Capítulo 3

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Cuando Donata nos ve aparecer, sacudiendo una alfombra por una de las ventanas, da un respingo y entra en casa. Después se esconde. No sé dónde. Nunca he averiguado por dónde se escabulle el servicio cuando adivinan la tormenta que se asoma por el horizonte.

Yo también lo hago, por supuesto. Huir. Puedo ocultarle a mi madre un número indeterminado de veces que sé dónde están los agujeros dónde a mi hermano le encanta desinhibirse. Puedo ir a buscarlo y recoger sus restos para traerlo a casa. No voy a fallarle, es mi hermano. Tampoco voy a venderlo. No voy a traicionarle. Sigue siendo mi hermano. Pero cuando está aquí, cuando está en casa, cuando está a salvo, es su turno. Es su batalla. Así que cuando mi madre y yo nos cruzamos en las escaleras, cuando ella me mira de esa forma desafiante, yo clavo la vista en el mármol y termino de subir al segundo piso. Y antes incluso de que pueda cerrar la puerta, ya se escuchan los gritos.

«¡Vas a buscarle la ruina social a esta familia!»

Mi hermano suele guardar silencio los primeros minutos de conversación. Deja que mi madre se desahogue mientras se sirve un vino, y luego musita una especie de disculpa que ni siquiera se esfuerza en que suene real.

«¡La palabra "perdón" no existe en tu vocabulario, así que no intentes engañarme!»

Los Fanucci no gozamos de mucha paciencia. Es una virtud maravillosa que ninguno de los hijos ha heredado. Así que con una mecha tan corta, no se necesita mucho fuego para que Luca estalle. Y él tiene su discurso muy aprendido. Que por mucho que insista no va a casarse... Que no quiere atarse... Que es joven... Que quiere ser feliz y ella no se lo permite... Que el mundo está lleno de posibilidades... Que quiere hacer tal, que quiere hacer pascual... Que quiere ir allí, que quiere viajar hasta allá... Luca siempre dice tener muchos planes, y mi madre no se opondría a que se marchase a Inglaterra o a Francia una temporada, pero al final... Al final Luca siempre termina en el mismo bar clandestino, peleándose por una cerveza, con un ojo morado, fumando opio con unos desconocidos.

« ¡Ese es tu problema! ¡Solo importa lo que tú quieres! ¿Verdad? ¿Y qué pasa con los intereses familiares? ¡Vas a conseguir que ninguna de tus hermanas se case! Mírate. Si tu padre te viera en este estado... ¿Dónde está el resto de tu ropa? ¡Me vas matar!»

Ese ¡Me vas a matar! Suele ser indicativo del final de la conversación. Con el sonido de un par de zapatos furiosos, mi madre sube a su habitación y da un portazo. Probablemente se pase un par de horas ahí encerrada, sin dejar que ni la familia ni el servicio entre. Dará uso a esa botella que cree que nadie sabe que esconde detrás del tocador y después, cuando sea de noche, bajará a oxigenar la tierra del jardín.

Luca pasa por delante de mi puerta, emitiendo un sonoro suspiro, y luego se encierra muy despacio en su dormitorio. 

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora