Ruta b) Parte 5

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— No tenías porqué ser tan brusca, tú mocosa— se quejó Mr. Kirkland al levantarse después de que su alumna le aplicara la inyección.

(T/n) curveó una ceja; en realidad, no había sido la gran cosa, solamente que su profesor estaba exagerando—. Vamos, no me dirá que le tiene miedo a las agujas, ¿o sí? — preguntó, virando los ojos. Para ser un hombre tan serio, de una coraza impenetrable, pensaba que esto sería para él nada más que la picadura de un mosquito.

— ¡Cl-claro que no! — con la nariz aún constipada se oía bastante gracioso, no como cuando exclamaba en clase y todo el mundo le temía — ¿De qué te ríes, niña? Te estás haciendo merecedora de una baja de puntos — amenazó.

— Oh, lo siento, lo siento — dijo (T/n) entre risitas. Había tratado de reprimirlas, pero le fue imposible.

Arthur se le quedó mirando por unos instantes. Repentinamente, su rostro se volvió rojo y el calor se apoderó de su nuca ¡Maldición! No debería estar sintiendo esto... pensó. Se pasó una mano de la cabeza hacia la nuca, estaba harto, cansado y tenía sueño, pero dudaba que pudiera ponerse a dormir con el corazón tan agitado y la mente turbada con pensamientos poco correctos: él, con sus manos alrededor de la cintura de la señorita (T/a), ella sonriéndole amable o riendo tan descaradamente como hace poco. Él recostado sobre sus piernas y ella acariciando su cabello rubio con calma y suavidad, sin prisas. Él acorralándola en alguna de las paredes de la casa y acercando su rostro hasta rosar sus labios en un tortuoso movimiento. Sacudió la cabeza rápidamente. No debía pensar en eso.

— ¿Qué le sucede? ¿No se siente bien? Quizá deba ir a recostarse un rato.

'Extrañamente', Mr. Kirkland se le había quedado viendo como perdido en la nada y, de momento, había movido su cabeza de un lado al otro. Estaba rojo, quizá a punto de desmayarse—. Venga conmigo — lo tomó amablemente de los brazos, dirigiéndolo hacia el sofá donde acomodó una almohada.

Arthur podía sentir las manos gentiles de su alumna a través de la tela.

— Aquí, descanse un rato... — (T/n) estrujó y palmeó un par de veces la almohada.

— ¿N-no tienes que ir a pegar esto a la facultad? — Mr. Kirkland se dejó sentar de malas en el sofá. Asintió hacia el bolso de la chica donde descansaba la libreta y las listas. Estaba avergonzado ¿Un hombre de cuarenta y cuatro, siendo cuidado por una mocosa? ¡Debía ser un chiste!

— Eso puede esperar. Mr. Jones me dijo que no la pasa muy bien cuando se enferma.

— Bocón... — susurró Arthur para sí, pero (T/n) pudo escucharlo.

Resignada, la joven dejó salir un suspiro. Si tan sólo fueran sinceros el uno con el otro, sabrían entonces cuánto en verdad se aprecian...

— Bueno, ya, a descansar. Y si me permite, me quedaré un rato por aquí hasta que se encuentre mejor.

Eh, no lo necesito — Arthur se incorporó en sus antebrazos de manera brusca. Estaba apenado, sonrojado, indignado de que una mocosa lo estuviera tratando con tanta compasión. Él sabía cuidarse solo y, sin embargo, aún no sabía por qué no sólo la corría de ahí.

— No voy a escuchar sus quejas sin sentido — sentenció (T/n), firme. Quizá eso le costaría un punto el próximo semestre, quizá no ¡Quién sabe! Por lo mientras, lo único que en verdad quería hacer, era asegurarse de que el profesor Kirkland no terminara desmayado ahí solo sin nadie alrededor —. Ahora, acomódese y no se atreva a levantarse. Iré a prepararle algo con lo que tenga en la alacena.

Hmmm... — Kirkland viró los ojos de mala gana y se dejó hacer. De todas formas, no tenía las suficientes fuerzas como para regañarla como era debido si quiera. Entonces, se recostó bien en el sofá, con la cabeza sobre la almohada y los pies bien extendidos hasta el otro extremo.

— ¿Sabe? Mi mamá me enseñó un par de recetas para preparar cuando uno está enfermo ¡Son una maravilla! Sólo un plato y quedará como nuevo — seguía hablando (T/n) ahora más animada.

Uh, ¿sí?

— ¡Claro! Quizá pueda hacer algo de eso.

La joven se dirigió a la cocina, arremangó su blusa y puso manos a la obra.

Kirkland de vez en cuando la espiaba por el respaldo del sofá, siendo descubierto una vez.

(T/n) volteó hacia la sala desde la entrada de la cocina — ¿Tiene algo de música? Está todo tan silencioso aquí.

Inmediatamente después, Mr. Kirkland se volteó para alcanzar el control de la TV y la prendió. Buscó por un rato sin en verdad prestar atención; el calor en su pecho, en sus mejillas y en su estómago le hacía irritarse. Paró en un canal de música de los ochenta y ahí lo dejó.

Hey! ¡Esa es una buena canción! ¿Le gusta The Smiths?

— No puedo decir que no me agraden... — contestó él, acomodándose sobre su costado. Puso sus manos entre su cabeza y su almohada y subió sus piernas hasta casi tocar su pecho con sus rodillas. Entonces cerró sus ojos, quería descansar y dejar de pensar en esas emociones que le parecían problemáticas.

Pero, lo que ignoraba, es que quizá podemos escapar de lo que hay afuera, pero no de nuestra propia mente.

¿Hace cuánto tiempo que no recibía atenciones de alguien? ¿quién fuera? No lo sabía. Quizá, desde siempre. No recordaba ni siquiera que su madre lo hubiera cuidado de tal manera cuando era un niño; siempre había alguna nana disponible que lo atendiera.

Cuando era niño... Cuando era un niño, un pequeño mocoso blandengue, pecoso y pálido, se enfermaba mucho también. Curiosamente, esto pasaba cuando sus padres salían de viaje de negocios o cuando le negaban un par de minutos para jugar con él.

Un pequeño Arthur de diez años estaba sufriendo una grave fiebre, acostado en la cama de su enorme habitación en la casa de Londres. Sus padres habían ido a una fiesta de caridad por la noche y se había quedado solo, al cuidado de la servidumbre. Respiraba agitadamente, sus ojos cerrados emanaban lágrimas y, debajo de ellos, se formaban un par de ojeras bastante grises y hundidas. Sus mejillas estaban rojas. Sobre su frente había un paño húmedo que era cambiado constantemente por una joven sirvienta de expresión amable. Lo miraba con cariño.

— Tranquilo, tranquilo, pronto te sentirás mejor, Arthur.

Seguido de ello, le cantó un par de nanas con las que finalmente pudo calmarse y encontrar un descanso. La mano gentil de la sirvienta se pasaba por sus hermosos cabellos dorados, delgados y sedosos. Enredaba sus dedos en los mechones y los volvía a soltar.

— Iré por tu cena a la cocina para cuando la quieras comer — su voz era todo lo que Arthur quería escuchar, todo lo amable y gentil del mundo.

— ¡No te vayas! — exclamó, aún con los ojos cerrados. Lentamente llevó su mano a tomar la muñeca de su nana —. Quédate conmigo...

— Quédate conmigo, n-no te vayas. No te vayas.

(T/n) escuchó desde la cocina la voz de su profesor, agitado. Preocupada, fue hasta la sala de estar y notó a Mr. Kirkland teniendo lo que ella consideraba una pesadilla. En el instante llevó una mano a sacudir su hombro delicadamente —. Profesor Kirkland, ¿se encuentra bien? — susurró para después ser atrapada por las manos de Arthur que se aferraban a su brazo — ¿Profesor? — preguntó de nuevo, sorprendida y hasta cierto punto, asustada ¡¿Qué le sucedía?!

— Quédate conmigo... — susurró. La expresión de su rostro era suave.

Oh, pobre... — (T/n) se zafó lentamente. Después volvió a la cocina, preguntándose quién sería a quien llamaba entre sueños.

Espero que hayan disfrutado de este capítulo que, aunque cortito, está hecho con todo mi corazón para ustedes. Les mando un beso y un abrazo para quienes dejaron comentarios y para quienes se toman el tiempo de leer. De verdad me encanta leerlos.

¡Nos leemos luego! <3

Teacher or Daddy (Hetalia x Lectora fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora