xxiii. kisses

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caí a tu merced, inconscientemente
es literal.

Meciéndose sobre el cuerpo ajeno con ímpetu sentía un gran calor recorrer todo su cuerpo, acompañado de un dolor en dicha zona específica.

—No hagas mucho ruido, ¿está bien? 

Sin prestarle mucha atención, lo atrajo nuevamente hasta sus labios para profundizar el beso. Desde el momento en el que escucho como tocaban a su ventana infinidad de rocas pequeñas hasta verlo entrar con un porte demasiado atractivo, supo que no tardarían en necesitarse el uno al otro.

—Espérame un momento.

—¿Eso es...?

—Lo siento, mi cuerpo reacciona así.

—Está bien, estoy igual. —admitió, intentando no burlarse del rubio—. Solo que no se me nota. Al parecer está gustándote que me mueva sobre ti.

—Cállate. —él la acercó poniendo su mano detrás de su cabeza, presionándola sobre su cuerpo con la otra sobre su espalda baja. Exigiendo paso a su boca y jugar con su lengua.

Cassie sentía sus labios doler debido a la fuerza que ejercía sobre ella, recibía las toscas maniobras y la forma en como sus manos la tocaban en todas partes. Sin dejar un lugar sin recorrer.

Pero su burbuja se rompió.

—¿Querida estás ahí adentro? — la voz de Kara sonó detrás de la puerta, confundida — ¡Baja a comer!

La emoción y adrenalina que sintieron en ese momento los sobresaltó de inmediato, fue todo tan rápido que la ojimiel estuvo por caer si las manos en su cintura no hubieran estado allí.

Lamentablemente, los movimientos inocentes y acelerados causaron una reacción dolorosa y placentera en el cuerpo del ojigris. Específicamente en su entrepierna.

—Lo siento. —se incorporó levemente evitando soltar un jadeo, el agarre en sus caderas era fuerte y se le era difícil moverse para abrir la puerta—. Debes dejarme ir.

—No abrirá, solo sigue besándome.

Empujó el pecho de Maybank cuando intentó sellar sus labios una vez más, puso una mano en su boca y respiró profundamente antes de hablar.

—Estoy cambiándome. Bajo en un minuto, mamá.

—Baja rápido, la comida se enfría.

Apoyó su frente en su hombro, soltando un espeso suspiro.

—Tienes que irte. —enredó sus dedos con los rizos dorados, lamiéndose el labio inferior. Sonriendo cansadamente cuando observó cómo el rubio fruncía sus labios—. Lo digo enserio.

Un hoyuelo pequeño apareció en su mejilla, cuando asintió sin más preámbulos. —¿Esperas que salga por la chimenea? Salir por la ventana es muy difícil por la altura.

—Santa puede, porque tú no.

—Santa no existe.

—En tu oscuro corazón no, pero en el mío aún permanece.

Bajo rápidamente las escaleras, siendo seguida por su mascota que la correteaba piso abajo, deteniéndose con ayuda de la baranda cuando sus madres la miraron reprobatoriamente. Terminando de bajar lentamente, los ojos acusadores hicieron que frunciera el ceño.

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