Capitulo cuarenta: Una tragedia de silencio

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Nala sintió que su hermana traía tres cabezas saliendo del carro mientras caminaba, que era un espejismo, algo producido por su imaginación. Pero parecía muy real, muy viva. Dara se acercaba a ellos contoneando las caderas y moviéndose hacia Grenor. Ella no podía creerse que su hermana estuviera viva. No después de cinco años sin verla. Nala se colgó el bolso y se acercó a trompicones y se colocó al lado de Grenor.

—Dime qué está viendo, lo mismo que yo. —le pidió.

Él se quedó en silencio, no pronunció una palabra. En cambio, ella estaba que se moría de los nervios. Comenzó a comerse las uñas, pero luego dijo que aquel era un comportamiento de niña ansiosa. No iba a demostrarle que la ponía nerviosa con su sola presencia. Ella ya no era una niña desaliñada y tímida. Era una mujer adulta, debía comportarse como tal. Aunque por dentro estuviese muriéndose.

—No puede ser. —susurró. —Es ella.

Ella estaba igual que antes, pero al mismo tiempo, tan cambiada. Sus ojos estaban mirándolos como si fuesen personas insignificantes. Nala quiso hablar, quiso decirle que se fuera, quiso preguntarle porque se había ido y dejado a Peter, sin embargo, nada salió. Como siempre le sucedía cuando estaba bajo mucho estrés.

—¿Qué haces aquí? — preguntó ella.

—Creo que las preguntas debo hacerlas yo. — Grenor habló con voz grave. —¿Qué quieres?

—Vengo porque es tiempo de estar con mi familia. — respondió ella. —¿No es eso obvio? Ella no se va a quedar con lo que es mío.

Esa voz. La voz de su hermana, esa que había escuchado durante toda su vida.

Su hermana llevaba un vestido corto de flores y un sombrero negro de ala ancha y ligera. Se parecía a la misma que una vez había llegado a casa con lágrimas en los ojos porque había descubierto que Jason Miller le había robado un beso a su mejor amiga y no a ella. No obstante, también parecía la misma que había llegado a su casa un día y dejado a Peter en brazos.

Ambas eran versiones en extremo de la compleja personalidad de su hermana mayor.

Su hermana volvió a colocarse el sombrero y se abanicó con la mano libre.

—Nala, ¿Qué haces tan lejos de casa, niña? — Dara la miró con una sonrisa ladina e ignoró la mirada asesina que Grenor le lanzaba. —¿Dónde está mi hijo? — preguntó ella como si tal cosa. —Seguro que esta enorme.

—¿Tu hijo? —¿Ella estaba diciendo que Peter era su hijo? ¿Después de haberlo abandonado a la buena voluntad de Dios? —Eres una jodida perra desgraciada. — farfulló Nala dando dos pasos hacia ella. Dara levantó la barbilla y enarcó una de sus cejas. —¿Cómo puedes siquiera preguntar por él? ¿Acaso le sabes el nombre? ¡No! No tienes la mínima idea.

—Tengo tantos deseos de verlo. Es mi hijo.

—Ya esta bueno. — Grenor agarró a Nala del brazo y la detuvo. —¿Qué es lo que quieres Dara? ¿Qué vienes a buscar después de tantos años? Dilo rápido para que puedas largarte.

—Ya lo he dicho, tesoro. — ella sonrió, sus ojos desprovisto de afecto, más bien poseían ese brillo familiar que Nala tan bien recordaba. Ella estaba planificando algo.

Algo muy malo.

—Vete de aquí. — Susurró Nala. —Vete. —repitió, esta vez con más fuerza.

—Grenor es el dueño de la casa. Tu solo estas arrimada aquí como un parásito. — Dara pasó por su lado y se acercó a Grenor. —¿No vas a saludarme? —Ella se colgó a su cuello y Nala, con rabia, miró como su hermana besaba a Grenor en la comisura de la boca. —Me has hecho tanta falta.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora