Capítulo 38

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Cuando mi hermano y yo volvemos a casa mi madre se echa a llorar. Todavía quedan los restos del baile dispersos por todas partes, copas y canapés. Llora y llora sin parar, y ahí de pie, sé que ese sonido angustioso me acompañará para siempre.

El servicio acude a su inagotable llanto, alerta, y cuando Gonzo nos ve ahí de pie parece confuso y aliviado al mismo tiempo. Probablemente lo tenía ya todo listo para su asalto. Lo hubiera hecho. Es un buen hombre. De palabra. No ha terminado la mañana cuando me reúno con él junto a las góndolas y le explico lo que ha ocurrido. Bueno, le cuento solo una parte. Que el cardenal aceptó firmar el perdón eclesiástico y que, escuche lo que escuche sobre su destino, debe saber que yo no he tenido nada que ver. Y aunque es la más absoluta y certera verdad, todavía siento su sangre debajo de las uñas y entre los dedos. Su mirada vacía. Su último aliento. Nunca antes había visto morir a alguien. Ver como la vida abandonaba su cuerpo. Quizá, en algún momento, cuando sea una anciana y mi vida se resuma a ver el día pasar a través de la ventana, ese recuerdo ya no acuda a mi mente. Quizá consiga olvidarlo. O quizá no lo haga nunca.

No tardan mucho en descubrir su cuerpo. Horas después de sacar de la penitenciaria a mi hermano, mientras comemos, Donata llega cargada con la compra y con la noticia que ha escuchado en el mercado.

—¡Lo han matado! – dice - ¡No saben quién ha sido, pero han descubierto una carta que lo citaba en Campo Santo, así que la guardia piensa que ha sido una venganza, o un ajuste de cuentas, o dios sabe qué...!

Lo comentan sorprendidos, pero nadie parece lamentar su pérdida.

—Ya sabíamos que no era trigo limpio...

—Y como se comportó con Sienna...

—Parecía un hombre muy vengativo, no me sorprende que tuviera muchos enemigos...

No era un buen hombre, y aun así siento que la justicia se aleja mucho de arrebatarle la vida a una persona que te ha defenestrado. Quizá, simplemente, no he sentido el dolor de ver como alguien querido me era arrebatado injustamente de las manos. Quizá, si el cuerpo de mi hermano hubiera colgado de un árbol esta noche, yo mismo hubiera disparado al cardenal. Quizá, si le hubiera hecho saber a Mattia... Quizá... Qué palabra tan peligrosa. Te hace abrir la mente a posibilidades que no han ocurrido, que podrían haber ocurrido pero que, simplemente, no ocurrieron. Que no ocurrirán. Porque todos tomamos decisiones. Perdonar y olvidar es una tarea ardua, complicada, con vaivenes. Como quien intenta alejarse de un vicio. Mattia decidió sentir el alivio momentáneo de la venganza en vez del sufrimiento diario que provoca el recuerdo de un asunto pendiente. Quizá la paz de sentir que su venganza ha sido completada es mayor que la paz que sentiría al verme, en su cama, cada mañana. Quizá, simplemente... Quizá... Quizá...

Mi madre se recompone en seguida de lo ocurrido con mi hermano. No quiere saber por qué lo detuvieron, o cómo lo saqué de la penitenciaria. No quiere conocer mi paradero durante toda aquella noche, ni mucho menos quiere saber si hay alguna relación entre mi hermano, la muerte del cardenal y yo. Mi madre no quiere saber muchas cosas, y al final, termina no sabiendo nada. Quiere creer que pagué una gran cantidad de dinero y conseguí así su liberación. ¿La herida de mi labio? Tampoco quiere conocer detalles al respecto. ¿Por qué ese vestido tan caro que encargó para mí tiene barro hasta la altura de las rodillas? No parece importarle. Mi hermana sí trata de sonsacarme información. También mi hermano. Pero decido que es mejor que no sepan nada. Lo que ocurrió en Campo Santo solo lo sabremos Mattia, el cardenal y yo. Y quizá, con el tiempo, si el recuerdo desaparece, también lo hagan las personas involucradas en él.

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Solo espera un día. Por la mañana, cuando estamos desayunando, dice:

—He organizado una reunión con los Luciano. Será una buena oportunidad para inventarnos una historia y explicar qué ocurrió...

Bueno, antes mi hermana estaba hablando sobre esa obra de teatro que está escribiendo. Y no es que se haya atrevido a contarlo, es que ayer por la mañana, mientras yo luchaba por la liberación de mi hermano, mi madre entró en el cuarto de Lucrecia sin llamar y la vio ahí, escribiendo sin parar. Así que la verdad salió a la luz y mi madre se llevó un disgusto tremendo:

—¡No dramatices, madre! ¡Hoy en día todo el mundo escribe! ¡Incluso las sirvientas!

Y supongo que ella estaba tan preocupada con otros asuntos que, para evitar un drama, lo dejó pasar. Y ahora mi hermana habla y habla mientras desayuna con total libertad sobre una obra ambientada en la Edad Media en la que hay caballeros y guerras y un fantasma. Y aunque tiene un cierto parecido a la trama de Macbeth, obra que leímos juntas cuando era una niña, prefiero no decir nada.

—Y Donata será Selma, y Gonzo será su marido, Leo. Y Enzo...

Y ahí es cuando mi madre la interrumpe y dice:

—Muy bien, querida, pero tenemos que hablar de algo más importante. Sienna, he organizado una reunión con los Luciano. Será una buena oportunidad para inventarnos una historia y explicar qué ocurrió... Estoy segura de que si somos convincentes, no nos lo tendrán en cuenta y todo seguirá su curso.

Dejo el tenedor sobre la mesa. Iba a ocurrir. Lo sabía. Tan inevitable como que la marea baje, exponiendo a los cangrejos, sabía que mi madre iba a tratar el tema en cuanto el trauma inicial pasase. También sabía que no tardaría mucho tiempo en hacerlo, y por eso mismo me he pasado toda la noche arriba y abajo. Pensando. Que peligroso que es pensar...

He hablado mucho con mi tía durante estos días. Desde aquella conversación con Mattia en la que supe que su plan no iba de mi mano he intentado insuflarme un valor del que creía que disponía. Pero resulta que no, que no soy tan valiente como pensaba, porque cada vez que mi tía me daba opciones para evitar el matrimonio yo me echaba a temblar. Irme lejos, muy lejos. O simplemente marcharme a Roma. Florencia. Turín. Marcharme de mi mundo. De mi pequeño mundo de canales. El único que he conocido en toda mi vida. Pero ha llegado el momento. El momento de ser valiente.

—Lo siento mucho, madre.

—Ya hemos hablado sobre eso. La gente chismorreará un tiempo sobre el baile, pero al final terminará pasando...

Como mantengo la mirada clavada en mi plato y las manos tensas sosteniendo el mantel, mi madre pregunta:

—¿Qué ocurre?

—He decidido...

—Sienna, no sigas.

—Voy a marcharme – cuando lo digo, esas tres simples palabras, siento tal liberación que me veo con la capacidad de añadir algo más- . Un tiempo. Una temporada.

—¿Qué?

—He hablado con tía Licia, me ha ofrecido...

—¿Marcharte una temporada? ¡Estás a punto de casarte, Sienna!

—No quiero casarme, madre. No voy a casarme con un hombre al que no quiero. El señor Luciano y yo no estamos comprometidos, por lo que aún soy libre de hacer lo que quiera. Y eso es lo que quiero – carraspeo un instante -. Marcharme. Voy a irme. Eso es lo que va a ocurrir.

Con cara de espanto, mi madre me mira con la boca desencajada. Mi hermana mantiene su tenedor a medio camino entre su boca y el plato. Y Luca, que aún no parece muy recuperado de su estancia en prisión, se limpia con la servilleta. Y yo... Bueno, yo siento como si la piedra que llevaba atada al tobillo me libera por fin.

Miro a nuestra madre. Me gustaría alargar la mano y tomar la suya, pero me da miedo que la aparte.

—Siento no ser la hija que esperabas, mamá. Lo siento de verdad. Pero no estoy preparada para las responsabilidades con las que quieres que me comprometa. Lo estaré algún día, pero me temo que ese día no es hoy.

Doblo la servilleta.

—Me marcho mañana. Tía Licia lo ha arreglado todo. Siento comunicarlo con tan poco margen, pero todo ha ocurrido muy deprisa. Estoy segura de que serás capaz de dar una explicación convincente de mi ausencia a todos nuestros amigos. Ahora, si me perdonáis, voy a subir a empaquetar mis cosas. 

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora