Vidorra

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Estábamos en la cena de la boda, debían de estar cerca de las seis de la tarde. No podía disfrutar mucho de esto, ¿Quién podría? Lo único que pasaba por mi mente era el rostro de Ryan antes de irme. Nunca le había visto tan acongojado, intentando mostrar una sonrisa, le era tan difícil que su rostro temblaba. Su cabeza calva iluminaba y siempre bromeábamos acerca de ello pero nunca supe si realmente le dolía.

Sabía que quizás estaba viendo un punto muerto, estaba perdida en mi mente, en las nubes sin necesidad de drogas y esto apesta. Tenía una copa de vino en mi mano que ni siquiera había sido degustada. Quizás estaba así por media hora y la gente no se había dado cuenta, o si lo hicieron y me llaman loca.

-Marena -me susurró Alejandro pero no podía volver la vista-. ¡Marena! -Esta vez gritó.

- ¿Qué? -dije volviendo al mundo real me volví a él-. ¿Qué sucede?

-Sonríe -dijo Alejandro mostrando sus dientes-, Nathalia te está viendo.

No estaba preocupada por disimular. Volví la mirada a la mesa de los novios donde estaban con sus padres y ellos en el medio. Nathalia me veía con angustia. Estaba preocupada. Le sonreí y ella hizo lo mismo a la vez que asentía, ella sabía que yo no estaba bien.

Ella volvió su cabeza diciéndole algo a James en el oído y este río entre dientes, él tocó su mano y quizás entablaron una conversación acerca de otro asunto. Yo volví con Alejandro.

-Recuerda que es el día de Nathalia -dijo él tomando un sorbo de su vino. Ni siquiera tenía ganas de beber-, sabes cómo se pone cuando nada sale bien.

-Sí -dije entre risas y dejé la copa encima de la mesa.

Estábamos sentados en una mesa circular de mantel blanco y lazos adornándolo como todas las sillas. Una mesa gigantesca estaba en un extremo elevado para poder tener mejor vista de los invitados. Allí era donde se encontraba Nathalia con sus padres y al lado de ella estaba James con sus padres.

Había una araña de diamantes en el techo de madera iluminando nuestra cena y dándole un toque de fantasía. Era oscuro y la luna resplandecía en su punto más alto. El bosque se veía tenebroso cuando era de noche y esta fiesta iba para más.

-Sé en lo que estás pensando -dijo Alejandro con melancolía-, y créeme que él estará bien.

-No, Alejandro -dijo viendo mi regazo. Mi vestido seguía igual de pulcro y planchad porque no me había parado a bailar o para tomar pedazos de comida, nada, estaba sentada toda la puta fiesta-, no está bien. Lo vi ayer y estaba horrible. Parecía decirme que hoy era su fin, que no podía más.

-Entonces está peor que nunca -dijo Alejandro y tomó mi mano porque sabía que eso me destruyó por completo. El siempre nos decía que se le hacía complicado sonreír delante de ti fingiendo que estaba bien, pero en realidad estaba más que dolido. Con nosotros siempre estuvo horrible, nunca reía, o nunca se levantaba de su cama, no recuerdo su risa, Marena.

Ahora me sentía peor. Fingía sentirse bien solo para no herir mis sentimientos no había nada que destruir, ya estaban muertos. Mi Ryan estaba enfermo, tenía que dejarlo ir. Esto lo está matando y una parte de mí también.

-Lo quiero conmigo, Alejandro, lo quiero ahora -dije con un nudo en mi garganta.

Alejandro me observaba a los ojos con lastima, incluso le daba lástima. Suspiró y tomó aire. Estrujó más mi mano y no me dolía, el dolor se había ido de mí para siempre.

-Mañana iremos a visitarlo ¿De acuerdo? -Dijo Alejandro con una sonrisa acongojada.

Asentí.

-No es por entrometerme ni nada -dijo Cody y ambos acaparamos nuestra atención en él-, pero ¿Quieren fumar?

Nicotina © [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora