Cuando el sol comienza a aparecer sobre los tejados de las casas más altas, la ciudad recupera su aspecto habitual. Las clases se dividen en sus distritos habituales y esas fronteras invisibles vuelven a establecerse. El único vestigio que queda de la noche pasada, el único recuerdo vivo, son los barriles de vino abandonados y los borrachos que no consiguieron encontrar el camino a casa y que ahora dormitan en las esquinas, con sus máscaras aún puestas. En estos casos la guardia actúa con prontitud. Los apartan de las calles más transitadas, para que los transeúntes de buena clase no se indignen con tan desagradable imagen, y los lanzan a un rincón sucio.
Cuando la mañana hace tiempo que ha dado comienzo, las tiendas se llenan de gente, los mercados venden el género, y en las iglesias los curas esperan en la entrada a los parroquianos habituales y a los que, de manera esporádica, deciden redimirse de sus pecados más recientes (los de esa misma noche, por ejemplo). No me extrañaría que alguno de esos que han terminado la celebración durmiendo junto a un canal fuese mi hermano. Anoche, cuando se dio cuenta de que se había marchado del baile, mi madre me culpó directamente por haberle encubierto en su huida. Es cierto, así fue, pero ella no lo sabía. Lo único que hacía era descargar todo el enfado que sentía con mi hermano sobre mi persona. Lo hace habitualmente. Soy ese tipo de daño colateral que, inevitablemente, siempre sufre injustamente por las decisiones de otro. Pero es mi hermano. Siempre termino las frases con esa coletilla, como si lo salvara todo. Es mi hermano.
Mi madre quiere que Lucrecia la acompañe a hacer algunas compras, pero a Lucrecia no se le da muy bien trasnochar y pretende quedarse en la cama al menos hasta medio día. Así que al final me arrastra a mí con ella. De nuevo ese daño colateral. Porque ni a mí me gusta ir de compras, ni a mi madre le gusta que la acompañe, porque ella necesita estudiar y dedicarle mucho tiempo a cada botón de cada estante y de cada cajón. Y yo no soporto estar tanto tiempo parada. De todas formas me arrastra, llevándose también a la pobre Donata con nosotras, y primero pasamos por el zapatero. Mi madre quiere saber si puede arreglar sus zapatos preferidos, que tienen el tacón flojo, o si sería mejor desecharlos y encargar unos nuevos. El zapatero, un hombre muy pequeño que siempre lleva un par de gafas sobre el puente de la nariz (un par para ver de lejos y otro par para ver de cerca), le explica la cantidad indecente de posibilidades que existen para ella y sus zapatos. Después, cuando conseguimos salir, nos encontramos con las Fidenzo.
«¡Que espectacular el baile del dux! ¡Lo pasamos estupendamente!»
«Está claro que va a ser una gran temporada.»
«Con suerte se forjará más de un compromiso.»
Después vamos al tapicero. Y por el camino nos encontramos a dos madres y a dos hijas más. Mi madre también quiere saber, si es posible, el precio de cambiar la tela de unas sillas. El sastre. El panadero. Y el cerrajero. Después de lo sucedido con el intruso, su intención es cambiar todas las cerraduras de todas las puertas. ¿Qué puertas? Si parecen tener predilección por colarse por las ventanas.
En el mercado me compro un helado.
—Luego no te quejes si te duele la garganta.
—No lo haré.
Sigo los pasos de Donata, que a su vez sigue los pasos de mi madre a través de los puestos de fruta. Esta señala y Donata se encarga de cogerlas y de meterlas en nuestras bolsas. También saca unas monedas de una pequeña bolsita que cuelga de su cintura y paga. Mi madre también es muy pesada con esta gente. No solo con el zapatero, con el cerrajero y el tapicero. Le pregunta a un tipo que mastica un palillo detrás del puesto cuanto hace que la fruta fue recogida, en qué estado de conservación se han mantenido hasta el día de hoy, y de dónde han salido. Y el tipo, el tendero, un tendero que no parece tener el aguante necesario para escuchar tonterías, dice con un tono bastante desagradable:
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Sienna
Historical FictionEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...