Capítulo 15

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En la fiesta del campo se realizan diversas actividades de entretenimiento. Una de las favoritas de las madres es la carrera de las barcas, en las que solo pueden participar parejas prometidas. Se dispone así: La prometida se sienta en la parte trasera de la barca y el prometido en la parte delantera. Y después rema y rema y rema sin parar, con la única finalidad de llegar antes que el resto de parejas a la línea de meta. Y ya está. Es tan aburrido como suena explicado. Ya ni siquiera las ocas echan el vuelo cuando les ven aproximándose. A ellas también debe de aburrirles el espectáculo. Pero a las madres les encanta que sus hijos y sus parejas sean el centro de atención durante un rato, y a la prometida vencedora le encanta recibir un ramo de flores que se pudrirá en cuestión de días, envuelta en aplausos y palabras amables.

—Es penoso.

Livia se ha traído hasta la orilla del lago su copa de vino, que suele acompañarla en casi todas las celebraciones a la que es invitada. Aprovechando la confusión, nos hemos apartado de nuestros padres para observar el espectáculo desde un punto menos concurrido.

—Me alegro que la treta de la señora La Duca funcionara...

Si todos en Venecia fueran como Livia, entonces nadie se hubiera creído el compromiso secreto de Favio. A Livia Manna, simplemente, no se la puede engañar. Por suerte para mí, Livia es mi amiga. Y por suerte para muchos, Livia no es chismosa. Ella prefiere sentarse con una buena copa de vino y reflexionar sobre los errores ajenos a compartirlos con los demás.

—¿Crees que se lo contó a alguien?

—¿Cómo iba a enterarse sino el Zorro Nocturno?

—Bueno, puede que lo supusiera. Yo lo supuse.

—Tú eres lista.

—Y el Zorro parece que también.

La carrera aún está a medias. Este año el nivel de las parejas es bastante más bajo que el del año anterior. Son torpes, ruidosos, y van a terminar empapados. Con suerte alguno de los participantes se cae al lago.

—¿Quién es tu nuevo amigo, por cierto? Todo el mundo habla de él.

—Es amigo de Sante.

—¿De Sante?

Levanta ligeramente las cejas, sorprendida.

—Sante es un buen chico.

—Sí que lo es.

Livia se inclina un poco hacia mí, para que pueda escucharla, cuando el público comienza a gritar.

—Probablemente sus amigos también lo sean.

De eso no estoy tan segura.

Para los niños está la carrera de los huevos (llevar un huevo crudo sobre una cuchara por un recorrido más o menos tumultuoso, rodeando barriles y esquivando cepillos clavados en la hierba), y la carrera a tres patas, en la que Lucrecia y Luca participan cada año. Cuando Lucrecia era demasiado pequeña yo era la compañera de mi hermano, pero cuando me hice demasiado mayor ella recogió el testigo. Por desgracia a los Fanucci no se nos da bien perder. La competitividad es, posiblemente, uno de nuestros más terribles defectos. Este año Lucrecia y Luca tampoco ganan. Este año, siendo más concreta, Lucrecia y Luca quedan los últimos. Lucrecia se cae de bruces a un par de metros de la meta, arrastrando a Luca con ella. Cuando se levantan, llenos de briznas de hierba y barro, Luca solo dice: «Donata, vino.» Y Donata corre a por vino.

Pero la actividad que más divierte a todo el mundo es la popularmente llamada «persecución al guarro.» Es simple: Se suelta a un cerdo con un lazo atado al cuello y los hombres a caballo le persiguen hasta hacerse con el lazo. Es una actividad arcaica y estúpida que solo sirve para fomentar la competitividad entre los hijos de las familias pudientes, además de hacer que a un pobre cerdo se le salga el corazón del pecho.

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