Capítulo 26

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Mi madre está tan inmersa en la celebración de su propio baile que casi olvida la boda de Favio La Duca. Todavía está resentida, así que ni siquiera nos manda hacer vestidos nuevos. Lucrecia se queja, echándose a llorar, porque dice que todas sus amigas llevarán un vestido nuevo menos ella.

—¡Así es la vida! ¡No siempre se puede tener todo lo que se quiere!

—¡Pero tú si puedes tener esas estúpidas flores moradas para tu baile!

—¡Este baile es importante! ¡Para todos!

—¡Esta es la boda más importante del año!

—¡La boda más importante del año será la de tu hermana!

Cuando a Lucrecia se le acaban las lágrimas, berrea y berrea sin parar hasta que Donata, que desde que conoce que su hermana se fugó misteriosamente del convento parece tener una aptitud más animada ante la vida, la convence para dar algún toque original a su vestido que lo haga parecer nuevo.

—¿Qué clase de "toque"? – pregunta ella.

—Dejaremos volar la imaginación, ¿de acuerdo?

Lucrecia no parece muy convencida, pero no le queda otra opción, así que claudica. Sube a su cuarto junto a Donata, y ahí se quedan el resto de la mañana.

—No debería ir, madre.

—¡Luca Fanucci! ¡Por supuesto que irás!

Mi hermano, de pie delante del espejo que hay sobre la chimenea, se prueba las muestras de flores que le han traído a mi madre y que se coloca detrás de la oreja.

—Favio y yo tenemos una relación pésima, mamá. Me cae mal. Es más, diría que me cae fatal. Es un imbécil. No sé cómo Sienna pudo tener una relación con él.

Mi madre le lanza un librillo con muestras de telas y después le señala, amenazante.

—No vuelvas a decir eso en esta casa.

—Lo siento. Por Dios, madre, necesitas tranquilizarte.

—¡Vosotros me ponéis nerviosa! ¡Me vais a provocar un infarto! ¡Vais a acabar con vuestra madre! ¿Es eso lo que queréis?

—Bueno, ¿puedo entonces no ir?

—Irás.

—Madre...

—Si rechazamos su invitación será peor, ¿es que no lo entiendes? Nuestra ausencia dará más que hablar que nuestra presencia.

—A mí es que me da lo mismo, madre.

—Pero a mí no, porque es evidente que soy la única que vela por el buen nombre de esta familia. Vamos a ir, y no se hable más. Mira, mira a tu hermana. Más debería incomodarle a ella y mírala, no se ha quejado ni un poquito. ¡Sienna! ¡Deja de comer bollitos! ¡Al final no vas a entrar en tu vestido!

—Gracias, madre.

Mi hermano se pasea arriba y abajo con las manos entrelazadas en la espalda.

—Tía Licia no va a ir.

—Porque no la han invitado.

—Tampoco hubiera ido – añado – si lo hubieran hecho.

—Ya sabemos la opinión que tiene vuestra tía de las bodas... Fijaos, ni siquiera ella quiso celebrar la suya...

Se ríe, pero solo lo hace ella.

—Porque no quiso – digo desde la distancia.

—¡Por supuesto! Mejor morir sola...

Me levanto, y descalza, abro las puertas que dan al jardín.

—Los casados viven menos, mamá. El aburrimiento mata.

Al final todos vamos a la boda, por supuesto. La señora La Duca consigue que el dux permita que su hijo se case en la basílica de San Marcos, lo que irrita de sobremanera a la señora Manna. «¡Lo que hace tener buenas amistades!», murmulla. Se dice que en un principio iba a ser el cardenal quien oficiara la boda, pero dadas las últimas novedades respecto a su escandalosa actuación con la joven Fanucci... Los La Duca han decidido optar por el padre Romo, lo que imagino que no habrá gustado nada al cardenal, porque a él le encanta ser el protagonista y el centro de las miradas.

El padre Romo se pasea por la plaza y saluda a todo el mundo cariñosamente. La señora La Duca, que lo acompaña, fuerza una sonrisa y dice a nuestro encuentro:

—Me alegro de verlos, Fanucci.

—Igualmente, señora La Duca. Hace un día espléndido para una boda.

—Sí... Creo que va a ser un día estupendo. Sienna, ¿cómo estás?

—Estoy bien, gracias señora La Duca.

—He escuchado esa historia sobre el cardenal... - se lleva la mano al pecho – Me ha escandalizado de sobre manera, esa acusación sin ningún tipo de fundamento... Quiero que sepas que le he expresado mí disgusto al dux.

—Se lo agradecemos – mi madre contesta por mí.

—Gracias por invitarnos – dice Luca -, nos encanta estar aquí.

La señora La Duca sonríe, hace una leve reverencia, y cuando se aleja mi madre le da un codazo a Luca.

—¡Pero qué te pasa!

La ceremonia transcurre tranquila, sin muchos altibajos. La prometida se tropieza al llegar al altar, pero su padre la echa una mano y en seguida se recompone. En la banda, un violín pierde el ritmo un instante. Y el padre Romo se salta una línea de su Biblia. Se disculpa, y luego recupera el ritmo. El resto de la ceremonia, un completo y absoluto aburrimiento.

—Esto es un infierno – me murmulla Luca.

—Lo sé.

Al salir los invitados se arremolinan en la entrada para tirar arroz y lentejas. Un par de monaguillos esperan a que los recién casados salgan para soltar las palomas.

—Ha sido horrible – dice Livia.

—No han sonreído en ningún momento – añade Milena.

— ¿Y qué hay del vestido?

—Ni siquiera se quieren.

—Qué triste acabar así.

Nos han empujado hasta una segunda fila, desde dónde vemos la salida con dificultad. Cuando al final las puertas se abren y los novios abandonan la basílica, las jaulas se abren y las palomas echan a volar en medio de una lluvia de arroz y lentejas. Los novios saludan, abriéndose paso con dificultad, y en ese instante una paloma que sobrevuela a Favio La Duca le caga sobre la cabeza.

–¡No puede ser! – grita Milena.

Favio suelta el brazo de su esposa en un intento desesperado de limpiarse con un pañuelo, pero muy a su pesar, lo único que consigue es esparcirse más esa sopa blanquecina y amarilla por todo el pelo. Sin poder evitar echarme a reír, Livia murmulla:

—¡Me pregunto si las ancianas tienen algún refrán para esto!

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora