Capítulo 3. Un café

37 5 0
                                    

—¿A dónde vamos? —preguntó Peter nada más salir de casa.

La civilización frente a ella estaba más que avanzada, varios edificios se levantaban como rascacielos intentando alcanzar las nubes. Así era el ser humano en general, buscaba siempre la manera de ser superior a los demás y los edificios parecían una competencia vívida de cuál era más grande y alto o cual tenía más lujos en su lobby.

Su casa era una de las pocas que quedaban intactas en la manzana, junto a unas cinco más, y otras que comenzaron a ceder a la nueva era y les hicieron segundo piso y un garaje más amplio.

—Vamos a ir al parque, cariño. Te he dicho que hoy me la pasaré contigo.

Nala había pasado la noche entera llorando en una casa vacía con su sobrino durmiendo a su lado, mientras intentaba contemplar una opción viable para conseguir el dinero que debía de pagarle al banco.

Incluso, a mitad de la noche, comenzó a llamar al número que tenía de su hermana mayor pero Dara nunca respondió, lo cual era normal. Ya habían pasado años desde la última vez que ella marcó el número de teléfono de su hermana. Después de hacerlo constantemente, día por día, después del primer año perdió el interés en que su hermana regresara.

Peter había salido asmático, y eso su hermana ni siquiera lo sabía, porque lo dejó muy pequeño en sus brazos y después decidió largarse sin decirle hacia dónde.

Dara siempre se había sentido superior a los demás, creyendo que se merecía una vida que sus padres no le habían dado.

¿Acaso no todos merecían tener un mejor futuro?

Eso era algo que su hermana jamás se había detenido a pensar.

Egoísta por todos los poros de su piel.

Nala subió los ojos girándolos de forma extravagante.

Las idioteces que debía de soportar.

La puerta de la casa de al lado se abrió de repente y salió la señora Lorena Show, la cual era quién cuidaba de Peter cuando ella debía de ir a trabajar, cosa que normalmente se llevaba a su sobrino con ella a menos que tuviera muy congestionada con papeleo y cuidados de infantes, pues en la ONG le aceptaron su presencia. Nala estaba involucrada de lleno con niños huérfanos que no tenían quien velara por su bienestar. Ella desde los 18 había estado en ese lugar, y antes de eso, era voluntaria en hogares de acogida.

–Buenos días, señora Lorena. — Saludó efusivamente con la mano y Peter hizo lo mismo.

—¡Hola, Lore! —gritó su sobrino.

—¡Hola, Peter! ¡qué bueno que estás bien hoy! — gritó la mujer con el mismo ánimo. —¿no has tenido ningún ataque últimamente?

—Estoy mejorando, mamá siempre me tiene la bombita de inhalar cerca. Además, la calefacción no se ha dañado esta semana.

Nala sonrió, era una novedad tal y como su sobrino lo dejaba entrever.

—Despídete de Lorena, Peter. Ya nos vamos al parque.

—Nala, ¿estás bien? —le preguntó entonces Lorena y Nala quiso desaparecerse allí mismo, que la tragara la tierra y no volviera a aparecer durante quince días.

Si algo tenía Lorena, aparte de que era una excelente persona, una buena vecina y casi podría decirse que una madre para ella — pues en ciertas ocasiones la aconsejaba como si fuera su propia hija— si algo podía molestarle de Lorena, era que como todo ser humano podía fallar, Lorena decía las cosas sin pensar delante de todo el mundo, tal como en ese momento que gritó a los cuatro vientos lo siguiente:

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora