Capítulo 32

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En mi dormitorio, ese tipo de espacio seguro que todo el mundo tiene en algún momento de su existencia, Mattia me desabrocha el corsé que mi madre tanto ha insistido en apretar. Y cuando me libera, al tiempo que tomo aire, me besa la espalda y empuja mi vestido desde los hombros, pasando por mis caderas, hasta llegar al suelo. Cae como una losa. Empapado y goteando entre los listones de madera. Allí, sobre la alfombra y junto al calor de la chimenea encendida, Mattia y yo volvemos a hacer el amor una vez más. Esa sensación de regocijo pleno se repite una y otra y otra vez, y durante un instante me pregunto si algún día llegaría a agotarse. Y sin poderlo evitar, mientras sus manos se deslizan por mi cuerpo y susurra cosas en mí oído, en mi cabeza solo escucho mi propia voz, verbalizando esas dudas. Esas preguntas.

Cuando se recuesta sobre la alfombra ve, en un libro, la carta sin abrir de Milo.

—¿Qué es?

Se la quito de los dedos, como si fuera un tesoro que quisiera proteger, y después de guardarla en mi mesilla vuelvo a su lado. Él, consciente de que me esconde muchas más cosas de las que le escondo yo a él, no dice nada. Pero cuando me mira, ve algo distinto que le hace preguntar:

—¿Qué ocurre?

—¿Cuál es tu plan? Con el cardenal. ¿Qué tienes planeado?

Parece dudar. El pelo húmedo le cae sobre la frente, y él se lo aparta.

—Es mejor que no lo sepas.

—Quiero saberlo.

—Voy a matarlo, Sienna.

El corazón se me detiene un instante. Había pensado en muchas cosas, muchos tipos de venganza, pero jamás llegué a imaginar que a Mattia se le pasara por la cabeza apretar un arma y asesinar a un hombre.

—¿Matarlo?- murmullo.

—Él asesinó a mis padres. ¿No crees que merece la misma justicia?

—Eso no es justicia, es venganza.

Le miro.

—¿Alguna vez has matado a alguien?

—No.

—¿Y qué hay de Sante? ¿Sabe lo que te propones?

—No. Y es mejor que no lo sepa.

—¿Entonces qué? ¿Vas a atentar contra su vida mientras pasee por la ciudad? ¿Cómo un fanático?

—No. ¿Me crees tan estúpido?

—¿Entonces que pretendes?

—Le citaré en el campo, lejos de la ciudad. Vendrá. Tengo sus cartas. En ellas escribe a un amigo suyo del Vaticano, confesándose sobre sus... Pecados. Te lo aseguro, acudirá. Jamás permitiría que esas cartas se difundieran. Sería su ruina.

—Pues difúndelas. Le apartarán del Vaticano. Dejará de tener influencia, amigos, poder y riqueza. Su vida se acabará. ¿No es esa suficiente justicia?

—No.

—Pero, ¿y si va con la guardia? ¿Y si intenta detenerte? O peor, ¿y si intenta matarte?

—Si no vuelvo, Sante enviará las cartas al periódico.

—¿Y luego? ¿Cuándo acabes? ¿Después qué?

Observo el reflejo de las llamas en sus ojos.

—Te marcharás -murmullo.

—No puedo quedarme en Venecia después de lo que voy a hacer.

—¡No tienes por qué hacerlo!

—Es lo que debo.

—No, es lo que has decidido.

Aparto la mirada y me tomo un instante.

—Ibas a irte sin decírmelo.

—¿Qué pretendes? ¿Qué te pida que vengas conmigo? ¿Cómo quieres que te haga algo así? ¡Me perseguirán! ¡Terminarán sabiendo que fui yo!

—¡Pero no tienes porqué matarlo! Envía esas cartas al Vaticano, luego nos marcharemos. A dónde sea.

Mattia niega con la cabeza. Me da la espalda. ¿Cómo alguien tan inteligente puede ser también tan necio? Me recuesto sobre la alfombra, consciente de que no va a cambiar de idea. ¿Por qué va a hacerlo? Lleva diez años de dolor en su pecho. Yo solo he sido un bache en su plan. Un plan que lleva en su cabeza desde hace una década. ¿Y ahora va a lanzarlo todo por la borda? ¿Por mí?

—Deberías marcharte – murmullo envolviéndome con la sábana -. Mi familia no tardará en volver.

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora