Capítulo 28

145 29 0
                                    


Cuando el señor Luciano se marcha, mi madre se apresura y se asoma por la ventana para ver como su góndola se aleja por el canal. Cuando ha desaparecido, trota por el pasillo hasta llegar a la biblioteca, dónde Lucrecia ya ha terminado sus lecciones y su institutriz se despide amablemente antes de marcharse.

—¿Qué has aprendido hoy, Lucrecia?

—Oh, bueno, Sienna he...

—¡Eso no es importante ahora!

Me siento junto al piano y contemplo como Lucrecia recoge sus libros. Sabe que lo mejor es marcharse y no intervenir en esta conversación.

—¿Qué tal con el joven Luciano? ¿No te parece encantador?

Pulso las teclas para ahogar su voz.

—No lo sé, madre. Dímelo tú. Debes de conocerlo más que yo, considerando que le has prometido en mi nombre pasar más tiempo juntos.

—Querida, si tengo que esperar que tú des un paso adelante, me moriré sin saber que te has casado.

—Matrimonio, matrimonio, matrimonio... - pulso con fuerza - ¿Es que no hay nada más en la vida que te preocupe?

Su rostro se vuelve serio al tiempo que mi voz se vuelve áspera. El ambiente, tosco de repente, está decorado con una canción alegre. La primera que aprendí a tocar.

—El propósito de una madre es que sus hijos tengan un futuro, querida, y me temo que no hay futuro sin matrimonio.

—Esa es una visión lamentable de la vida.

Me levanto, cerrando la tapa de un golpe. Entonces, entre los estantes, veo a Gonzo escondido. Me hace un gesto para que vaya a su encuentro y luego desaparece. Cuando mi madre se vuelve, siguiendo la estela de mi mirada confusa, no ve a nadie.

—¿Qué ocurre?

—Tengo cosas que hacer.

—¿Qué cosas?

—Cosas.

Y cuando salgo, voy habitación por habitación buscando a Gonzo, hasta que llego a la cocina. El servicio está preparando la comida. Las ollas humean, y Pitta corta en taquitos un par de cebollas. Huele a especias y a carne.

—¿Dónde diantres está...?

Gonzo, que estaba escondido entre los fogones, sale a la luz.

—¡Estoy aquí, señorita!

Me vuelvo con un respingo.

—¿Qué ocurre?

—¡Es su hermano, señorita! Estaba recorriendo el canal. Traía la fruta que me ha pedido su madre, del mercado – señala la cesta que hay sobre una de las encimeras -, y al coger un atajo, ya sabe que yo conozco muchos caminos que otros...

—Al grano, Gonzo.

—Sí, sí, señorita. He visto a su hermano, en una casa ajena, sin ropa, asomado por la ventana. Y cuando me ha visto, se le ha iluminado el rostro y me ha dicho: «¡Gonzo!, ¡por dios bendito! ¡Eres mi ángel de la guarda! ¡Qué bendición verte aquí! ¡Tienes que ayudarme! ¡Avisa a mi hermana! ¡Deprisa!» Así que señorita... Creo que será mejor que me acompañe.

ʘ

En un canal estrecho en el que apenas se cuela la luz del día, veo a Luca asomado por la ventana, haciéndonos gestos con las manos.

—Ve, se lo he dicho. Desnudo como le trajo el mundo, en una casa ajena. Mírele, tal y como se lo he contado.

Cuando estamos bajo la ventana, me apoyo en la fachada y miro hacia arriba.

—¿Qué haces? ¿Por qué estás ahí?

—¡Necesito tu ayuda, Sienna! ¡Van a tirar la puerta abajo! ¡Nos van a pillar! ¡Han llamado a la guardia!

—¡Por dios santo, Luca! ¿Por qué siempre tienes que meterte en líos?

Hace un gesto, como si no hubiera tiempo para regañinas. Gonzo, al otro lado de la góndola, se muerde las uñas. Probablemente solo tenga en la cabeza a mi madre, mi madre histérica, mi madre gritando, mi madre lanzando cosas a las paredes.

—¡Espera ahí!

—¿A dónde te crees que voy a ir, Sienna?

—¿Por qué me hablas así? ¡Intento ayudarte!

—Tienes razón. Perdona, perdona – se ríe de manera nerviosa, volviendo la vista al interior de la habitación -, estoy nervioso, solo es eso.

Le hago un gesto a Gonzo para que retroceda, hundiendo el remo con cuidado en el agua, hasta llegar a un punto en el que vemos la entrada de la casa, que da a una plaza redonda llena de parras plantadas en macetas. De un estrecho callejón, sale un grupo muy numeroso de hombres uniformados que entran en la casa. Gonzo vuelve a deslizar nuestra góndola hasta estar debajo de la ventana.

—Tienes que saltar.

—¿Estás loca?

—¡La guardia está aquí! ¿Es que quieres que te detengan?

—¡Te he hecho llamar para que me ayudes! ¡No para que me mates!

—No hay otra opción, Luca. Tienes que saltar.

—La señorita tiene razón. Debe saltar.

—¿Estáis mal de la cabeza?

—Salta.

—¡No!

—Salta. Ahora. Luca. Salta.

Se escuchan golpes. Debe ser la guardia, intentando tirar la puerta abajo. Mi hermano desaparece un instante en el interior. Luego lanza por la ventana sus botas y su camisa, que sobrevuela la nada un instante antes de aterrizar sobre la cabeza de Gonzo. Se pasa la mano por el pelo, se limpia el sudor de la cara, se aferra a los bordes de la ventana, y después de respirar rápidamente unos largos segundos...

—¡Salta!

Y salta al canal. Se hunde en un mar de burbujas, desapareciendo en el fondo durante unos instantes, y cuando vuelve a salir a la superficie Gonzo tira de él para arrastrarle dentro de la góndola. A toda prisa nos alejamos de la casa. Cuando doblamos la esquina y nuestra góndola se mezcla con otras embarcaciones, Luca, tirado de mala forma, me dice:

—Querida hermana, ¿qué haría yo sin ti?

Le miro, empapado y con el pelo pegado a la cara.

—¿Qué? El cardenal está clausurando todos los sitios divertidos. No hay una noche que no esté por ahí, haciendo detenciones.

—¿Y has pensado que colarte en dormitorios ajenos es mucho más seguro?

Se encoje de hombros, como si no hubiera tenido otra opción.

—Me invitaron.

—Luca, te lo advierto. Ten cuidado con el cardenal.

—Lo tendré.

—Luca...

—¡He dicho que lo tendré!

Se pasa la mano por el pelo y suspira.

—¿Vamos a por un helado?

SiennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora