Capitulo ocho: Unas lagrimas

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Nala se quedó petrificada mientras sintió los brazos del desconocido apuesto que había ocupado sus sueños ese día. Se sintió como una colegiala y no como una mujer de veinticinco años.

—Tu... —dijo ella mientras su cerebro hacía cortocircuito y buscaba todas las formas de concretar una oración con sentido.

—Qué casualidad.. —dijo él y ella pudo jurar que el hombre le sonrió.

El corazón de Nala comenzó a palpitar tan deprisa, pasando de un frío congelador a fuego ardiente que amenazó con consumirla y volverla una papilla.

Nala se alejó del hombre como si este tuviera la peste, o más bien como si su piel fuera a quemarse en cualquier momento bajo el tacto de Grenor.

Nala recogió la bandeja de metal que había hecho escándalo al caer pero ella sólo tuvo ojos y sentidos para el hombre de traje que evitó que cayera de espalda al suelo en frente de todos los invitados que estaban allí presentes para ese compromiso de uno de los hombres más ricos de Chicago.

Ella no era una tonta, sabía muy bien que estaba rodeada de personalidades de la más alta sociedad. Pero jamás creyó que se encontraría con el apuesto desconocido que la había defendido de un asaltador el día anterior.

Ella por lo regular estaba acostumbrada a pelear sus propias batallas. Desde muy pequeña se dijo a sí misma que debía de aprender a ser autosuficiente e independiente, pues no contaba con una figura masculina en su vida ni mucho menos con una hermana mayor que la protegiera de las desgracias de la vida. De pequeña sufrió de bullying en la escuela por ser diferente, por ser introvertida, por hablar sola y leer libros de espionaje. De adolescente, fue mucho peor sobrevivir; no le gustaban las mismas cosas que las demás chicas, no era aficionada a la ropa corta y demostrativa ni mucho menos a pintarse el cabello de colores extravagantes.

O peor aún, a escribirle cartas a hombres que nunca se interesarían en ella.

Nala tenía los pies sobre la tierra, su abuela le enseñó que su hermana había sacado la parte de la belleza y ella la inteligencia. Así que se acostumbró a estar bajo la sombra de Dara durante la mayor parte de su vida, y ahora con veinticinco años, sentía que estaría así por el resto de sus días sobre la faz de la tierra.

—Permíteme ayudarte —el hombre se acercó a ella y con su mano suave, delicada y a la vez fuerte y enorme, retiró un trozo de canapé de su cola de caballo.

—¡Ay! ¡Qué vergüenza! Exclamó poniéndose colorada de repente. —Lo siento. —murmuró, no podía aguantar más la vergüenza, se retiró sin mirar atrás y escondió su escuálido cuerpo en la cocina.

Escondida por más de veinte minutos, olvidando por completo la razón de por qué estaba en el lugar, cerró los ojos y soltó el aire sonoramente.

—¿Te encuentras bien? —una mujer estaba frente a ella y la observaba con curiosidad.

—Si, solo... —Nala miró a todas partes para evitar volver a ponerse en ridículo. — He dejado caer una bandeja.

—¿Y? —preguntó la mujer sin entender.

—Es la primera vez que vengo a un lugar así. Yo... No suelo usar zapatos de tacón...

—Nicola te busca, dice que estás perdiendo el tiempo. —Nala se espantó al escuchar el nombre de la mujer redonda y de ojos pequeños que le recibió nada más llegar al evento.

—No puede ser... —Farfulló nerviosa retorciéndose las manos y luego acomodándose la coleta.

—No le gusta que la hagan esperar. —Dijo la mujer y se fue con una bandeja llena de copas de champagne que Nala ni se había percatado que tenía levantada.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora