Mi madre no me despierta colérica en plena noche, después de que la fiesta acabe, arrancándome las sábanas y aprovechando que aún estoy adormilada para descargar sobre mí una lluvia de reproches. Al contrario. Espera a que me despierte, cuando mi cuerpo decide que ya he descansado lo suficiente, que me asee y que me vista. Y luego, cuando bajo al comedor, la veo ahí sentada, con las manos entrelazadas sobre el regazo y el gesto serio. Imperturbable.
—Siéntate.
Que hubiera aguantado una sonrisa tensa durante toda la noche para luego venir a casa y gritarme hubiera entrado dentro de lo esperable. Mi madre tiene un carácter impulsivo y colérico que ha tardado años en domesticar. Pero ha decidido esperar, lo que es mucho peor. Volvió de la fiesta, probablemente acuchilló la tierra del jardín en la oscuridad durante un par de horas, luego se acostó, y se pasó toda la noche en vela, pensando. Pensando, pensando, pensando... Y cuando uno piensa tanto...
—Lo que hiciste ayer, Sienna...
Estoy preparada. Aguantaré. Sea lo que sea que se me venga encima, lo soportaré. Y lo haré en silencio. No voy a intentar disculparme de ninguna forma. Ni excusarme, ni justificarme. Cualquier intento de defensa me obligaría a salpicar al señor Mazzi, y no quiero recordarle a mi madre su existencia. ¡Pero es que si hubiera aceptado de buena gana el acompañarme al baile, yo no hubiera intervenido!
Mi madre coloca su dedo índice sobre la mesa y expone con tranquilidad todos los motivos por los que lo que hice está mal. La mayoría podría haberlos imaginado yo sola, reputación, imagen, pretendientes, bla. Bla. Bla. Pero mi madre tiene una ingente serie de repercusiones a la cual más disparatada que jamás hubiera llegado a imaginar, y para las que se toma el tiempo que considera necesario para exponerme. No sé por qué está tan tranquila. A estas alturas y en cualquier otra ocasión ya estaría gritando, y el servicio apresurándose a cerrar las ventanas. Miro por encima de su hombro. Busco en el jardín y veo una nueva parcela llena de tulipanes recién plantados. Debe ser eso.
—Madre...
Levanta la mano, para que no siga.
—No quiero escucharte. Tú siempre hablas y hablas y hablas cuando yo te digo que te limites a escuchar y a sonreír, porque los pretendientes quieren una sonrisa bonita, no una conversadora. Pero tú siempre tienes que hablar. Siempre.
Suelta todo el aire por la nariz y luego se aparta el pelo de la cara.
—Has tenido suerte, Sienna. A todo el mundo pareció divertirle tu espectáculo. ¿No te has enterado? Ahora eres Sienna Fanucci, esa joven tan pragmática que demostró en una fiesta que sabía utilizar el arco.
Se levanta y se pasea por la habitación.
—Llamaste la atención, eso está claro. No de la forma que yo hubiera deseado, por supuesto, pero supongo que... Dadas las circunstancias...
Las circunstancias soy yo, por supuesto. El conjunto de decisiones que tomo y que me hacen ser quién soy. Comportarme como lo hago.
—Ahora eres una especie de objeto de coleccionista. Una anomalía. Y eso, por un motivo que no comprendo, parece gustarle a los hombres de esta ciudad – se alisa el vestido -. En resumen, irás al próximo baile sin pareja.
Levanto las cejas.
—¿Sin pareja?
—¿Por qué limitarnos a un único pretendiente, si resulta que ahora tienes tantos? Irás sola y bailarás con todos. Elide Nucci, Galileo Baresi, Enzosuè Lucchese, Lorenzo Bonte...
—Espera.
—Alesso Luciano...
—¿La lista es mucho más larga?
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Sienna
Historical FictionEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...