Las invitaciones para el próximo baile no tardan mucho en llegar. Lo organizan los Trevisano, que por fin han terminado la obra de su palazzo, y durante un día entero tienen a su pobre aprendiz yendo de arriba para abajo por toda la ciudad, correteando con una bolsa en la espalda para entregar las invitaciones a tiempo.
Ni siquiera me apetece asistir, pero mi madre se ha gastado una fortuna en mi mejor vestido. Creo que piensa que esta vez va a ser la definitiva. Que entre todos los pretendientes que me pidan esta noche bailar, alguno se convertirá en mi prometido antes de que termine la temporada. Después de todo, si todavía mostraron interés después de mi espectáculo con el arco, ¿hay algo que yo pueda hacer que les haga retroceder en sus intenciones? No creo. Y a estas alturas, cualquier muchacho con un mínimo de educación y una fortuna generosa será suficiente para que mi madre lo acepte. Es casi como si deseara deshacerse de mí. ¿Es que soy tan molesta? ¿Qué pasa con Luca? ¡Él sí que es una verruga en un mal sitio!
Mi madre ha estado tan ocupada que ni siquiera ha tenido tiempo de pararse a charlar, por consecuencia, no ha podido escuchar esa historia sobre el cardenal, la sirvienta de los Boni y yo. Casi parece el título de una obra cómica de las que se presentan en el teatro: «El cardenal, la sirvienta y yo.» Lucrecia tampoco ha dicho nada. Ya ni siquiera sale al jardín a mirar a sus pájaros. Se pasa las horas encerrada en su cuarto, previsiblemente escribiendo (porque me ha pedido por favor un poco más de tinta). ¿Qué que escribe? Bueno, no lo sé. No he preguntado. Cada vez que alguien entra en su habitación cubre los papeles con otros vacíos, para que nadie vea su contenido. Solo espero que no haya tenido ninguna idea absurda, como emular al Zorro Nocturno. ¿Es que no ha visto como ha terminado eso?
Cuando Donata entra con mi vestido, reluciente y sin un leve indicio de que el bajo estuvo manchado de barro, lo deja colgado junto a la ventana para que termine de airearse. Yo lo miro ahí colgado, moviéndose con la brisa, y pienso en Mattia Pisano. ¡Ese tipo tan irritante! Nos veo de nuevo corriendo por el mercado, como meros ladronzuelos, escondiéndonos en un cuartucho de mala muerte lleno de ratas. Su mano sobre mi boca. Su respiración agitada. Ese aroma que desprende su piel. Y me pregunto de dónde vendrá, porqué está aquí. Luego me levanto. Camino hacia la ventana. Me quedo ahí unos instantes, mirando el canal, y vuelvo. Abro el cajoncito de la mesilla y saco ese anillo. Y lo observo durante mucho tiempo, pensando en su historia. En su significado. Pero hasta ahora, Mattia Pisano no me ha dicho nada que pueda resolver esa duda. Dudo que alguna vez lo haga. Al final, cuando Donata llama a la puerta, vuelvo a guardarlo.
- Adelante.
ʘ
Mi madre se entera, por supuesto. De lo del Zorro Nocturno. Aunque quizá a partir de ahora, cuando hable del Zorro, deba decir simplemente Loa. Por mucho que prevaleciera en mí la esperanza de que la señora de la casa estuviera demasiado ocupada antes del baile y demasiado cansada después, al final se entera un día antes de la fiesta. Entra en cólera, claro. No ha tenido tiempo de acuchillar la tierra del jardín y dirige toda su ira contra mí. Hace llamar a mi hermana en un momento dado de la reprimenda, porque aquel que le ha contado la historia también le chiva que Lucrecia estaba allí. Llega en seguida, así que probablemente estaba escuchando detrás de la puerta. Mi hermana toma la decisión de salvarme en la medida de lo posible. Quizá teme que, si no lo hace, le cuente a mi madre que ahora le gusta escribir. ¡Que disgusto más tremendo para madre! Así que contesta a todas las preguntas con un: «ciertamente, madre, no lo recuerdo» o un «si así te han contado que fue, así sería.» Lo hace calmada, con las manos entrelazadas en la espalda, sin dudar. Sin dejarse hacer pequeña por los gritos de mi madre. Es evidente que en la familia Fanucci yo soy la única que no ha heredado la capacidad de mentir. Cuando mi hermano pasa por ahí, mordiendo una magdalena, dice:
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Sienna
Ficción históricaEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...