III. Ayla

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Si tu vida es muy aburrida, te digo yo que por más aventuras que vivas, no tiene porqué ser más divertida. Lo sé por experiencia, los sucesos extraños son mis más fieles compañeros. Ni siquiera fui un bebé normal. En vez de contentarme con aporrear a la pobre cuna, tuve que prenderle fuego. Lo normal en una niña con menos de catorce meses, ¿no? Además, resultó que mi hermano también era un maestro del fuego, lo que descubrimos cuando prendió fuego a las flores de la abuela. En fin, que éramos un dúo de hermanitos pirómanos. Pero ahí no acaba la cosa, ni mucho menos. A los 11 años, la cosa se descontroló. Con la llegada de la Resistencia, después de haber pasado 10 años en la nada, el Portal que atravesaron decidió que seguía teniendo hambre, y así fue como en vez de despertarme en mi mullida cama, fui engullida por el Portal y amanecí en Idhún.
Paseándome por las montañas sin rumbo, tuve tan mala suerte de caerme dentro de un volcán. Sí, como lo oyes: un volcán. Otros lo llaman la Sima, un portal que conduce a Umadhún: un mundo lleno de sheks (serpientes voladoras hambrientas, a las que casualmente no les gusta el fuego). Tras sobrevivir a la caída, (diría que no es nada del otro mundo, pero está claro que en la Tierra no pasan esas cosas), fui adoptada por la criatura más inesperada: una hembra shek que me cuidó y me ayudó en la no-tan-sencilla búsqueda de mi misma. Sheziss me mostró lo que en realidad soy: un híbrido de uno de los dos últimos dragones y de humana. Me enseñó a controlar mis poderes y mis sentimientos, y a luchar en mis dos cuerpos.
Importante: los sheks y los dragones se odian. Por eso, cuando mi alma de dragona se fortaleció, tuve que dejar a Sheziss y huir de Umadhún de nuevo a Idhún.
Y aquí estoy, frente al Oráculo de Gantadd, junto a una sacerdotisa de las tres lunas, para esconderme junto con las demás sacerdotisas como hacía Deloris en Sister Act. Zaisei (la sacerdotisa), me ha encontrado perdida en las Tierras de los Ganti, y cuando le he contado mi problema, detalles dragontinos a parte, me ha ofrecido un hogar y protección junto a las sacerdotisas de Gantadd.
Me giro hacia Zaisei y le sonrío.
—Muchísimas gracias Zaisei. No sé qué habría hecho sin ti.
—Siempre es un placer ayudar a alguien. Espero que aquí te sientas como en casa, al menos así me sentí yo cuando estaba en tu situación. Además, siempre que quieras puedes irte del Oráculo, no pienses que estás obligada a quedarte.
—Creo que me quedaré un tiempo.
—¡Genial! Lo único... ¿puedo preguntarte tu nombre? Llevamos dos días de viaje y aún lo desconozco...
Me quedo pensativa. No quiero usar mi nombre terrestre, sería quedarme anclada al pasado, y los recuerdos ya son demasiado dolorosos. Sheziss siempre me llamó criatura, y nunca me obligó a contarle nada que no quisiera. Recuerdo una antigua leyenda idhunita que me contó acerca de una hechicera llamada Ayla que luchó contra Talmannon y ayudó a la Dama de Awa, y que por sus servicios, al morir, los Dioses la transformaron en una constelación. Siempre me ha fascinado lo valiente que fue la princesa.
—Ayla. Mi nombre es Ayla.
—Encantada, Ayla.
—Bueno... ¿entramos?
—Sí, pero hay un pequeño problema. No creo que te dejen entrar con... eso—dice señalando la vaina que tengo colgada en la espalda. El mango de mi espada sobresale de ésta, resplandeciendo mortiferamente bajo el sol.
—Oh... claro. ¿Qué hago con ella?
—Puedes entregársela a las hermanas, ellas la pondrán a buen recaudo. Además, no creo que la necesites, en el Oráculo estarás bien protegida de los sheks.
—Está bien.
Lo que Zaisei no sabe, es que Astrarium no es una espada cualquiera. Forjada con la magia de las estrellas, mi espada legendaria puede teletransportarse por las sombras para acudir a la llamada de su portador.
Entramos al Oráculo, donde hay una sacerdotisa esperándonos. Lleva una túnica blanca y los pies descalzos. Su piel es de un color suave que varía entre el azul y el verde. Sus orejas son picudas, algo que me recuerda a El Señor de los Anillos. Curiosamente, sus ojos son completamente negros y su cabello azul claro cae a modo de algas sobre su espalda. Aparenta unos 14 años, al igual que yo. Me sonríe y le hace una reverencia a Zaisei.
—Hermana Aralynn, esta es Ayla. Viene a iniciarse como novicia en la Iglesia de las Tres Lunas. ¿Podrías acompañarle ante la Madre Venerable y enseñarle el lugar?
—Como deseéis.
Sigo a la sacerdotisa por el complejo, y me muestra entusiasmada todos los lugares del Oráculo. Me señala una habitación de donde proviene una luz azulada.
—El Oráculo de Gantadd da cobijo a todas las razas, ya que las Tierras de los Ganti es un lugar donde no están mal vistos los mestizos. Por ejemplo, ahí están las piscinas de los varus, donde personas como yo, que necesitan estar en contacto con el agua cada cierto tiempo, van a darse un baño.
—¿Eres una varu? Nunca había conocido a uno, pero por lo que me han contado no me los imaginaba... así.
—Oh, no. Soy mestiza, provengo de una pequeña aldea en el centro de Derbhad llamada Finel. No muchos la conocen, allí habita una raza de varu-feéricos. Algunos nos consideran bichos raros...
—¿Sabes? En mi opinión, la gente que no admite la hermosura de lo distinto, es porque en realidad se aborrecen a sí mismos. No hay seres extraños, solo personas estrechas de miras. ¿Acaso importa la apariencia de la persona mientras su alma siga siendo bella?
—Agradezco tu amabilidad, pero no hace falta que me compadezcas, estoy acostumbrada.
Pongo mi mano sobre la suya y le dedico mi más sincera sonrisa.
—Te prometo que todo lo decía en serio.
Me mira fijamente con sus oscuros y cristalinos ojos y me devuelve la sonrisa.
—Hay una cama libre en mi habitación, mi anterior compañera tuvo que volver a casa por problemas familiares. Tendrás que dormir en algún sitio, ¿no? Ven, te lo mostraré.
Avanza por los pasillos y me hace un gesto para que le siga. «No ha ido tan mal», pienso. Por fin tengo algo que no he tenido en mucho tiempo: una amiga.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora