Observo las góndolas pasar bajo mi ventana. He vuelto del paseo con el señor Luciano, le he dicho a mi madre que no me apetecía hablar, y luego he subido a mi dormitorio con su estela correteando a mi espalda. «Pero querida hija, tienes que contarme cómo ha ido todo con el señor Luciano. ¿Estás enfadada? ¿Qué ha ocurrido? ¡Cuéntamelo, Sienna! Sienna, te estoy hablando. Cuéntame que ha ocurrido ahora mismo.» Y he cerrado la puerta echando el pestillo.
Estoy enfadada. O quizá frustrada. Quizá confusa. O puede que un poco de todo. A veces... A veces me cuesta saber cómo me siento. ¿Es eso normal? ¿Es habitual? Nunca hablo de ese tipo de cosas con nadie, así que no sé si el resto del mundo a veces se siente tan perdido y frustrado como me siento yo. Mi madre no me comprende. Me exige, me reclama. Lo hace sin importarle lo que yo quiera, lo que yo desee. Estoy atrapada. Me empuja, hacia el precipicio, por mucho que yo clavo los talones en el barro y me resisto. La caída está ahí, a unos pocos metros, y es inevitable. Así que sí, con un torbellino de sentimientos que ni siquiera yo puedo descifrar, observo las góndolas pasar. Como si no pudiera hacer nada más. Quizá, simplemente, no pueda hacer nada más. Mattia no parece entender que mi madre me exige. Que me reclama. ¿Es que de verdad piensa que paseo por ahí con hombres por gusto? Para él es fácil. ¡Es un hombre! Es libre de ir y venir, de vengarse, de hacer lo que crea conveniente. ¿Qué debería hacer según él? ¿Negarme a casarme? Mi madre me mandaría a Génova. ¿Irme a Sicilia con mi tía Licia? Mi madre no volvería a hablarme jamás. ¿Irme con él...? Eso, bueno... Eso no me lo ha propuesto.
A un mercader se le ha caído todo el género y ahora hay un tapón de embarcaciones que no pueden avanzar. Algunos le ayudan a recuperar lo que no se ha hundido y flota en la superficie. Otros pocos se limitan a esperar, dormitando bajo el sol del mediodía. El resto grita, metiendo prisa:
«¡Pero venga, hombre! ¡Algunos tenemos cosas que hacer!»
«¡Vamos, vamos, vamos! ¡Ya llego tarde a mi cita!»
Al final el mercader se cansa de tanta insistencia, y con un marcado acento de oriente, se enzarza en una pelea con los que se quejan de su tardanza.
Me pregunto qué haría yo lejos de Venecia. De mi pequeño mundo de canales. ¿Qué haría yo en Génova? ¿En Sicilia? ¿Qué haría yo en cualquier otra parte? Podría escribir, como Lucrecia. Podría pintar. Podría tocar el piano con vistas al océano. Pasear. Aprender a disfrutar de la vida como lo hace tía Licia. Pero en ninguno de esos dos casos Mattia seguiría en mi vida. Pienso en eso que ha dicho tía Licia. Eso de que el primer amor siempre rompe el corazón. Mattia. ¿Qué quiere él? ¿Qué hay más allá de su venganza? No sé qué es lo que planea, que es lo que pretende. Como de peligro le pondrán sus decisiones. Pero debe saberlo. Al igual que sabe la forma exacta en la que pretende vengarse del cardenal, por mucho que no la compartiera conmigo. Debe saber que hacer después. Y sea lo que sea, es evidente que yo no estoy en sus planes.
Vuelvo a la habitación, de repente con el pecho lleno de dudas, de miedo, de pánico por el futuro. Un futuro que está aquí, que es más bien un presente, un precipicio a punto de engullirme. Sí, todo el mundo tiene un plan. Mi madre tiene un plan para mí, para Lucrecia, para Luca. El señor Luciano parece tener un plan para ambos. Para él. Para mí. Tía Licia tiene un plan para mí. Y Mattia tiene un plan para el cardenal... Y para él. ¿Y yo? ¿Qué hay de mí? ¿Por qué siempre dependo de que los demás tengan un plan para mí? ¿Qué decidan por mí? ¿Qué actúen por mí? ¿No debería tener mi propio plan? ¿Qué pasa si el señor Luciano al final se declara? ¿Y si quiere que nos casemos? Pero, ¿y si no lo hace? ¿Entonces? ¿Tendré que casarme con otro, tendré que irme a Génova? El carnaval está a punto de terminar.
Vuelvo a la ventana. La brisa me mueve el pelo y yo me aferro con mucha fuerza a la barandilla, como si fuera lo único que me mantiene anclada al suelo. Lo único que no me impide echar a volar, por encima de los tejados. Como harían los pájaros de Lucrecia. Respiro profundamente. Abajo, el mercader sigue gritando.
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Sienna
Historical FictionEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...