Estaba rodeada del aroma de Pablo, como si todavía estuviera entre sus brazos. Contradictoriamente me encontraba relajada pese al nerviosismo que me invadía. Los largos minutos que pasé pegada a su pecho y, la extensa conversación que estábamos sosteniendo, acabaron con la inquietud que había experimentado.
Su contacto desprendió una calidez que se extendió por todo mi cuerpo. Ridículamente y pese a todas las lágrimas que en algún momento provocó, me sentí en casa en esos minutos en los que me refugié en sus brazos.
Me relamí los labios por instinto, ver los suyos me tenía en ese estado. Las cosas estaban saliendo tan bien que me sentí tonta por dudar en aceptar vernos. El único problema de tenerlo así, de frente, era la forma irracional en la que me atraía. Mi cerebro encontraba atractivo cada gesto que hacía, la forma en la que hablaba, hasta la manera en la que sus labios se apoyaban en la taza de café que tomaba.
Deslicé la vista a nuestras manos que continuaban entrelazadas sobre la mesa. En las casi tres horas que teníamos juntos, Pablo no había dejado de tocarme, su tacto me reconfortaba y asustaba por partes iguales. Temía por la comodidad que me invadía y la necesidad de prolongar aquella sensación.
—Me parece mala idea que estés entrenando el equipo de Lu —comenté siguiendo con nuestra charla.
—¿Por qué? —la pequeña sonrisa en sus labios me entretuvo por un par de segundos.
—Porque sueles exigirle demasiado cuando de ese equipo se trata... Es cierto —afirmé al verlo negar—. Te conviertes en otro cuando el juego comienza. Gritas, reclamas, hasta has insultado a los árbitros. Me imagino el entrenador enfadoso que debes de ser.
—Les tengo mucha paciencia a las niñas. No les exijo más de lo que pueden dar. Son malas, pero disciplinadas. Tienes que ir a uno de los partidos para que nos animes desde las gradas.
Sorbí de nuevo mi café con el único fin de apartar la vista de su rostro. Me estaba coqueteando en todo momento, yo conocía esa sonrisa. No obstante, caía como tonta en cada una de sus provocaciones.
—Animaría a las niñas, no a ti.
—Si eres mi invitada, por cortesía deberías de animarme. Tú no llegarás para verlas jugar a ellas, irás por el entrenador.
—No soy cortés, ya lo sabes.
Mi respuesta pareció fascinarle. Asintió al mismo tiempo que inclinaba la cabeza para besar mi mano que reposaba sobre la suya. Sus muestras de afectos me estaban afectando. Me había desacostumbrado a sus constantes caricias.
—Hablando completamente en serio, Lu estaría encantada de verte en algún partido.
—Lu —me fue inevitable sonreír con la mención de su nombre—, mi consentida está cada día más linda, ya no debería de estar jugando fútbol. ¿Sabes qué quiere modelar? La última vez que vino a visitarme, le enseñé a caminar con tacones. No sabes lo lista que es, aprendió rápido.
—Luciana no tiene edad para algo así. ¿Tacones? Es una niña.
—Ay, ahórrate el discurso, ya me lo dio Nicole... Mírala —dije al mismo tiempo que le entregaba mi teléfono—. Ve su sonrisa, estaba contenta.
—Estaba contenta por estar contigo, no por los zapatos y todas las cosas que le pusiste encima. Belleza —susurró con ese tonito que no me gustaba, cada vez que me hablaba así, me daba la impresión de que tenía que llenarse de paciencia para hablar conmigo.
Contuve la risa al ver su ceño fruncido. Lu estaba ligeramente maquillada en las fotografías que le mostraba, tenía puesto uno de mis vestidos por encima de su ropa y se le veía más alta gracias a mis zapatos altos.
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Malas Decisiones Escenas extra
RomancePablo lidiará con las consecuencias de haber perdido a Camila, mientras ella triunfa y cumple sus sueños. ¿Podrá soportar el éxito de la mujer a la que saboteó y por la que perdió la cabeza? *** Las malas decisiones de Pab...