Nala llegó esa noche a Grecia, su cuerpo le dolía demasiadas horas de vuelo. Jamás había viajado tanto, es más ni siquiera había salido del país a vacacionar. Como a muy temprana edad quedó huérfana y tuvo un padre ausente que ni siquiera conoció, Nala no tuvo la oportunidad de poder conocer el mundo como muchos jóvenes. No obstante, cuando tuvo la capacidad monetaria para hacerlo, en viajes universitarios con amigos de la carrera, su hermana desapareció dejándola sola con Peter.
No, definitivamente vacacionar no entraba en sus planes.
Llegaron directo del aeropuerto a una casa en la playa, una mansión de dos niveles de color blanco. La estructura se alzaba delante de ellos mientras el carro era estacionado en la entrada. Desde lejos la casa no se veía tan enorme, pero Nala, al estar enfrente, sintió que la suya en Chicago era minúscula comparada con esa.
Incluso ella misma se sintió minúscula.
—No sabía que vivías en la playa. —murmuró ella.
El viaje para Nala había sido de lo más incómodo. Grenor se había pasado toda la tarde en silencio. Sin decir ni media palabra, tan solo trabajando en su computador.
Nala descubrió que el avión en el que habían viajado, era un Jet privado. Cosa que le sorprendió enormemente pues no tenía idea de la cantidad de dinero que Grenor poseía.
Ella se preguntó minuto a minuto si había hecho o dicho algo para que él cambiara por completo con ella. Su actitud era arisca, a la defensiva.
No. No tenía una actitud así, se corrigió. El hombre tan solo la ignoraba. Como si ella no existiera. La indiferencia es peor.
Sin embargo, se dio cuenta que en realidad el hombre era bastante callado, de pocas palabras, la única vez que lo había visto sonreír era cuando había tomado la mano de su hijo.
En ese momento sintió que podía sonreír. Sus ojos azules siempre estaban intensos, como si esperase un ataque de cualquier persona.
Ella no sabía nada sobre él y estaba casi segura de que no le sería fácil averiguar sobre su vida personal.
Un mes, tan solo un mes y se regresaría a Chicago.
—Lamentablemente nadie puede saber de tu existencia ni de la de Peter. — comentó Grenor dejándola estupefacta.
—¿Cómo así? ¿Nadie sabe qué buscas niñera? —preguntó ella al entender sus palabras. —¿No me dijiste que tu hijo tiene cinco años?
—Los tiene.
—¿Entonces quién lo cuidaba antes?
¿por qué los padres de Grenor no podían saber que ella estaría en la casa? ¿Acaso no querían que él contratara una niñera?
Quizás por eso él le había ofrecido el trabajo, porque necesitaba alguien de confianza.
Ella era de confianza.
—No es tu problema. Ocúpate de tus asuntos. — Nala sintió como si el aire le faltase de repente.
Su corazón comenzó a latir acelerado mientras veía como Grenor salía del vehículo y tomaba la mano de Peter para que este bajara.
Ese hombre que le acababa de hablar así, no podía ser el mismo que se había preocupado por verla llorar.
Ella se bajó del carro y el chófer le ayudó a entrar a sus maletas a la mansión, de inmediato una señora de pelo blanco se acercó a ellos y los recibió. Grenor abrazo a la mujer y le sonrió tal y como le había sonreído a su hijo. Entonces Nala comprendió que las sonrisas no estaban destinadas para ella, ese hombre jamás la miraría con los ojos brillantes y con ese cariño que demostró en ese abrazo.
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Una noche en Grecia (EN EDICION)
RomanceDisfrutando de su vida de soltero, Grenor Constantine se quedó mudo la enterarse que tenía un hijo. Una aventura con su secretaria de aquel entonces Greysi Martinez, una Dominicana efusiva, ardiente y de cuerpo escultural, dio como resultado ese pe...