Todavía es temprano cuando el sonido de una voz que no reconozco me despierta. Con la luz del día colándose a través del balcón abierto y las cortinas meciéndose al antojo de la brisa, todo parece tan tranquilo, tan sosegado... Que pienso que probablemente solo ha sido parte de un sueño que no logro recordar. Pero entonces, cuando vuelvo a recostarme abrazando mi almohada, dispuesta a arañar el tiempo que queda antes de que el servicio llame a la puerta, sobre el silencio se escucha:
—¡Detente! ¡En nombre de la guardia... Alto!
Me incorporo de un salto, apartando las sábanas, dispuesta a averiguar qué es lo que está ocurriendo y porqué la guardia está involucrada. Pero cuando salgo de la cama dispuesta a lanzarme sobre el balcón, una figura que repta a través de nuestra fachada se cuela por mi balcón, y de un brinco, entra en mi dormitorio ocultándose entre las cortinas. Está tan concentrado en su tarea, tan ensimismado en su huida, que ni siquiera depara en que hay una persona más en el cuarto en el que se ha colado. Mientras se pega a la pared y recupera el aliento, intentando controlar su respiración agitada, abro el cajón de mi mesilla y saco un abrecartas.
—¡Tú!
El tipo da un respingo, pero cuando se vuelve hacia mí y me ve su postura se relaja. ¿Qué ocurre? ¿Es que no me considera lo suficientemente amenazante? ¿Intimidante? ¿Es que no ha visto mi abrecartas? Lo levanto un poco. El tipo, que no es más que un muchacho, levanta las manos muy despacio, pero solo lo hace para contentarme. Reconozco cuando alguien hace algo solo para complacerme. No tiene miedo. Ni de mí, ni de mi abrecartas, ni de la guardia. Posee esa mirada que a veces tienen algunas personas, esa que delata que no temen a nada... Ni a nadie.
—Siento la intromisión.
Le falta una bota y ha debido de perder el chaleco por el camino. Tiene un aspecto similar al de Luca después de una larga (y provechosa y divertida) noche. Despacio, con el abrecartas aún alzado y la otra mano tanteando la pared y los muebles, rodeo el cuarto y llego al balcón. Me asomo. Una góndola con cuatro agentes pasa por delante de nuestra fachada en estos instantes.
—No es lo que parece.
—¿La guardia no te persigue?
—Sí.
—Entonces sí es lo que parece.
—Por favor, no les avises.
Levanto un poco más mi pequeña y afilada arma.
—¿Por qué te persiguen? ¿Es que has matado a alguien?
—Nada de eso.
Vuelvo a mirar la góndola. Un par de agentes, de pie y haciendo cávalas para no caer al canal, revisan los patios y los embarcaderos de las casas.
—Voy a alertar de tu presencia.
—Por favor, no.
No lo dice ansioso, ni asustado. Creo que para él que le delatara solo sería una molestia, otro obstáculo que superar, nada más.
—Si descubren que te he dejado ir, así por las buenas, podrían acusarme de cómplice... - le miro de arriba abajo - De lo que sea que hayas hecho.
Sonríe un poco.
—Te aseguro que de muy buena gana hubiera dejado que fueras cómplice.
Hincho el pecho de aire, y cuando mis labios se juntan formando una guar, él alza las manos y grita en un susurro.
—Por favor, no grites. No des la voz de alarma. Tienes mi palabra de que no he hecho nada por lo que mandarme a la horca.
—¿Y tengo que creer que tu palabra vale algo?
Parece a punto de contestar. Se cuadra, colocando la mano derecha sobre el lugar en el que está su corazón. Frunce un poco el ceño, carraspea. Está a punto de fingir que es un caballero para que crea en su palabra. Para eso tendría que llevar la bota que le falta. Meterse la camisa por el pantalón. Arreglarse el pelo. No importa. No tiene tiempo. Apenas ha musitado una primera palabra cuando la puerta de mi cuarto se abre y una escandalizada Donata, al ver la escena que se produce en mi cuarto, suelta la bandeja y chilla cubriéndose la boca con las manos. Todo el té se desparrama por el suelo en una sopa de trozos de arcilla y azúcar. Su aullido espanta a las palomas que anidan en el tejado y hacen reaccionar al intruso, que echa a correr en ese instante. Arrolla a Donata, y luego atraviesa el pasillo y corre escaleras abajo. Allí se topa con Gonzo, que intenta impedir que pase. Tras un breve rifirrafe, el muchacho se lo quita de encima y salta los pocos escalones que le separan del piso inferior. Luego atraviesa el salón principal, sale al jardín, y salta la cerca. Y desaparece.
En la residencia Fanucci el servicio tarda unos instantes en recuperarse de la conmoción. Se preguntan los unos a los otros si están bien, si se encuentran bien, si se sienten bien, y luego se vuelven hacia mí y un barullo de sirvientes me rodea, me coge de los brazos, y me aúpa de nuevo hacia mi dormitorio.
—¡Señorita Fanucci! ¡Dios mío, señorita! ¡Ha debido de pasar un miedo terrible!
—¡Llamaremos a la guardia inmediatamente!
—¡Que valiente ha sido, señorita!
—¡Mandaremos a alguien en seguida para que busque a su madre!
—¡Delincuentes colándose por los balcones! ¿Qué es lo siguiente que le espera a esta ciudad? ¡Demencial!
Me meten en la cama, me arropan, me acomodan las almohadas como si estuviera enferma. Cierran las ventanas del balcón y luego musitan entre sí que lo más adecuado será cerrar todas las ventanas de la casa. Después recogen el estropicio del té, que ha inundado el cuarto de un olor dulzón, y salen prometiendo volver en seguida con algo que me calme los nervios, aunque no esté nerviosa. Pero si lo digo en voz alta ellos culparán al susto, al sobresalto, a la conmoción inicial después de un trauma. Me quedo unos instantes ahí, justo en la posición en la que me han dejado, y cuando salen me levanto y salgo al balcón. La góndola de la guardia está doblando la esquina. Se han sentado y han tomado los remos, así que estoy casi segura de que han dado por finalizada la búsqueda. Cuando vuelvo a cerrar la ventana, mi pie choca con una pequeña cadena de la que cuelga un anillo. No es mío, así que el intruso ha debido de perderlo en su huida. ¿Será el motivo por el que le perseguía la guardia? ¿Una baratija, algo que no debe valer más que unas pocas monedas? Si así es, si es por esto por lo que le persiguen, si es esto por lo que alguien se cuela en un dormitorio ajeno... Bueno, simplemente no logro entenderlo.
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Sienna
Historical FictionEl carnaval ha comenzado en Venecia y las madres de las grandes familias de la ciudad buscan pretendientes para sus hijas. La señora Fanucci está convencida de conseguir un matrimonio ventajoso para su hija Sienna antes de que termine la temporada...