Capítulo 39

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Asomada por la ventana del carruaje de mi tía, contemplo a mi familia hacerse cada vez más y más pequeña. Me observan, desde la distancia, con los hombros caídos y el gesto fúnebre.

—Lo superarán – dice mi tía.

—¿Y yo?

Volveré. Es la palabra que más he repetido desde ayer. A Lucrecia, para que dejara de llorar y de perseguirme por todas partes para suplicarme que no me fuera. « ¿Qué voy a hacer yo ahora?» « ¿Quién va a controlar a Luca?» « ¿Quién va a aconsejarme?» Como si yo fuera la más indicada para dar consejos. A Luca, que no deja de preguntarme quién le sacará de sus líos ahora. «Si se va mi Fanucci favorita, ¿qué voy a hacer?» « ¡Si te vas, volverá a intentar buscarme esposa, Sienna!» Y a mi madre, en un intento de que no siguiera enfadada en el momento de marcharme, le repito una y otra vez que volveré. Pero no lo he conseguido. Ni que Lucrecia dejara de llorar, ni que mi madre dejara de estar enfadada, ni que, en realidad, me crean. Piensan que no voy a volver. Pero volveré, claro que volveré. ¡Es Venecia! ¡Es mi vida! Es mi familia, son mis amigos. Pero siento que no es el momento de tantas cosas... Y que sí lo es de otras muchas...

Cuando los caballos se ponen en marcha me despido con la mano una última vez. Cuando vuelvo al interior del carruaje una lágrima empapa mi mejilla. Yo la recojo en seguida, pero mi tía me da un par de palmaditas en la rodilla.

—Es normal, querida. No te avergüences.

Y lloro, a cascadas, de forma incontrolable hasta que las lágrimas me arañan la garganta y llorar me duele.

Cuando llegamos al puerto de Chioggia, rodeadas de pescado muerto y marineros peludos, yo ya siento un pánico terrible. Mi tía me señala a un grupo de muchachos y de muchachas que se arremolinan en el muelle.

—Vas a aprender mucho – dice -. ¡Qué maravilloso orgullo sentí cuando los duques me hablaron de ese liceo que han puesto en marcha! ¡Era mi idea! ¿Te acuerdas que te lo conté? Les dije, «que estupendo sería que los chicos que tienen más intereses aparte del matrimonio tuvieran un lugar dónde charlar, aprender, formarse... ¡Y vosotros tenéis tanto espacio por aquí...! ¡Con estos jardines tan maravillosos...! ¡Y el mar empapando vuestras ventanas...!» ¡Y ahora mira! Aprenderás sobre filosofía, de arte, de historia... Ay, Sienna, vas a ser muy feliz. Lo sé. La época que estás a punto de vivir la recordarás el resto de tu vida, te lo aseguro.

Miro por la ventanilla, arañando mi vestido.

—Milo está deseando que llegues.

Mi tía me abraza. Luego le dice a su servicio que cargue mi equipaje en el barco, una pequeña nave de velas blancas que se bambolea sobre el agua. Cuando bajo del carruaje, mi tía me mira desde el interior.

—Escríbenos. Escríbenos mucho, ¿de acuerdo? Yo cuidaré de Luca. ¡Y hasta de Lucrecia si tu madre me deja! Diviértete. Aprende. ¡Sé feliz! Ahora ve, preséntate a tus compañeros.

Camino hacia allí, y cuando ese grupito de chicos de todo el país que esperan a embarcar se vuelven hacia mí, me saludan alegremente todos a la vez, diciendo sus nombres cada uno a un volumen distinto. Cuando me vuelvo hacía tía Licia, su carruaje ya se ha puesto en marcha. Se asoma por la ventana, se despide con la mano, y yo me despido también. Pero no para siempre.

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora