Capítulo 34

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El baile de los Fanucci llega después de unas interminables semanas de preparativos en los que mi madre casi provoca que el servicio dimita. Ha cambiado de opinión tantas veces que al final ni siquiera recuerda que su última decisión es también la primera que tomó. Y cuando apenas quedan unas horas para que comience, se pasea por el salón con la pobre Donata pisándole los talones, esforzándose mucho por complacer los deseos de mi madre.

«Donata, creo que es mejor que los jarrones no lleven los claveles. Sácalos de todos y deshazte de ellos.

—¿Deshacerme? ¿Cómo?

—No lo sé, lánzalos al canal. Lo que sea, me da lo mismo.

—Muy bien, señora Fanucci.»

«Donata, he decidido que las servilletas, en vez de estar dobladas con forma de cisne, se doblen de la forma clásica, rectangulares.

—Pero señora Fanucci, apenas quedan dos horas para que comience el baile, no sé si dará tiempo...

—¡Tiempo discutiéndolo, tiempo que podrías estar haciendo lo que te pido!

—Por supuesto, señora Fanucci.»

Cuando paso por la cocina los escucho bromear en voz baja:

—Espero que cuando la señorita Sienna se case... ¡Me lleve con ella!

Y todos se ríen, con el sonido de las ollas hirviendo y los cuchillos cortando sobre las tablas de madera.

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Sentada frente a mi tocador, mientras Donata le da los últimos retoques a mi recogido toqueteo la carta de Milo. Todavía no la he abierto. No sé por qué. Me provoca una extraña presión en el pecho el pensar en hacerlo. Es casi como si temiera lo que fuera a encontrar en su interior, pero lo más probable es que simplemente sea una carta de cortés agradecimiento. Sí, debe ser eso. ¿Qué sino? Ahora que se ha marchado, cuando pienso en él lo veo en mi mente como si fuera un recuerdo dulce y lejano. Luz en una época de oscura incertidumbre. Alguien que conocí hace mucho tiempo y que no aprecié como debí de haberlo hecho. Alguien con el que no aproveché el tiempo. Sus enormes ojos azules y esa bonita y risueña sonrisa. Tan puro... Tan diferente a Venecia y los venecianos... Es como cuando pasas por una época turbulenta, dónde todo cambia tan rápido que no llegas a adaptarte a nada, y cuando al final todo pasa y echas la vista atrás y... Te das cuenta de que algo estuvo ahí siempre, acompañándote de manera imperturbable. Ese es Milo. Ajeno a todo. Libre. Ahí, en el poco espacio que Mattia ha dejado libre en mi corazón, siento que hay un hueco para Milo que se ha ganado a base de conversaciones sobre arquitectura, historia, filosofía... ¡Qué tonta he sido y que ciega he estado! Un hombre como Milo jamás se hubiera interesado por mí, pero de haber podido elegir, seguramente preferiría que fuera él quien me hubiera roto el corazón... Y no Mattia.

—¿Es de un amigo, señorita?

Donata me mira interrogante a través del reflejo del espejo. Yo asiento.

—Yo tuve un amigo que también me enviaba cartas. Una por semana.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

—¿Y qué pasó?

—Me casé con él.

Abro la carta con el sonido de su voz de fondo diciendo:

—Los amigos siempre terminan siendo los mejores esposos.

Donata se detiene un instante para echar la vista atrás, cuando su marido aún vivía. Tiempos mejores, supongo, porque suspira melancólicamente y vuelve a su tarea.

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora