Extra, capítulo diez

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Pese a que las lágrimas habían dejado de salir, mi cuerpo cada cierto tiempo daba pequeños saltos por los sollozos. Me pasé las manos por la cara desesperada por tranquilizarme. No podía controlar mis emociones, por más esfuerzo que hiciera. Jamás me había pasado algo igual.

La vulnerabilidad en la que me vi envuelta al estar entre los brazos de Pablo, me había dejado en ese estado. Había una mezcla de sensaciones agolpadas en mi pecho que no pude manejar y terminaron rompiéndome. El temor, la incertidumbre, el dolor, la adrenalina y un amor más profundo de lo que pudiera explicar, se desbordaron en forma de llanto.

Era consciente del riesgo que estaba tomando, con Pablo no tenía frenos, me entregaba con la intensidad de todo lo que lo quería. Aquello era sumamente peligroso dado a todo lo que había vivido con él. No obstante, no podía resistirme, lo que sentía era más grande que cualquier miedo.

—Tía Cami, ¿seguro no quieres venir?

—Luego, Lu. —Sonreí para contrarrestar su ceño fruncido, estaba molesta conmigo por no sumarme a lo que ella llamaba diversión. Patalear en el extenso jacuzzi de hidromasaje.

Respiré hondo contemplando la vista que tenía frente a mí. El paisaje a nuestro alrededor me ofrecía una dosis de relajación de la que estaba disfrutando medianamente. La conmoción no me dejaba soltarme del todo, por ello decidí tomarme un momento a solas, mientras Pablo y Luciana se sumergían en un baño relajante, yo permanecía recostada en una de las cómodas sillas que rodeaban el lugar.

—Cami —escucharlo decir mi nombre me hizo reaccionar. Me quité los lentes de sol para observar como se acercaba mientras se pasaba los dedos por el cabello haciéndolo hacia atrás—, ¿estás bien? —cuestionó al estar a unos cuantos pasos.

En lugar de responderle de inmediato, lo contemplé con suma atención. Desde que lo vi en aquella cafetería sentí que mi atracción hacia él se había intensificado. Me gustó la sutil madurez en algunos de sus rasgos, con el paso de los años la virilidad que exudaba se había acentuado, el tiempo que transcurrió sin que lo viera me hicieron que me percatara de ello. Pablo estaba envejeciendo muy bien, y no admitir que me encontraba encantada con ello era una vil mentira.

Me gustaba de una forma carnal casi primitiva. Mi cuerpo reaccionaba a su presencia, su olor y su tacto. No importaba que zona de mi piel tocase, las sensaciones que se desataban evocaban placer.

—Sí —respondí en voz baja. Me moví un poco para que pudiera sentarse a mi lado, percibiendo como su piel mojada rozaba la mía—, ya ni siquiera me duele la cabeza.

—¿Segura? —Asentí mientras él inclinaba el torso, cubriéndome ligeramente con su cuerpo. Le había mentido, no lo estaba—. ¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor?

Que rozara mi boca con la suya me dificultó ordenar mis ideas. Alargué el brazo para sujetarme de sus hombros y atraerlo un poco más. La sensación de hormigueo en los labios aumentó en el momento en que entreabrió los suyos correspondiendo mi beso. Había extrañado mucho besarlo.

—Estoy bien —repetía al romper el contacto—, te expliqué que solo estaba un poco emocional.

—¿No quieres venir con nosotros? —cuestionó tras ofrecerme otro beso breve.

—No, no quiero moverme.

—Volveré con Lu.

—Está bien.

—Te amo —soltó de forma repentina. Su mano sostenía la mía, sus ojos me veían directamente. La tensión en mi garganta hizo que respirar fuera ligeramente doloroso. Odiaba encontrarme así de sensible, sentía estar a nada de llorar—, muchísimo —agregó—. Todo va a salir bien, sé que te cuesta creerlo, pero así será. Confío mucho en los dos, tengo la certeza que nos esforzaremos para que todo marche de la mejor manera.

Malas Decisiones Escenas extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora