XII. Ayla

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La gente habla, sospecha. La gente puede llegar a ser muy paranoica, hasta el punto de querer envenenar a una inocente joven. Comer magdalenas nunca ha sido tan peligroso.
Así que aquí estoy, pasando las páginas de una antigua epopeya idhunita cuando Aralynn (de nuevo) irrumpe en la biblioteca. Esta vez trae consigo una bandeja llena de magdalenas. Esta chica tiene un problema con los dulces.
—¡He vueltoooo! Te traigo un aperitivo—indica señalando las magdalenas.
—Umm... estoy empezando a sospechar que estas visitas son para algo más que traer comida.
—¿Qué? ¡No! Bueno... puede que aproveche para robar comida de la cocina...—me río ante su respuesta—. Eh, esta mestiza necesita alimentarse. Por algo inventaron los Dioses la comida.
—No creo que fuera para comer a todas horas...
Me mira fijamente y sonríe maliciosa. Coge una magdalena y se la lleva a la boca.
—¿Decías?—comenta con la boca llena.
Pero entonces sucede algo. En cuanto Lynn termina de masticar se cae desmallada.
—¡Lynn!—digo mientras corro hacia ella—. ¡Socorro! ¡Que alguien le ayude!
No debo dejar llevarme por el pánico. Recojo a mi amiga del suelo y la llevo corriendo a la enfermería. Abro la puerta de una patada. Las sacerdotisas enfermeras me miran sorprendidas.
—Por favor, ayudadla. La hermana Aralynn se ha desmayado... o eso creo.
—Túmbala aquí—dice una de las sacerdotisas señalando una camilla.
Le apoyo suavemente en la camilla y le miro preocupada.
—¿Se pondrá bien?
—Haremos todo lo que podamos, pero debes contarnos con todo detalle lo que sucedió.
—Todo ha sucedido tan rápido... Estaba en la biblioteca cuando Lynn... quiero decir, la hermana Aralynn vino a traerme comida. Ha probado una de las magdalenas y de pronto...—no puedo terminar la frase. La rabia y la impotencia me carcomen por dentro.
—Está bien. Vete y descansa, no hay nada más que puedas hacer.
—Vale.
Tumbada en mi cama solo puedo pensar. Sheziss me advirtió de que esto pasaría. «Cuanto más cercana seas a alguien, más daño te puede hacer». Cuanta razón. Aunque no haya sido a propósito, Aralynn ha hecho que mi corazón se parta en dos al desmayarse. «¿Cómo ha podido pasar?», me pregunto. Ha mordido una magdalena y entonces... Me doy cuenta. Esa magdalena era para mi. Alguien quería envenenarme, y Lynn ha pagado las consecuencias. Me levanto de golpe. La ira arde dentro de mi. ¿Quién es tan idiota como para mandarme una bandeja llena de dulces envenenados sin pensar que cualquiera podría comer de ella?
Me dirijo hacia las cocinas. Si tengo que hacer de Miss Marple para que haya justicia lo haré. Por el camino intento calmarme un poco, controlar mis emociones. Llamo a la puerta de las cocinas y entro. Las sacerdotisas que estaban cocinando giran sus cabezas hacia mí.
—¿Qué hace aquí, hermana Ayla? ¿No debería atender a sus obligaciones?
—Las hermanas me han dado un descanso debido a... un incidente.
—Entiendo, pero ¿qué hace aquí?
—Me gustaría saber si recuerdan haber preparado hace cosa de una hora unas magdalenas que se llevó la hermana Aralynn.
—Ummm... creo que sí.
—¿Podría saber quién las ha cocinado?
—Yo—dice la más joven de las sacerdotisas mientras se me acerca—. Le debía un favor a Aralynn y me pidió que se las hiciera.
—¿Has usado la misma receta de siempre?
—Sí.
—¿Las tuvo alguien más a parte de tí?
—Bueno, la hermana Sorila...
—¿A qué viene este interrogatorio?—dice la primera mosqueada.
—Han envenenado a la hermana Aralynn.
La sacerdotisa joven ahoga un grito.
—Pero... eso es horrible.
—Lo sé.
—Esa no es excusa para entrar en mi cocina sin permiso e interrogarnos, como si fuéramos a envenenar a nadie. Por los Dioses, sal de aquí.
—Como deseéis...
Salgo pensativa de la cocina. La hermana Sorila... Es una pista. Debo encontrarla.

Después de estar todo el día preguntando por ahí he descubierto que la hermana Sorila es una varu que pertenece al séquito de Gaedalu. Pero sigo sin explicarme qué hacía en las cocinas. He averiguado que hoy se hallaba en su cuarto encerrada orando a los Dioses. Normalmente, cuando una sacerdotisa se pasa el día entero rezando es porque busca respuestas o el perdón. Creo que Sorila opta más a lo segundo. He intentado hablar con ella, pero no se me ha permitido.
Mañana será otro día. Encontraré al culpable del desfallecimiento de Lynn. Me acuesto en la cama con sed de justicia.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora