro y después baja hasta mi cuello. Despega su rostro del mío jadeante. Le acaricio cariñosamente la comisura de los labios y su barba incipiente haciéndole sonreír. Seguidamente me suelto la trenza con impaciencia, dejando mi alborotado pelo totalmente suelto.
Desliza, tembloroso, sus dedos por detrás de mi camisa. Su tacto es suave y delicado, y hace que me recorra un escalofrío por la espalda. Cierro los ojos cuando roza sus labios con los míos. Noto como la temperatura de mi cuerpo asciende de forma alarmante, mientras mi respiración se vuelve incontrolable.
Enlazó mis manos alrededor de su cuello y lo acerco más a mi.
—Te amo—le susurro al oído.
Noto como se dibuja una sonrisa en su rostro.
—Y yo a ti, Keress.
Su respuesta es simple y, sin embargo, hace que miles de emociones se apoderen de mi. Felicidad, amor, gratitud, esperanza, deseo... todas ellas entremezcladas.
Los nervios burbujean en mi interior, pero no me dejo acobardar. Quiero demostrarle a Amrin todo lo que siento. Demostrarle que mi corazón siempre será suyo, que yo siempre seré suya. Él es la única idea en mi cabeza, todos los sentimientos desbocados que palpitan en mi pecho. Le acaricio el pelo con cariño mientras comienzo a desabrochar su camisa poco a poco. Acaba por quitársela él mismo con impaciencia, al notar mi inseguridad.
—No tengo secretos—dice con voz ronca, mientras me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja—. No para ti.
Le beso de nuevo e intento apartar todo el miedo que hay dentro de mi para centrar todas mis emociones en él.
Lo miro a los ojos, que brillan de una forma que nunca antes había visto. Ahora están llenos de vida, ahora es realmente feliz.
Al notar mi separación me rodea la cintura y suelta un gruñido en señal de desaprobación, mientras me atrae hacia él con impaciencia. Sonrío ante su reacción. Exploro con mis dedos su musculoso abdomen, memorizando cada parte de él. Su cuerpo se tensa ligeramente a causa de mi frío tacto. Se pega más a mi y noto su respiración agitada contra mi cuello mientras su mano se desliza por mi espalda de nuevo. Sus dedos rozan mis omóplatos, haciendo que me estremezca.
Mi corazón late descontrolado, mis sentidos se nublan. Oigo que murmura mi nombre, y un cosquilleo me recorre la espina dorsal. Nuestros labios se encuentran de nuevo, esta vez en un prolongado e intenso beso que deseo que no acabe nunca.

Tres días para la batalla. En tres días se decidirá el destino de Idhún. La guerra es inevitable y sin embargo Amrin insiste en hablar con su hermano, aun sabiendo que no cambiará nada.
Días después de asentarnos en el campamento nos dirigimos a la fortaleza de Nurgon.
De nuevo están frente a frente. Amrin es escoltado por un sacerdote, un mago, dos guerreros y su consejero Mah-Kip. Este último parece bastante incómodo. Realmente no sé qué hace ahí, un semiceleste no debe sentirse cómodo en vísperas de la guerra, está fuera de lugar.
En cambio a su hermano lo acompañan un pequeño grupo de renegados. Entre ellos Qaydar el archimago y Covan de Les, el antiguo maestro de armas de Nurgon.
Los otros tres son un silfo y dos humanos. Un mago de unos veinte años y un hombre de treinta y tantos.
Mientras tanto, los vigilo desde las sombras, manteniéndome escondida.
Amrin da un paso adelante con firmeza.
—Hermano —dice con frialdad.
—Hermano —le responde el otro con un ligero tono burlón.
—Veo que tienes mejor aspecto que la última vez que te vi —lo provoca Amrin.
Y tiene razón, el aspecto de Alsan ha mejorado desde la ultima vez. Ahora se lo ve mucho más humano. No parece tan peligroso. Pero Alsan no reacciona ante la provocación de su hermano.
—¿A qué has venido? — pregunta a su vez.
—A exigiros que depongáis las armas y juréis lealtad a Ashran —responde él con firmeza,
Alsan suelta una grave carcajada como respuesta. Amrin sonríe con indulgencia.
—¿Has visto nuestro ejército, Alsan? ¿O acaso los árboles os tapan la vista
desde las murallas?
—¿Llamas a eso ejército? —ladra— Lo único que he visto es un hatajo de traidores aliados con serpientes.
—Cuidado con lo que dices, renegado —interviene el sacerdote con una mueca de odio.
—Llamo ejército a las fuerzas unidas de Dingra, Drackwen, Vanissar y Shur-Ikail —dice entonces Amrin—. Acéptalo, hermano. No tenéis ninguna posibilidad.
Alsan resopla, percibo cierto nerviosismo en él.
—¿Has visto tú el escudo feérico que nos protege? ¿O acaso las alas de los sheks os tapan la vista desde el campamento?
La sonrisa desaparece del rostro del rey.
—Alsan —insiste —, si de verdad eres mi hermano, entonces puede que conserves algo del buen juicio que recuerdo que tenías. Te lo advierto: deponed las armas. Rendíos. O nadie sobrevivirá cuando ataquemos.
—¿Te preocupas por tu hermano mayor? —responde con tono burlón— qué enternecedor.
—Tienes dos días para pensarlo, Alsan. Ni uno más.
—Cuando entrenábamos con el maestro Covan —dice de imprevisto—, imaginábamos que éramos los más valientes caballeros de la Orden. Soñábamos con luchar por el honor y la justicia, por la gloria de Nurgon, de Vanissar, de Nandelt. Nunca pensé que pelearíamos en la misma batalla... pero en bandos contrarios.
Amrin retrocede un paso y lo mira atónito.
—Tampoco yo pensé que mi hermano nos abandonaría durante quince años —le reprocha con dureza— para regresar convertido en algo que no sé si calificar de humano. Pero por aquellas batallas imaginarias, Alsan, por aquellos juegos infantiles, te lo advertiré sólo una vez más: deponed las armas. Ashran no será tan clemente como puedo serlo yo.
Alsan niega con firmeza. Amrin aprieta los puños.
—Suml-ar-Nurgon, hermano —murmura Alsan.
Cruzan una última mirada.
—Muy bien, hermano —dice con desdén—. Tú lo has querido.
Tras esto último Amrin hace girar a su caballo, casi bruscamente, y se aleja de la fortaleza, con el resto del grupo siguiéndolo por detrás.
Alsan se queda quieto unos segundos, pensativo, y luego junto con el resto de renegados vuelve a entrar a la fortaleza.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora