Capitulo Cuarenta y uno: Una amiga para contar

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—Perdona que tomara el atrevimiento de llamarla.

—No tienes que disculparte. Siempre puedes contar conmigo. —Le dijo ella abrazándola y haciéndola pasar hasta dentro de su casa. —Bienvenida a mi hogar, aquí puedes sentirte a gusto. Olvídate de mi esposo. Ya hemos dejado claro mi punto con relación a ti.

—Muchas gracias. —Su ánimo estaba por los suelos. —Lo único que quiero es darme una ducha y descansar un par de horas.

—Claro, lo entiendo, es lo mejor. Si quieres, déjame mandar a hacerte un té para que te relajes más. —Le ofreció ella, con voz tranquila. —Julia es una experta en el área de té relajante.

—No sabía que esa fuera un área de especialización. —Se burló ella sonriendo.—Perdóname, no he traído nada de ropa, no he tomado mi bulto, tan solo he cogido el celular y esperando a que tu chófer me recogiera. No quise acercarme a la casa. Ni siquiera he podido despedirme de Peter. — aquello era lo que más le rompía el corazón. Grenor la expulsó de su casa sin miramientos.

Lo único que quería en aquel momento, media hora atrás, era salir del lugar, irse todo lo lejos posible de él y de ella. Esas personas que aparentemente se pertenecían el uno al otro. Ellos se correspondían, porque ambos eran igual de egoístas y malditos. Ellos se habían confabulado para lastimarla. Ella no tenía complejo de Edipo, ni tampoco de Narciso. Tampoco tenía una obsesión compulsiva pensando que la estaban persiguiendo y todos le querían hacer mal, pero la realidad era que tarde o temprano las personas terminan alejándose de ella, terminaban lastimándola. Y lamentablemente, sin ella merecerlo.

—No te preocupes por mi hijo, tarde o temprano va a entender que tu hermana es una perra maldita que merece estar tras las rejas. —La madre de Grenor no dudó ni un segundo y lo dijo como si en verdad lo sintiera. —Perdóname que utilice esas palabras para referirme a tu propia sangre, pero en verdad esa mujer no merece tu perdón.

—No te disculpes, soy la menos indicada para que lo hagas. La verdad es que si es una perra. — admitió. — ¿Cómo te sientes del pecho?

—Estoy bien, en verdad, no he tenido tiempo de hacer nada en la casa.

Nala se preguntó si en algún momento ella hacía algo en la casa, se notaba desde lejos que la mansión estaba siendo bien cuidada por un personal bastante activo que mantenía los jardines podados y arreglado, las flores en un estado perfectos, brillantes, naturales y más que nada, con mucha salud. La casa estaba decorada entre colores de tierra: marrón, beige y un poquito de blanco. Por lo que pudo notar desde que entró, los aromas a sándalo inundaron el espacio y ella se sintió tranquila sin siquiera proponérselo.

—En verdad, no quiero ser un incordio para ti. —Agachando la cabeza, se lamentó por ser una indigente. Eso realmente era lo que ella estaba siendo en Grecia, una persona sin hogar, alguien que debía de contar con otros para poder tener un techo sobre su cabeza.

Quería irse a Chicago de inmediato, pero no iba a dejar a su hijo, no hasta saber que iba a estar cuidado y protegido, y ella sabía bastante bien de primera plana que su hermana no tenía madera de ser madre, ni mucho menos de proteger a su propio hijo.

—Cariño. —dijo ella, agarrando su barbilla y obligándola a mirarla. —Te quedaste conmigo cuando mi esposo te ofendió, cuando te amenazó e intentó que te fueras lejos de tu hijo. Te quedaste conmigo cuidándome cuando ninguno de mi familia merece tu protección y tu atención. Puedes pedirme lo que tú quieras porque yo siempre voy a estar para ti.

Nala sintió como sus ojos derramaban lágrimas de inmediato. Aquellas palabras le habían llegado al corazón. Ella estaba pasando por el peor momento de su vida. Se había enamorado de Grenor, no había otra forma de decirlo, debía reconocérselo a sí misma. Ese era el primer paso, lo mismo que su amiga le había repetido un millón de veces desde que salió de Chicago. Ella se había enamorado del padre de su hijo. Algo retorcido, pues sabía que él y su hermana habían estado juntos, quizás pudo ser algo sin compromiso, pero a la larga habían estado juntos, habían tenido sexo y ella seguía siendo una virgen puritana que le tenía miedo a entregarse. Que tenía miedo a confiar. Y para colmo de males, Grenor no la ayudaba en nada para cambiar ese pensamiento.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora