Cuando mi madre se atreve por fin a llamar a mi puerta ha pasado un día entero.
—Adelante.
Abre con mucho cuidado, y aunque en un principio parece querer entrar, al final se decide por quedarse en el marco de la puerta.
—Ha venido el señor Luciano.
Como no continúa, la miro.
—¿Y?
—Nos ha invitado a todos a la ópera esta noche. También estarán sus padres. Por lo visto ha llegado a Venecia un cantante excepcional que...
—Muy bien.
Paso la hoja de mi libro. He arrastrado el butacón hasta el balcón, porque la discusión se ha dilatado de tal forma que al final la guardia ha tenido que intervenir. Después, cuando todo se ha disipado, he descubierto que es un buen sitio para leer. El sol de la tarde cae justo ahí. ¿Por qué nunca he deparado en ello?
—¿Va todo bien, querida?
—Todo va bien.
—Llegaste muy enfadada de tu paseo con el señor Luciano. ¿Es que ocurrió algo? ¿Dijo o hizo algo que...?
—No.
—No me has dejado terminar.
—No ocurrió nada, ni dijo o hizo algo que me ofendiera.
Da un paso hacia delante.
—Sea lo que sea que ocurra, puedes contármelo.
La miro, y aunque me sonríe un poco al final desisto. Ya he intentado tener esta conversación con ella en otras ocasiones. Yo trato de hacerla entrar en razón y ella no cambia de idea. Discutimos. Nos enfadamos. Y dejamos de hablar durante unos días hasta que todo vuelve a la normalidad. Diga lo que diga, intente lo que intente, ella siempre terminará la conversación con un: «Te casarás al terminar la temporada y punto. Y si no quieres, ¡ya sabes lo que te espera! ¡Te marcharás de Venecia!» Y aunque aquella amenaza me aterrorizaba por entonces, la sombra del matrimonio me acecha de tal manera que he empezado a perderle el miedo. Si todo el mundo puede marcharse, si todo el mundo supera esa prueba, ¿por qué no iba a poder hacerlo yo también?
—No ocurre nada, mamá. ¿Necesitas algo más?
Parece dudar.
—Mañana viene la modista, para vuestros vestidos del baile.
—Muy bien.
—¿Te gustaría llevar algún color en concreto?
—No.
—¿Seguro?
—Cualquiera está bien. Que Lucrecia decida por mí.
—De acuerdo. Te dejo, entonces.
Y cerrando la puerta con cuidado, la escucho alejarse por el pasillo.
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Lucrecia está encantada con la idea de ir a la ópera. Le parece, según sus propias palabras, que tiene «muchísima clase». Incluso ha recortado la hoja de periódico dónde viene, en letras muy grandes, publicado la noticia de que:
¡Esta noche, aquí, en Venecia, el cantante de ópera más grande que jamás ha existido!
Y luego un texto larguísimo destacando su trayectoria y su exitosa carrera a lo largo y ancho del continente.
—Todo el mundo estará allí – dice mi madre -. Nadie quiere perdérselo.
—Pero si a nadie le gusta la ópera. Ver a un tipo gordo cantar es lo más aburrido que puede presentarse en un teatro.
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Sienna
Ficción históricaEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...