Extra, capítulo cuatro

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La lluvia que podía observar a través de la ventana tenía toda mi atención. Odiaba encontrarme en ese estado, pensativa y ausente; ajena a todo lo que me rodeaba. La luz de la pantalla iluminaba la cara de Miguel, estaba concentrado en la película a la que ni siquiera le recordaba el nombre, acurrucado bajo mi manta rosa, abrazándome protectoramente.

—¿Te dormiste? —preguntó con voz ronca.

Negué mientras me removía sobre su pecho, buscando inútilmente la posición en la que me sintiera más cómoda —una que nunca encontraba—. Pese al cansancio que sentía, dormirme era casi imposible. Mis cavilaciones y cuestionamientos me habían mantenido despierta desde la noche anterior.

Suspiré mientras desviaba la vista hacia la pequeña mesa frente a nosotros, donde había dejado mi teléfono. El brazo de Miguel tensándose alrededor de mi cintura, apartó mi atención del aparato. Como si intuyera que quería levantarme me apretó con más fuerza, manteniéndome pegada a él.

—Había olvidado que debo de llamar a Mariano. No tardo.

Aquella era una excusa para poner un poco de distancia entre los dos. No me gustaba que me abrazaran de esa forma. Sentirme aprisionada me resultaba asfixiante. Me soltó de inmediato mientras observaba con atención cada uno de mis movimientos. Tomé mi teléfono y caminé directamente hacia mi habitación buscando un momento breve de soledad.

Recorrer mi departamento sin escuchar las voces de Lucy y Mariano era extraño. Ambos se habían marchado, Mariano por reuniones de trabajo en Miami, Lucy para verse con un tipo al que había conocido recientemente.

Tras entrar a mi habitación me senté en la cama sintiéndome agotada de todas las maneras posibles. Habían pasado tantas cosas desde que hablé con Pablo, que procesarlo estaba siendo complicado. Me sentía en medio de un torbellino que me sacudía de un lado a otro sin darme tregua.

Respiré hondo mientras me recostaba por completo en el colchón y desbloqueaba mi teléfono. Desde aquel primer contacto, nuestra comunicación fluyó por encima de cualquier expectativa. En el largo de aquel mes que transcurrió, habíamos intercambiado un sinnúmero de mensajes, muchas notas de voz, unas cuantas fotografías y largas llamadas.

No sabía como sentirme al respecto, la ambigüedad que habitaba en mí, no me permitía tener claro nada. Mi única certeza era lo bien que me hacía escucharlo, pese a la tristeza que suscitaba cada vez que hablábamos. Me encontraba atrapada en la confusión y la melancolía, la misma que estaba a flor de piel y me hacía revivir una y otra vez cada cosa que experimenté con él.

—¡Camila! —gritó Miguel desde la sala.

Cerré los ojos mientras me esforzaba por recomponerme. Aquel día estaba siendo peor que cualquier otro. No podía sacarme a Pablo de la cabeza a pesar de lo mucho que estaba luchando por ello. Asumí que la fecha significativa estaba complicando todo. Tenía la absurda necesidad de abrazarlo y llenarlo de besos mientras le deseaba feliz cumpleaños.

Me levanté de la cama después de leer de nuevo el mensaje que le había enviado en plena madrugada. Escribirle estando tan vulnerable fue una mala idea, sin embargo, no me arrepentía. Tomar mi teléfono a media noche para ser la primera en felicitarlo, fue un impulso que nos generó bienestar a ambos. Lo conocía lo suficiente para tener esa certeza.

—¡Ya voy! —respondí a Miguel que volvió a llamarme.

Me apresuré por llegar a su lado y acomodarme en el mismo sitio en el que me encontraba antes. Miguel intuía que algo me ocurría, sin embargo, no le daba importancia al asunto. Los silencios los llenaba con risas y fiesta a las que me dejaba arrastrar seducida por la falsa sensación de bienestar. El distanciamiento que impuse lo usaba para divertirse con sus amigos, otorgándome el espacio que necesitaba sin necesidad que se lo pidiera.

Malas Decisiones Escenas extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora