Tal vez había algo de verdad en el dicho de que las mujeres alcanzan su madurez sexual en la treintena. Dulce Espinoza trató de encender un cigarrillo con mano temblorosa mientras estaba en el aseo de Rage, el club nocturno que estaba de rabiosa actualidad en Albuquerque, Nuevo México, al que sus dos mejores amigas la habían llevado aquella noche. El encendedor que tenía hacía siglos se negaba a producir llama, aunque no le importaba. Últimamente su cuerpo parecía estar produciendo más llamas que mil encendedores.
Por fin una pequeña llama. Dulce aspiró profundamente y se reclinó en el asiento cerrado del retrete y apoyó la cabeza contra los frescos azulejos que tenía detrás. Ella era la primera en admitir que no se creía la historia de lo del reloj biológico. Esa no era la razón por la que se iba a casar con Poncho Herrera una semana después. No era la razón por la que se iba a casar a la edad de treinta años. Sin embargo, le resultaba extraño que últimamente sus hormonas parecieran estar algo descontroladas, provocando en ella todo tipo de decadentes necesidades en las que no había pensado mucho antes. Además, estaban todos los extraños efectos secundarios. Sentía un hormigueo constante en la piel. Tenía los pezones siempre erectos. La cara interna de los muslos parecía generar un calor propio. El simple acto de tomarse una ducha le hacía contemplar el jabón con cierta picardía, lo que prendía en ella el deseo de hacer todo tipo de diabluras con su propio cuerpo.
Miró la brasa del cigarrillo, para pasar a hacerlo lánguidamente sobre los dedos y los brazos. Incluso en aquellos momentos una fina capa de sudor le cubría la piel, aunque el aire acondicionado del hotel que albergaba el club estaba ajustado para compensar el calor que generaban los cuerpos al bailar. Si no hubiera sabido que era imposible, habría pensado que estaba sufriendo los primeros síntomas de la menopausia. Sin embargo, recordaba cuando su madre había comenzado con los sofocos y eso no era lo que a ella le estaba ocurriendo. Blanca Espinoza había estado a punto de convertirse en una maníaca homicida durante aquellos dos años y su nivel de actividad había estado a punto de convertirse en frenético. Dulce, por el contrario, no parecía poder encontrar la suficiente energía como para abrir un tarro de mermelada que llevaba más de un mes en su frigorífico.
Tuvo que admitir que, tal vez, su relación sexual con Poncho, o más bien la falta de ella, tenía en parte la culpa de su situación. Ojalá supiera lo que era...
La puerta del aseo se abrió, dejando paso a los acordes de la música. Dulce se levantó y arrojó el cigarrillo al inodoro, al tiempo que agitaba la mano para hacer que el humo se dispersara. Entonces, alguien llamó a la puerta del aseo. Sabiendo de quién se trataba, Dulce suspiró y abrió la puerta para encontrarse de bruces con su amiga, May Perroni.
-¿No puede una ir al cuarto de baño? -le preguntó Dulce
-¿Estás fumando? Estabas fumando, ¿verdad? ¡Dios mío! ¿Cuándo has empezado con ese hábito tan asqueroso? La gente ahora deja de fumar, no empieza a hacerlo -dijo May, a modo de reprimenda. Entonces, introdujo la mano en su bolso y sacó un frasco de perfume-. Sólo tú eres capaz de meterte en el cuarto de baño a fumar cuando este club está a rebosar de hombres estupendos.
Dulce se irguió y tiró de la cortísima falda de cuero que llevaba, una compra impulsiva que no se había atrevido a ponerse hasta aquella noche. Efectivamente, aquel club estaba repleto de hombres estupendos, razón de más para meterse en el aseo. El cigarrillo que le había pedido a la camarera era sólo una excusa, y el encendedor uno muy viejo que llevaba en el bolso desde que salió brevemente con un fumador. La verdad era que los hombres que había en la pista de baile sólo servían para acrecentar su acalorada condición.
Se dirigió al lavabo y se lavó la cara con, agua fría. May la contempló horrorizada a través del espejo.
-¿Qué pasa? -preguntó Dulce.
-¿Sabes que acabas de estropearte el maquillaje?
Dulce se miró en el espejo. Era verdad ¿Y qué?
No le importaba. No estaba allí para atraer a ninguno de los hombres que allí había. Dentro de siete días, dejaba de estar oficialmente en el mercado. Estaría casada y habría sentado la cabeza, algo que estaba deseando. Tal ver era la luna de miel lo que la tenía tan acalorada y turbada.
-Toma -le dijo May, extendiéndole una polvera.
-No. No quiero que parezca que estoy buscando rollo -respondió Dulce.
-Esta es tu despedida de soltera, cielo. Ése es exactamente el aspecto que debes tener.
Dulce se limpió parte del carmín que su amiga le había puesto. No, no quería que pareciera que estaba buscando una aventura, porque tenía miedo de que si se le acercaba un hombre que estuviera especialmente apetecible, le resultaría imposible no tirarlo al suelo y poseerlo.
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Amante desconocido ***HOT***
RomanceDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...