Extra, capítulo dieciséis

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La alarma sonaba con insistencia mientras me removía bajo las sábanas, negándome a levantarme. Entre abrí los ojos para apagar aquel sonido molesto con el que siempre iniciaba el día. Pese a lo cálida que estaba la mañana, me encontraba acurrucada en Pablo, sus brazos me envolvían abrazándome por la espalda y su barba hacía cosquillas en mis hombros descubiertos. Suspiré percibiendo como el sueño me atrapaba de nuevo, provocando que mis ojos se cerraran. Mi ensoñación acabó rápido, cuando otro sonido irrumpió el silencio, fue mi teléfono.

—¿Quién molesta a esta hora? —La voz de Pablo sonó más ronca que de costumbre, me odié por experimentar escalofríos al escucharlo. Estaba sensible a todo lo que viniera de él, que estuviera desnudo presionando su erección matutina en mi trasero al descubierto lo ocasionaba.

—No lo sé, duerme.

El brazo que rodeaba mi cintura me arrastró por el colchón, presionándome con más ahínco contra su cuerpo. Pese a mi adormecimiento sentí una punzada intensa entre las piernas en respuesta a aquella cercanía que impuso con naturalidad. Cerré los ojos obligándome a ignorar lo que me rozaba los glúteos. Tras bostezar mi teléfono volvió a sonar. Alargué el brazo y colgué sin intentar averiguar de quien se trataba. Necesitaba un momento más en la cama.

De la nada un repiqueteo llenó la habitación. Me levanté fastidiada para descolgar el teléfono del departamento que era el que estaba sonando. El sonido del contestador se activó y en lugar de quedarme para escuchar lo que tiene que decir el pesado tras la línea, me metí a mi clóset en busca de algo de ropa.

—Camila, ¿puedes darte prisa? ¡Maldita sea! Tengo casi media hora en el estacionamiento esperando por ti. ¡Camila!

Mariano continuó quejándose sin obtener una respuesta de mi parte. Me metí al baño para cepillarme los dientes ignorando todo lo que salía de su boca. Tras enjuagarme volví a clóset. La voz de Mariano se había silenciado, asumí que, había colgado. Seleccioné con paciencia lo que iba a usar para la fiesta de Luciana, sin contar con que mi insistente y maleducado publirrelacionista se iba a atrever a llamar de nuevo.

Maldije en silencio dispuesta a ir a tomar el teléfono, hasta que de la nada el ruido dejó de sonar.

—¡Mariano, vete a la mierda! Déjanos dormir.

Asomé la cabeza en la puerta al escuchar la voz de Pablo. Aún tenía el teléfono inalámbrico en las manos y estaba sentado sobre la cama luciendo enojado. Tras ver el reloj en la mesa de noche se puso de pie y camino en dirección al baño. Mis ojos no se perdieron ningún movimiento de su cuerpo desnudo, hasta que cruzó la puerta privándome de contemplarlo.

Tenía una debilidad por Pablo molesto, me encantaba el rictus que adoptaba su rostro cuando su paciencia se acaba, y la forma en la que las venas de su cuello se remarcaban cuando se contenía para no explotar como lo hacíamos la mayoría de las personas. Verlo en ese estado no era muy común, Pablo controlaba sus emociones negativas, asumí que, de ahí nacía mi gusto retorcido por sus enojos. Quería aprovechar aquella oportunidad, por ello me apresuré eligiendo los zapatos que usaría más tarde además de los accesorios.

Empujé la puerta del baño varios minutos después. Pude ver la silueta de Pablo a través de la mampara. Estaba bajo la ducha permitiendo que el agua cayera sobre su cuerpo mientras pasaba las manos por su cabello, llevándolo hacia atrás. Mariano me estaba esperando en el estacionamiento, tenía un montón de cosas pendientes y elegí quedarme ahí, observándolo con detenimiento, reafirmando lo mucho que me gustaba y lo estimulante que me resultaba contemplarlo así: desnudo, mojado y con el ceño fruncido.

Deslicé la puerta corrediza para colarme dentro de la ducha, su sobresalto me pareció gracioso. Parpadeó varias veces apartando el agua de su rostro para enfocar la mirada en mí. Me acerqué con impaciencia manteniendo una sonrisa en los labios que se borró al hacer contacto con su piel mojada. Me sentí intimidada por Pablo, por su tamaño y sus brazos que me cercaron con fuerza, evitando que me moviera. Mi cara estaba a la altura de su pecho, me sentí más pequeña en ese instante en el que tuve que echar la cabeza hacia atrás para verlo.

Malas Decisiones Escenas extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora