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Continuación...


Un suspiro delata que no estoy dormida realmente. Iván hasta el momento se mantuvo en silencio, descansando y sin dejar de acariciar mi espalda desnuda, por ese pequeño gesto sé que aún no se ha dormido aunque bien lo comprendería si lo hiciera, la paz del sonido de la naturaleza y los colores del cielo se reflejan en el cuarto desde donde apreciamos el atardecer.

—Que quede claro que esto no cambia en nada el tipo de trato que tenemos tu y yo—Balbuceo bostezando y dejándome vencer por el cansancio, me acurruco en el pecho del hombre que ríe pero no protesta, solo me responde cuando ya no soy capaz de distinguir las cosas que dice.

Al despertar, la habitación tiene sus luces encendidas y por el ventanal del balcón la noche se visualiza por lo que no estoy segura de cuánto tiempo fue el que dormí. En la planta de arriba el silencio es ensordecedor, sin embargo, una vez que me visto con la ropa limpia que estaba sobre la cama y que casualmente era todo de mi talle, el ruido de música que desconozco su género inunda el piso de abajo, me voy dejando guiar por esta hasta que llego a la última puerta de un extenso pasillo que da a la cocina y una extraña sensación me recorre. Es tan perfecta y completa.

—¿Tu crees que si le hecho azúcar quedará rico, Yari?—Iván mira con suma atención algo dentro de una olla y la muchacha, aparentemente de la misma edad de Iván, seca sus manos en el trozo de tela que cuelga de su uniforme -pantalón azul marino, un polo negro (realmente no sé como le dicen a estas cosas, acá en Arg es remera, chomba, camiseta y listo) y zapatos negros acorde a un uniforme-, ella se acerca a donde Iván, prueba la sala con una cuchara que luego deja en la bacha y asiente.

—Está deliciosa pero el azúcar le dará un buen toque.

—¿Segura?

—Tu sigue la receta—Responde ella sacando algo de una heladera y deja el bote sobre la isla donde ya hay dos pizzeras con masa, más tarde adivino que allí hay queso.

Cuando Iván se da la vuelta con la olla para dejarla sobre la isla, se percata de mi presencia y con una sonrisa de acerca a mí.

—Esperaba que durmieras un poco más—Rasca su nuca nervioso viendo lo que cocinaba—La comida aún no está lista.

—¿Qué cocinas?—Pregunto aunque ya es obvio.

Él me invita a probar la tan mencionada salsa y me sorprende que esté deliciosa ya que según Iván se encargó de hacerla completamente él. La muchacha, la cual me presentó como la ama de llaves y al ser la única que hoy no tenía su día libre, tuvo que ayudarlo con la cocina, nos ofrece dos copas de un líquido burbujeante. Champagne de la mejor calidad, la cual saboreo con calma mientras esperamos que la pizza esté lista e Iván me narra que esta mansión es suya, aunque los últimos meses cuando viajaba a este país se hospedaba en una casa mucho menos llamativa en las afueras de las ciudades donde tiene más privacidad.

—¿Qué tanta privacidad?

—En la selva—Responde mi duda interna, alzo mis cejas sorprendida y entusiasmada.

—¿En serio? ¡Eso es irreal, wey! Que padre—Iván entrecierra sus ojos y recuerdo que le desagrada que le diga wey—Ay ya—Ruedo mis ojos jugando con mi copa la cual luego llevo a mis labios.

—Disculpen—Yari se nos acerca y al hablar se dirige a Iván—Ya me retiro, llevaré a mi sobrina al cine—Él asiente y me sorprende cuando saca de su cartera unos billetes en dólares y se los entrega.

Karma | Iván GuzmánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora