Capítulo 25

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     Después de una serie de percances los cinco amigos llegaron hasta Aromas Peruanos en donde se ocultaron de la vista de los clientes ingresando por la parte posterior del restaurante con algo de curiosidad por saber que había pasado en casa de Albert, además de saber que cosas estaba pasando mientras los amigos estaban fuera. 

     —¿Cómo estás bro?, no pensé que estuvieras ya aquí, te dije que llegaríamos, pero no la hora, y la verdad no supuse que nos esperaras. —Dice el francotirador.

     —Pero qué le pasó a Albert, tiene cara de .... —Comenta Marcelo al ser interrumpido por Silvio.

     —¿Perrito faldero huérfano?, yo creo que sí, además está urgido de algo que se llama Ellen—Comenta risueño Silvio palmeando juguetonamente a Albert.

     —¿Chicos cómo están?, pensé que llegarían más temprano y me apresuré para hacerles una buena cena, pero no se preocupen pasen por aquí directo a mi casa, no queremos soplones ¿Cierto? —Plantea Marcelo, haciendo que los cinco hombres se dirijan directamente a la escalera de servicio que el tiene escondida tras una pared móbil. Pasen a bañarse, cambiarse y desayunen algo contundente, dice dirigiendo a los tres a una salita, pidiéndoles hacer turnos para usar el baño del pasadizo, y entregándoles algunas mudas de ropa improvisadas. Y conduce a Albert al piso superior, para conversar, pero al subir le dice; "en la puerta del fondo te dejé una sorpresita, que espero la sepas agradecer". ¡Ah!, y no hagan mucho ruido, ...que ya los conozco de entusiastas y fogosos.

     —No entiendo, Marcelo a qué te refieres. —Comenta dudoso Albert mientras dirige su mirada hacia la puerta.

     —Ya lo entenderás al abrir la puerta, hermano.

     —¡Oye Marcelo!, ...si que tienes muy mal gusto, esta camiseta no combina con mis ojos azules, ni con mi estilo, ¿esto lo compraste en una oferta de shampoo? o algo así. —Comenta Silvio, mostrando las prendas a Marcelo al verle bajar las escaleras.

     —Es eso o te pones una bata de hospital con la abertura hacia adelante. —Sentencia Marcelo, cruzadose de brazos.

     —¡Ni hablar Hermano!, tú si que eres rudo, y ...yo no tengo ni una pizca de ... ¿indecencia?. No vuelvo a lucir en pelotas a no ser que me lo pida Lucero... Y... ¡Ey tío, y donde dejaste a Albert!... no me digas que ahora le talqueas las bolas.

     —¿Lucero?, quien es esa, ¿es la de turno? —Pregunta Marcelo muy curioso.

     —¡Ni hablar cabrón! Ella jamás estará en esa lista, ella es única es como un ángel de mirada fiera. Mi fiera. Y cuidadito con comentar este tipo de cosas delante de ella, desde hace rao que no he vuelto a reunirme con ninguna de esas mujeres de mi libretita roja. La única mujer que quiero conmigo en adelante se llama Lucero.

     —Uy, esas son palabras mayores, ¿La conozco? Silvio, —Pregunta Marcelo curioso. Porque si no es así me la tienes que presentar para poderle dar el visto bueno, después de todo contigo nunca sé que esperar.

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     Al subir Albert se encuentra con una hermosa y sensual Ellen esperándolo con los brazos abiertos en la habitación de Marcelo con los tres niños risueños en un mueble que fue puesto de espaldas a la pared, improvisando una cuna.

     —Por Dios Ellen,¡los niños están hermosos!, me encanta verlos a todos, parece que hubiese estado un siglo apartado de ustedes. Los he extrañado a horrores—Comenta Albert abalanzándose hacia Ellen y dándole un beso, para luego ir y besar la frente de cada uno de sus tres niños y quedarse embelesado contemplando sus rostros alegres e inocentes y ajenos a todo lo vivido las últimas horas.

ÁNGEL O DEMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora