Capítulo 4: Un vestido

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El hombre sonrió y miró a su sobrino fijamente que se escondió detrás de las piernas delgadas de Nala. Ella levantó las cejas y se preguntó en silencio qué demonios le miraba su sobrino.

—¿Tiene usted hijos? —le preguntó entonces para sacar un poco de conversación mientras pasaba el peso de su cuerpo de un pie a otro, aguardando pues el hombre estaba más que callado. —Si quiere le invito el café y así lo compenso por esa mano que le amanecerá hinchada mañana.

Él sonrió y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Un café estaría bien, gracias por ofrecerlo. Acabo de llegar de bastante lejos y aún no he tomado una buena taza de café. —él volvió a sonreírle y Nala por un momento se quedó sin respiración, su corazón dejó de latir, sus ojos se dilataron, su boca se resecó y pasó suavemente la lengua por sus labios intentando que ésta no se partiera en pedazos y cayera al piso delante del hombre.

—Sí, creo que hay un café cerca de aquí. — ella volteó y miró a la redonda —sí, justo allí.

A tan sólo tres locales había un local que vendían excelentes cafés de máquina, así que Nala agarró a su sobrino y comenzó a caminar lentamente sin mirar hacia atrás, esperando que el hombre la estuviera siguiendo. Miró sobre su hombro sutilmente y se dio cuenta que, efectivamente, el hombre la seguía.

Agradeció a los cielos el no pasar la vergüenza de invitar a un hombre extraño a un café y que éste se negara en rotundo.

Llegaron al local después de dar unos veinte pasos y consiguieron una mesa apartada de los demás clientes, de inmediato Peter se sentó a su lado y ella le pidió una chocolicious cookies, una maravillosa galleta con chispas de chocolate, esa que a su sobrino le encantaba desde hacía años. La camarera se la trajo de inmediato y Peter se entretuvo comiéndola.

—Su hijo es hermoso. —le dijo. Ella sonrió, se sonrojó de pies a cabeza.

No iba a contarle la historia, no le diría que no era su hijo, porque ella lo sentía como suyo aunque fuese de su hermana.

—Gracias.. —murmuró sin saber qué más responder. Peter miró al hombre enarcando una ceja y le inquirió:

—¿Quién eres tú?

—Estoy ayudando a tu madre con su ofrecimiento de una taza de café. —en ese momento llegó una camarera y le pidieron dos café: 1 sin azúcar para el desconocido y otro largo, con leche aparte y 4 cucharadas de azúcar. El hombre levantó las cejas sorprendido por la cantidad de azúcar y ella se sonrojó aún más.

—¿Tiene usted hijos?— preguntó nuevamente, pues él no le había respondido.

—Sí, la verdad es que tengo uno tiene 5 años.

—¡Yo también! — Chilló Peter haciendo que ambos se rieran.

—Vaya, ¡qué coincidencia! Peter también tiene 5 años.

—¿Peter? ¿así se llama?

—Peter prescok.

—Vaya, un nombre hermoso. —dijo el hombre y Nala se quedó callada sin saber que decir.

—Gracias. — respondió por segunda vez. ¿Era que acaso no iba a parar de disculparse?

Sintió una breve pausa que le impactó, pero aún así, los ojos azules del hombre sonrieron, y no dejaron de ver a su hijo. Ella, por su parte, se entretuvo cuando los cafés llegaron.

—Aún no sé tu nombre. —le dijo después de tomarse unos sorbos de su café. — lo mínimo que puedo es saber cómo te llamas. —se atrevió ella a decir al ver que él no respondía y sólo observaba a su hijo.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora