Capitulo Treinta y seis- Una persecusión mental

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Llegaron hasta el aeropuerto, ella no había comprado los boletos que había. Ella estaba segura de que podía conseguirlos rápido. Necesitaba hacerlo todo lo más pronto posible, pues no sabía que Frank a esas alturas ya le había avisado a Grenor y este ya estaba de camino.

—Cariño, todavía estás a tiempo de arrepentirte. —Le dijo a su amiga deteniéndola justo cuando se bajaron del vehículo.

Ella sacó a Peter del carro con los bultos colocados en su hombro, se dirigieron a la entrada del aeropuerto.

Frank observaba a la distancia sin aun meterse al vehículo.

—Estoy segura de que esto es lo mejor para mí y para mí hijo.

—Esto no lo estás haciendo por Peter.

—No comiences con eso otra vez, sabes muy bien que estoy haciendo lo que es mejor para mi hijo. — Le molestaba la actitud que estaba teniendo su amiga, ella mejor que nadie debía de saber cuando ya se había sacrificado para que su hijo fuera feliz. No iba a empezar a arruinarlo ahora.

—Nala. —Le llamó ella cruzándose de brazos. —Escúchame un momento, sé que no lo estás pasando bien con él en esa casa, sé muy bien qué piensas que estás haciendo lo que entiendes que es mejor para tu hijo, pero esta no es la manera. —Ghita volvió a hablarle y Nala pasó el peso de un pie a otro mientras observaba a Frank aun en la puerta del carro. —Por favor, escúchame, atiéndeme. Mírame a los ojos, sabes que yo jamás te lastimaría.

—No se trata de si tú me lastimas o no.

— Entonces, ¿De qué se trata? Me dijiste que viniera aquí a Grecia, me hiciste cruzar al otro lado del continente...

—¡Si tanto te molesta haber venido, vamos a tomar el maldito avión y nos vamos de inmediato a casa! —Nala habló alto y comenzó a caminar. — No puedo quedarme, no puedo dejar que él me quite a Peter para siempre.

—No es tuyo...

—¡Cállate! —Nala miró a su hijo y luego a su amiga, al parecer Ghita estaba siendo una incomprensible y egoísta, igual que los demás a su alrededor. ¿Por qué nadie veía las cosas como ella?

—Lo siento, yo...

—Nada. Viniste aquí porque quisiste. No viniste a ayudarme. Viniste a intentar convencerme de que lo dejara. — ella dijo las palabras en un poco más que murmullos para que su hijo no las escuchara.

—Estoy intentando ayudarte, te lo juro, quiero lo mejor para ti.

—Deja de ayudarme porque con tus palabras lo único que haces es lastimarme y hacerme pensar en todos los años que llevamos siendo amigas.

—¿Qué quieres decir con eso? No he hecho más que apoyarte todos estos años.

—No lo estás haciendo cuando más lo necesito.

Nala se detuvo justo frente a la ventanilla para comprar el boleto de viaje. Pensó en el padre de su hijo, iba a estar devastado cuando se enterara de que ella se lo había llevado. Más aún, se enfrentaría a problemas aún mayores, pues si él, como su padre le había dejado bastante claro en el hospital, sí él pretendía buscar un abogado y alejar a Peter de ella, iba a conseguirlo. Ella le estaba dando la oportunidad de que él ganase cualquier caso que iniciara contra ella por la custodia de Peter.

Miró a su hijo con lágrimas en los ojos. Lamentablemente su corazón era demasiado sensible y sus emociones siempre estaban a flor de piel. Pensó en la cantidad de veces que su hijo había llorado por las noches pensando en las posibilidades en que un padre llegara misteriosamente en una caja de regalo en Navidad y así él pudiera estar completo, igual que los otros niños del vecindario. Pensó en las cantidades de veces industriales que ella había pensado que su hermana regresaba a su vida e intentaba recuperar el tiempo perdido con su hijo. También rememoró las innumerables ocasiones en las que ella soñaba con enamorarse de un hombre, casarse y brindarle a su hijo la estabilidad familiar que él tanto merecía.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora