Capitulo treinta y siete - Una verdad oculta

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Él llegó tarde esa noche. Sanda lo estaba esperando en el pórtico con una taza de té caliente. La mujer sonrió y lo abrazó al verlo llegar, aunque arrugó la cara al olerlo y se separó de él al instante.

—¡Dios! ¡Eres más alcohol que hombre!

—Si, he tomado. ¿Cuál es el problema? — le preguntó él subiendo los hombros con indiferencia. —Soy un adulto, nana. Puedo hacer lo que...

—No estás haciendo lo que quieres, estás haciendo todo por miedo. El miedo es quien te controla.

—No digas tonterías. Yo no tengo miedo. — él se había tomado casi una botella completa de Macallan. No se atrevió a llamar a Michael ni Linke porque sabía que ambos lo juzgarían. Él no estaba en el mejor momento de su vida.

Sentía que estaba perdiendo el control de todo y eso era terrible en su mundo. Para él, lo más importante era manejar todo a su alrededor, odiaba las sorpresas casi tanto como odiaba a las mujeres aprovechadas.

—Tienes miedo de perder a esa mujer. Lo sabes. Y mientras más rápido lo reconozcas, mucho mejor se darán las cosas entre ustedes. Esa niña no tiene mala voluntad hacia ti, pero te estás ganando con tus actitudes y tu forma de tratar la que te tenga tanto odio que al final ambos se ahogarán en él.

—Me voy a dormir, no estoy para escuchar tu perorata a estas horas de la noche. Mañana tengo trabajo y más reuniones de las que puedo soportar. — dijo él mientras comenzaba a caminar directo a las escaleras. —No te fíes de las personas que les gusta vestirse de oveja, esas son las que más rápido pueden convertirse en lobo feroz.

Grenor subió a su habitación y se duchó, prefirió no cenar antes que volver a escuchar a su nana contarle él porque él no debía de odiar a Nala. Las razones que ella pudiera darle no le servían de nada, las personas no eran lo que decían, sino lo que hacían y él había visto en primera plana como ella había dejado que Michael la acariciarse, aún estando su esposa en el mismo lugar que ellos dos.

Los celos que había sentido en esa fiesta aquella noche no los había sentido con ninguna mujer jamás.

Y se prometió que no podía volver a suceder, él no podía perder el control así. A duras penas había controlado la información de que Nala estaba involucrada sentimentalmente con él, amonestando por completo al periodista que había sacado la portada de ellos y exigiéndole a la empresa que retiraran la publicación de inmediato. Por suerte, el periódico digital lo habían visto un poco más de miles de personas y aunque recibió varias llamadas a su celular sobre un supuesto compromiso, él las desechó todas y no respondió a nadie.

Al otro día se levantó y salió temprano a la oficina. Prefería no verle la cara ni a Nala ni a su amiga, más tarde llamaría a su hijo y se disculparía por no desayunar con él.

Grenor se prometió que debía sacar el tiempo para pasar un momento a solas con su hijo, ya fuese llevándolo a un parque de diversiones o simplemente, haciendo castillos de arena en la playa. El recordaba esos días en los que él salía a jugar con su Nana, pues su padre siempre estaba trabajando e intentando labrarse un mejor futuro. Él lo agradecía bastante, sus padres se habían sacrificado mucho para darle esa calidad de vida que poseía, Pero también sabía el dolor que se sentía el tener padres ausentes.

Más tarde, ese día, su secretaria, Herna, le avisó de que él tenía una visita fuera de agenda, le pidió que le dejase pasar pues tenía diez minutos libres antes de salir a comer algo con su madre.

—Hola, Grenor. — dijo Ghita al entrar en su oficina.

Estaba vestida con un pantalón fino de tela y una camisa de encaje blanco. Su cabello oscuro estaba suelto y lucía preocupada.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora