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tú pintas y yo seré tu musa.

Solía imaginarse aquel momento una y otra vez. Solía anhelarlo tanto por años, quizás. Solía desear una vida junto al mejor amigo de su hermano desde cierta edad que le comenzó a atraer.

Dicen que cuando uno se enamora, el cerebro automáticamente borra las imperfecciones de la persona para hacerla ideal para ti. Y es una mala jugada para nosotros los mortales.

Por un momento, todo estaba saliendo bien.
Y ese momento, estaba sucediendo.

Las yemas de sus dedos se hundieron en los cabellos desordenados y suaves del rubio echado entre sus piernas, desplomados en la arena fresca de la playa en la misma noche. Pope y Kiara se habían retirado luego de un largo rato de conversaciones amenas para pasar el mal rato anterior. Y ahora, solo habían quedado ellos dos.

—Quería quedarse con el dinero que... robé. —mantenía una mano entrelazada con él, mientras que la otra le daba caricias—. Pensé en usarlo para lo que le debíamos por el juicio contra la lancha de tu primo. Enserio creí que haríamos algo juntos para variar y que estaría bien. Sin embargo, quería usar el dinero para su beneficio propio. Y comenzamos a discutir. —resopló—. Hubieron golpes, tirones y herramientas usadas para golpearnos, hasta que quedó en clara desventaja. Y lo aproveché. —ella sintió como su palma sudó—. Estaba por... matarlo, cuando me arrepentí y solté la herramienta. No sería como él. Solo me fui con el dinero a beber y, terminó así.

Se incorporó lentamente con los mismos shorts mojados, la arena se levantó un poco entrando en la falda de la ojimiel. Este se puso frente a ella, cercano, mirándola fijamente. Echados en la arena.

—Actuaste así, ¿y? . —se apoyó en una de sus codos, su palma tocó suavemente la mejilla magullada del otro—. Igualmente si lo hacías, probablemente lo merecía.

—Es mi padre.

—No te culpes por crecer y querer vengarte de las personas que te dañaron. Estás en todo tu derecho de alejarte de él si crees que es lo mejor para ti.

Maybank acarició la mejilla contraria observando su reacción con detenimiento, sonriéndole ampliamente.

La tetera sonó, molestándole los tímpanos ligeramente mientras trataba de meter el sobre de té de canela y clavo en la taza llena de agua caliente, se sobó la cíen y observó cómo el agua se teñía de marrón. Y pronto, la puerta del baño se abrió, mostrando el rubio con una sudadera encima y shorts cómodos en sus piernas. Su cabello mojado.

—¿Mejor?

Él asintió, moviendo las cejas. —Mejor. —caminó hasta el sofá, sentándose mientras se abrigaba los pies y se ponía en posición de indio. Ella se acercó, con la taza humeante en las manos lentamente, entregándosela a la vez que se sentaba a su lado con una galleta de cereal—. Lo siento, por... gritarte.

—Dije que está bien.

—No, no lo está. —apretó sus nudillos, sobre sus rodillas, respirando agitadamente—. Te asusté, ¿en serio creíste que te haría daño?

—Hasta este punto no tengo idea de quién pueda hacerme daño.

—¿Incluso yo?

Suspiró. —Incluso tú.

Pareció dolerle, porque las facciones de su rostro decayeron increíblemente rápido. Mostrando su punto débil, claramente. —Ese es mi punto, por eso me disculpo.

—Está bien.

—Deja de repetirlo, porque me equivoqué y reconozco mi error.

Sonrió. Entrelazando sus manos, frías y suaves, largos dedos y uñas igual de largas, pero al perfecto tamaño para hacerlas pasar decentemente. Cassie se estiró para alcanzar el algodón, agua oxigenada y la crema para frotar. Pasándola por las áreas afectadas suavemente con miedo a causar un daño permanente o algo que lo hiciera jadear de dolor.

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