XXI. Ailish

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Dos semanas después...

—¿Qué tal lo llevas? —le oigo decir a Garin desde un extremo de la habitación.
Al principio hago como si nada. Lanzo estocadas y golpes a todo lo que hay en la habitación, abandonada a la ira.
Entonces algo se mueve a mi espalda, y una mano cálida se posa sobre mis hombros.
—Ailish—susurra Garin, muy cerca de mi oído.
Tan cerca que puedo sentir su pausada respiración.
Me quedo quieta. ¿Qué estoy haciendo?
El arma cae de mis manos con gran estruendo; el metal resuena contra el suelo de madera. A continuación soy yo la que cae al suelo de rodillas.
La cabeza me da vueltas y se me nubla la vista. El chico se agacha a mi lado y me abraza por detrás intentando reconfortarme. Pero no sirve de nada. Un abrazo no va a borrar todo el dolor y la pérdida, la desesperación y el sufrimiento. No quiero seguir sufriendo.
Me giro lentamente y miro a Garin a los ojos, esos ojos que tanto me recuerdan a la calma de un lugar lejano entre las montañas, esos ojos que tanto me llamaron la atención la primera vez que nos vimos.
—¿Por qué, Garin? ¿Por qué el mero hecho de vivir conlleva tanto sufrimiento?—mi voz suena rasgada y me doy cuenta de que las lágrimas descienden ardientes por mi rostro. Me las seco con rabia—. A veces pienso que sobre mi familia pesa una maldición. Todo lo que amamos está destinado a deshacerse ante nuestros ojos; un cruel designio de los Dioses.
Él me mira preocupado, pero no dice nada. No me contradice, y eso es casi peor que me de falsos ánimos.
—Todo al que he querido ahora está muerto. Mi padre, mi hermano, Reesa... Temo que seas el siguiente.
Esta vez es Garin quien alza la mano con cuidado para secarme las lágrimas. Cierro los ojos ante el leve contacto de su roce contra mi mejilla. No puedo perderle a él también.
—No hay ninguna maldición. Todos hemos perdido a alguien en esta estúpida guerra. La muerte es lo que trajo Ashran a Idhún, y no debes creer  que es tu culpa. Nada es fácil.
—A veces desearía haber nacido en otro tiempo, quizás otro lugar. Cuando todo era más fácil. Dragones y unicornios estaban entre nosotros, y Nandelt no ha conocido mayor paz que la que había. Eran tiempos de gloria, ya demasiado lejanos como para recordarlos.
—Naciste en esta época por algún motivo. Tú eres más fuerte que tus adversidades, princesa. Y además—añade sonriendo de forma pícara, contagiándome su sonrisa—, no nos habríamos conocido.
Río un poco, secándome las lágrimas.
—Tienes razón. Ahora tengo que soportarte.
—Un completo honor, si me permites añadir—Garin me sigue la broma.
El chico se pone en pie con agilidad y me tiende la mano. Se la agarró con firmeza.
—No estás sola.
—Lo sé.
Me deslizo entre sus brazos y le beso en señal de agradecimiento. Noto como sus comisuras se tuercen en una sonrisa.

A la hora del crepúsculo todos nos reunimos en una de las salas de la Torre de Kazlunn, nuestro nuevo refugio desde hace escasas semanas. De entre los presentes apenas reconozco a un par de personas.
Los Padres Venerables nos cuentan algo acerca de una nueva profecía; un shek involucrado. El salón estalla en murmullos, pero todos callan cuando un muchacho de cabellos dorados se pone en pie. El muchacho híbrido me resulta muy familiar, y es frustrante no saber el porqué.
—Lo que voy a contaros —empieza Yandrak— es difícil de comprender y, sobre todo, de asimilar. No os pido que me creáis inmediatamente. No os pido, tampoco, que encontréis un sentido a todo esto. Sólo necesito que recordéis bien mis palabras, que os toméis tiempo para pensar en ellas
La gente parece algo sorprendida al oír hablar al chico con tanta autoridad, pero nadie se digna a interrumpirlo.
Y nos relata la historia de la creación de Umadhun, el primer mundo creado por los dioses, el lugar donde desterraron a los sheks. La historia del origen del odio entre sheks y dragones. De la profecía, pero esta vez incluye a un shek en ella. Y finalmente de la muerte de Ashran el Nigromante y de una misteriosa sombra que se ha liberado tras ella. Lo que eso conllevaba.
«¿Sabes que todo eso que acabas de contar va en contra de nuestras creencias?», la Madre Venerable ha permanecido en silencio hasta ahora.
Pero el chico niega con la cabeza.
—Al contrario. Le da a todo un sentido nuevo, un significado aterrador, es verdad... pero coincide con muchas de las cosas que enseñan los sacerdotes.
—¿Insinúas, entonces, que Ashran no era del todo humano? ¿Que Ashran era el Séptimo dios, el creador de los sheks, la sombra maligna que amenaza desde siempre la paz de Idhún?
Me recorre un escalofrío, resulta demasiado increíble
—Yo diría que todos amenazan la paz de Idhún —replica Yandrak, de forma sombría—. El Séptimo y los otros Seis. Pero sí, Ashran era el Séptimo dios, o más bien podríamos decir que el Séptimo dios habitaba en el interior de Ashran.
¿Pero cómo es posible, acaso han logrado derrotar al Séptimo? La cabeza me da vueltas, es demasiado para asimilar.
—¡El chico miente! —dice alguien entre la gente—. ¡No se puede derrotar a un dios!
—No lo derrotamos, es lo que intento deciros. Tan sólo destruimos su envoltura carnal, su identidad en este mundo, por así decirlo. ¿No lo entendéis? Volvió al mundo para proseguir su guerra contra los Seis, oculto bajo la piel de un humano, Ashran el Nigromante. Un humano con poderes similares a los de un dios, un dios limitado por las imperfecciones de un cuerpo humano. Mientras estuvo aquí, pudo gobernar Idhún a su antojo... y los Seis no podían intervenir. Por eso nos enviaron a nosotros... a través de la profecía... para destruir ese cuerpo humano, liberar al Séptimo y obligarle a dar la cara. Y cuando eso sucediera..., los Seis podrían volver a enfrentarse a él en su propio plano.
—¿Dices que los Seis se enfrentarán al Séptimo? —interviene Ha-Din, el Padre Venerable—. Eso es una buena noticia, pues. Desterrarán el mal de nuestro mundo, como ya hicieron en tiempos remotos.
De nuevo el muchacho niega enérgicamente.
—Ya nos han contado lo terribles y abrumadoras que son sus voces. Sólo sus voces. ¿De veras queréis ver a los dioses entre nosotros? Yo, personalmente, no tengo ganas de conocerlos.
Y tras otro breve silencio, la gente comienza de nuevo a discutir y comentar sobre lo que acababa de oír.
Yo, sin poder contenerme más, me levanto de golpe y me voy. Al poco tiempo, otros siguen mi ejemplo. Con pasos acelerados me dirijo al jardín, intentando no pensar.
Ashran ha muerto. La causa de mi desgracia ha muerto.
Pero la guerra no ha terminado. El espíritu del Séptimo se halla en alguna parte. Idhún sigue en peligro.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora