Ruta b) Parte 8

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— ¡Buenos días profesor! ¡¿Hay alguien en casa?! — saludó (T/n) entrando al hogar de Mr. Kirkland. Su voz sonó tan eufórica que era imposible no percatarse de que alguien había entrado a esa adorable casita de color amarillo.

Arthur gruñó con impaciencia, retorciéndose entre las sábanas. No quería escuchar nada, ni un mísero ruido, ni siquiera a los pajarillos que cantaban afuera en el jardín. Aún quedaba, de todos los malestares posibles, un dolor de cabeza que se avivaba cada vez que escuchaba un ruido agudo como, por ejemplo, el chirriar de la puerta y ese 'buenos días' siendo exclamado.

Kirkland se preguntaba por qué, por qué carajos se le había ocurrido darle la llave a (T/n) ¡Por dios! ¡Era horriblemente escandalosa! Sobre todo, por las mañanas. Así pues, con las energías drenándosele de cuerpo, fue escaleras abajo. Su pijama ahora lucía un bonito color verde pastel.

— ¿Podrías no hacer tanto ruido al llegar? La gente trata de dormir aquí — reclamó para después bostezar.

— Necesita iniciar su día con buena vibra, ¿no cree? — dijo la joven de manera burlona. Su mueca de medio lado hacía a Kirkland erizar —. Ya lo veo mejor... ¿Qué tal está su garganta?

— Bien.

— ¿Y la fiebre?

— No ha regresado.

— ¿Su nariz?

— No ha goteado las últimas veinticuatro horas.

— ¿Y su-

— ¡No hay nada que reportar, ok! Sólo un estúpido dolor de cabeza cada que chillas — Kirkland se sintió irritado. Ya habían pasado dos semanas con las mismas preguntas de siempre.

(T/n) había acordado cuidarlo con la condición de que no sería un enfermo tan impaciente, trato que Kirkland ya había roto en múltiples ocasiones. Otra de las clausulas, era que le pagaría en un cheque al terminar cada semana sin rechistar de la cantidad, porque sabía que a (T/n) se le haría un exceso.

Eh?! ¡Yo no chillo!

— Claro que lo haces... — el profesor Kirkland le dio un ultimátum ignorándola y dirigiéndose hacia la cocina: se moría por un café.

Hey! No me deje aquí.

— Maldición, no queda ni un poco... — susurró para sí mismo.

(T/n) se recargó del marco de la puerta —. Bueno, supongo que tendré que ir de compras.

— Corrección: iremos de compras. No quiero que traigas esa basura soluble.

— No es basura, es práctico, Mr. Kirkland.

— Y una practicidad que sabe a quemado. Debes aprender de la buena vida, mocosa — su voz se oía como la de un gran conocedor que más que serlo, era una persona bastante quisquillosa. Se cruzó de brazos y alzó la barbilla —. Un buen café debe ser traído desde América del sur, ser seleccionados los mejores granos y tostarlos a una temperatura exacta para que el sabor amargo/quemado no inunde el paladar.

(T/n) no pudo evitar rodar la mirada. Antes claramente no lo habría hecho, pero ahora... Ahora, después de haber pasado casi dos semanas enteras con Arthur Kirkland, consiguió algo de confianza. Podía ser un gruñón, pero muy en el fondo sentía algo, un poco de empatía por lo menos. En pocas palabras; no era un monstruo, era un ser humano con defectos y virtudes. No tenía mucho que temer en realidad.

— Toma tu bolso — le ordenó el profesor Arthur yendo directamente hacia la puerta donde tenía colgados las llaves de su hogar y del auto que, en un arranque de terquedad, había ido a traer a la facultad porque no concebía ver su jardín sin ese viejo amigo estacionado ahí.

Teacher or Daddy (Hetalia x Lectora fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora