XV. Keress

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Nunca he sentido tanto pavor. El color rojo nunca me ha dado tanto miedo. En mis pesadillas aparece en cada rincón, acompañado siempre por el mismo cadáver: el de Amrin.
Me despierto bañada en sudor. Jadeo durante unos segundos desorientada, recordándome que estoy en el campamento. A mi lado duerme él plácidamente, y mirando su rostro se podría imaginar lo que es ser feliz. Suspiro. No debería ser tan descuidada, si me vieran durmiendo junto a él habría demasiadas explicaciones que dar.
Aún son altas horas de la noche, así que me levanto silenciosamente.
Paseo bañada por la luz de las tres lunas, casi completamente llenas, intentando serenarme. De nuevo mis sentimientos están empezando a volverse más intensos, y eso no es nada bueno, podría jugarme una mala pasada.
Poco después noto una presencia en mi conciencia.
«¿Que haces aquí? deberías estar descansando», sisea el shek. «Mañana será un día largo, debes estar lista».
«No podía dormir». respondo con simpleza.
Eissesh se queda en silencio. Veo con el rabillo del ojo como se desliza por el suelo, en la semioscuridad.
«Me he enterado de lo del semiceleste», digo entonces. «¿Que ocurrió?»
Sus ojos relampaguean de ira.
«Reveló nuestro plan a los renegados para intentar convencerlos de que se rindieran, pero lo único que logró fue alterarlos más», responde con brusquedad. «Ha sido una mala idea traerlo aquí, al final me he visto obligado a matarlo...»
Asiento.
«Una pena, señor».
No miento, no es agradable matar a un celeste, ni siquiera a un shek le resulta completamente indiferente. Pero Eissesh ya tiene experiencia, supongo que no le resultaría tan incómodo.
«Cierto, pero no había otra opción.»
Tras esto último Eissesh abandona mi mente y se va, dejándome sola de nuevo. Continúo paseando, sumida en mis pensamientos hasta casi el amanecer.

A la mañana siguiente todos están en movimiento. Y aunque la batalla no se disputará hasta el anochecer, nadie se permite descansar. Amrin ha estado toda la mañana ocupado, tiempo que he aprovechado para estar sola.
Nunca antes había estado tan nerviosa por algo, y es que a medida que pienso más en lo que podría ocurrir, peor me siento. Por otro lado las pesadillas llevan atormentandome casi una semana, y cada vez son más perturbadoras. No puedo dejar de pensar en ello.
Paseo por las afueras del campamento, sin rumbo fijo, cuando oigo unas voces cercanas a mi derecha. Agudizo mi oído para oírlos, al darme cuenta de quienes son.
—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? —dice la primera voz, con un ligero matiz de irritación—. Ya te lo dije, los sheks no son tus mascotas, ellos te utilizan.
El segundo hombre suelta una risa.
—¡Pero si son ellos los que nos sirven a nosotros! —exclama—. No sabía que eras tan estúpido Amrin... Pensaba que después de la muerte de ese semiceleste por fin te darías cuenta de que...
—Era un hijo de Yohavir, Kevanion —le espeta el otro—. Su muerte fue innecesaria.
—Y también era un traidor —responde el rey de Dingra con soltura, como si no fuera importante—. Los traidores merecen morir, indiferentemente de como sean.
A continuación oigo cómo Amrin se marcha a grandes zancadas. Kevanion suelta una risita de suficiencia.
Salgo de mi escondite y me dirijo hacia él con paso firme.
El alza la vista y me mira confuso, pero antes de poder decir nada, invado su mente y le dejo paralizado. Desenvaino mi pequeña daga lentamente, apoyándola sobre su hombro, lo suficientemente cerca como para rozar su cuello.
—Solo te lo diré una vez —digo en un susurro —. Primero, los sheks no son y nunca han sido tus mascotas. Me sorprende lo poco inteligente que debes ser al pensar que es así. Tan cobarde y estúpido, Ziessel debe estar harta de ti y de tu estupido ego.
Kevanion no responde, pero sus ojos me lo dicen todo. Suspiro.
—Segundo. No pienses ni por un instante que puedes librarte de Amrin. Tu cabeza rodará delante del rostro de tu hijo antes de que le toques un pelo.
—Oh, qué sorpresa. Así que él es tu mascota, ¿eh...? —dice.
Acerco el filo del arma unos milímetros más a su cuello.
—¡Cállate, o juro que te haré sufrir más de lo que mi padre podría hacerte!—la ira bulle en mi—. No oses hablarme así, jamás. Soy la hija de Ashran el Nigromante y por ende debes hablarme con respeto, me da igual que seas un rey.
Una media sonrisa se dibuja en su rostro.
—He oído hablar de ti. La hija de Ashran, un experimento fallido, un error de la naturaleza. Tú no eres nadie. Una niña asustada e inútil, que canaliza su furia en los demás.
Me mira con repugnancia. Aprieto los puños intentando aguantar las ganas de matarlo.
—Espero que medites lo que te he dicho —siseo con tranquilidad—. Y no te atrevas a contarle esto a nadie, te estaré vigilando.
Me vuelvo y me alejo del rey de Dingra, que se queda quieto y en silencio hasta que lo pierdo de vista.

Los brazos de Amrin a mi alrededor me reconfortan y me preparan para lo que está por llegar. Despego el rostro de su firme y musculoso pecho y le miro a los ojos. Él se muestra preocupado por mi repentina aparición.
—Menos mal que estás bien —suspiro—. El campamento de Dingra a sido atacado por los rebeldes y han destruido las catapultas. Estaba... preocupada.
Amrin se frota la frente exasperado.
—Le advertí a Alsan que se rindiera —dice con rabia—, y en cambio ha decidido atacar. Eso solo empeorará las cosas.
—Las cosas siempre pueden ir a peor, pero también pueden mejorar. Hay que saber aceptar los hechos y salir adelante. Así que no lo pienses tanto, ya no hay vuelta atrás.
—¿Cómo puede amarme alguien tan inteligente? —dice con una media sonrisa.
—Dicen que los polos opuestos se atraen... —respondo con una sonrisa.
Suelta una ligera risa mientras me alborota el pelo rubio, y pronto vuelve a estrecharme entre sus brazos con fuerza.
Una voz en mi cabeza interrumpe nuestro cálido abrazo.
«Prepáraos, ya casi es la hora», dice Ziessel por la red shek.
Me separo de
—Tengo que irme...
—¿Ya te reclaman? —gruñe.
Acaricio su mejilla y le dedico una sonrisa.
—Volveremos a vernos, te lo prometo —hago una pausa y cierro los ojos—. Pero tú... hazme una promesa, por favor.
Frunce el ceño, pero pronto logra asentir
—Prométeme que después de esto seguiremos juntos.
—¿Qué...?
Noto como agarra mi mano con fuerza.
—Prométemelo, por favor —le corto con la vista baja—. Se que es extraño que sea yo la que lo mencione pero... necesito saberlo. Necesito saber que estarás a mi lado.
—Keress, ya sabes que te amo ¿verdad? Sabes que moriría por ti.
Yo asiento, titubeante.
—Entonces ya conoces la respuesta, y no debes dudar de ella ni un instante.
—Tengo miedo de que después de esto, gane quien gane, nos veamos obligados a separarnos por nuestros diferentes ideales.
—¿Desde cuando ha importado? Si no nos han separado estos dos últimos años, tampoco lo harán después de esto.
Suelto un suspiro de alivio, mientras Amrin me sonríe.
Me acerca a él suavemente y poco a poco sus labios rozan los míos. Un roce suave que luego se convierte en un salvaje y desesperado beso y me hace olvidar todas mis preocupaciones y mis miedos. Abro los ojos y lo miro. Él me devuelve una intensa mirada y no puedo evitar perderme en ella.
Desearía quedarme así para siempre, pero no habrá un después si no me voy.
—Adiós, Amrin—digo separándome de nuevo.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora