XIX. Ayla

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Ya no sé distinguir los segundos de los minutos. Lo único que hago es transformar szish en polvo de estrellas con Astrarium. Son pocos los luchadores que quedan.
Parpadeo un par de veces. Estoy en un claro donde soy el único ser con vida que queda. A mi alrededor hay una docena de szish y algún que otro feérico, todos muertos. Noto mi entrecortada respiración e intento relajarme.
Pero mi descanso no dura mucho. Hace unos instantes que el Bosque se ha quedado en un lúgubre silencio, pero ahora un nuevo grito desvía toda mi atención y echo a correr hacia el lamento sin dudarlo.
Encuentro a Erhèlyn a los pies de un árbol, abrazando el inerte cadáver de su hermano mientras solloza descontrolada. La imagen me apena muchísimo, y me recuerda que nada dura eternamente. Todo tiene un final pues si no nunca habría comenzado.
Me acerco a ella lentamente sin saber que más hacer. No parece que quede nadie vivo así que no hay más peligro. Eso me induce a pensar donde estará Lynn.
«Está bien—intento convencerme—. Es lista y no te necesita para sobrevivir, se las ha apañado muy bien sin ti antes. Además, no merece la pena preocuparse, ahora no hay nada que puedas hacer.»
Estoy a un par de metros de distancia cuando de detrás del árbol aparece un szish empuñando una espada, apuntando a Erhèlyn. Entonces corro hacia él y sin darle tiempo a reaccionar lo atravieso de lado a lado con mi espada.
Los sollozos de la muchacha se detienen y me mira sin aliento.
—¿Estás bien?—formulo esa estúpida pregunta mientras le tiendo la mano.
Ella no dice nada. Mira al szish y a mí alternativamente. Voy a decir otra cosa cuando de repente el cielo se convierte en un mar rojo. Mis instintos gritan todos a la vez anhelantes: fuego. Los sheks empiezan a gritar como locos (algo bastante reconfortante, la verdad). Y entonces, uno a uno, todos van muriendo entre chillidos y fuego. Pero es una pequeña figura envuelta en llamas lo que más me llama la atención. Se ha metamorfoseado en el aire y su cuerpo de reptil ahora tiene forma humana.
«Es ella—dice una vocecita en mi cabeza, una a la que odio tener que escuchar.»
Antes de que pueda controlar mis pasos ya me estoy dirigiendo hacia ella. La veo aterrizar con gran esfuerzo. Observo desde las sombras como intenta desenvainar su hacha y cae rendida por el esfuerzo.
Y solo cuando a perdido el conocimiento logro acercarme.
Le apunto con la espada aún sabiendo que no puede atacarme.
Además de tener varias contusiones, su muñeca izquierda está doblada de una forma antinatural y tiene un profundo corte en la mejilla. Pero lo peor son su espalda y extremidades, que están repletas de quemaduras de aspecto doloroso. Está claro que el fuego la ha alcanzado.
La imagen es algo... perturbadora, y me sorprendo a mi misma compadeciéndome de la shek. Ese odio que siempre está ahí lucha ahora contra un nuevo sentimiento. Mi instinto de matar se contradice con el de ayudar. ¿Qué es lo correcto?
Nunca he dudado en ese aspecto. Estoy acostumbrada a hacer lo que hay que hacer en el momento oportuno, pero ahora cientos de dudas asaltan mi cabeza.
¿Debería ayudarle? ¿Quiero ayudarle? ¿Por qué estoy dudando?
Quizás sea porque al fin y al cabo no somos tan distintas. No deberíamos existir, aunque eso no significa que no merezcamos vivir. Si estamos aquí será por algún motivo.
Decido atarle las muñecas con unas lianas por si acaso. Luego me transformo en dragón para soportar su peso y la sostengo entre mis garras, intentando no lastimarle las quemaduras.

Los pocos renegados que quedan en el Bosque se han reagrupado en un mismo claro cerca del río. La mayoría de ellos son heridos y hay gente de todo tipo: barbaros, feéricos, humanos... todos esparcidos de pocos en pocos. Son cientos los que han muerto, y la mayoría de los supervivientes se han ido a la reconquistada Torre de Kazlunn.
Hace escasos días que la Batalla de Awa finalizó, y todos vamos a tardar mucho en recuperarnos.
Después de hablar con Zaisei, una de las pocas que se han quedado, para organizarnos e ir movilizando gente hacia la Torre, me dirijo a la cabaña que comparto con Lynn y Keress.
Gracias a los Dioses, Aralynn solo adquirió un par de heridas leves durante la Batalla mientras cuidaba de los heridos. Ella y yo nos reencontramos poco después, y me saca una sonrisa pensar en la felicidad que me produjo verla con vida. Ahora se ha quedado un tiempo más en el Bosque con el permiso de la Madre Venerable, así que por fin estamos juntas de nuevo.
En cuanto a la shek... Bueno, ella se pasa todo el día dentro de la cabaña, recuperándose de sus heridas. Está sumida siempre en un estado catatónico y solo abre la boca para murmurar un nombre que no alcanzo a entender. Nuestra comunicación se basa más bien en miradas profundas y llenas de desprecio.
Hace tiempo que le he quitado sus ataduras, porque nunca se mueve. Siempre está quieta en su cama sin hacer nada más que mirar al infinito. Ni siquiera ha intentado atacarnos...
Al llegar al lugar me encuentro con que un pequeño corrillo está charlando en la puerta de la cabaña vecina, la de Garin y Ailish.
Me acerco con curiosidad. Darya y Garin están intentando consolar a una llorosa Ailish, y Erhèlyn los mira apenada.
—¿Qué sucede?—digo con el corazón encogido.
Ellos me miraron, pero una fría voz quebrada pregunta a mis espaldas hizo que no tuvieran tiempo de hablar:
—¿Está muerto, verdad?
Me giro y me encuentro que Keress, quien mira la escena impasible, pero en sus ojos se puede descubrir una inefable tristeza, de esas que destruyen el alma con tan solo atisbarla.
—¿Dónde?—vuelve a preguntar, su voz se quiebra pero tiene un deje amenazador.
Erhèlyn alza la vista y le mira, después su mirada se posa sobre mí, esperando una respuesta. Asiento.
—Le han llevado a una cabaña cerca del río. Están preparando su cuerpo para llevarlo de vuelta a Vanis—responde con desconfianza.
Antes de que nadie pueda verlo venir, la shek echa a correr en dirección a ese lugar.
Corro tras ella, temiendo que pueda lastimar a alguien por el camino. Después de dudar, Ailish me imita. Al llegar, me siento ligeramente culpable por haber pensado que esa desgraciada chica se preocupe por sembrar el caos.
Entramos en la cabaña y hallamos a Keress contemplando el cadáver del rey Amrin de Vanissar con expresión de horror.

Lazos de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora