Capítulo 31. Una botella de Wishkey

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Una semana después

Era una tortura verla, él sabía que su madre lo había hecho a propósito, con toda la intención para angustiarlo, para que, según ella, el notase que la mujer era hermosa por dentro y por fuera. Pero Greg estaba más concentrado en poder localizar a la madre de su hijo. Tenía todo un equipo de detectives buscándola por todas partes, tarde o temprano daría con ella. Había algunas facturas de pagos en hoteles en Canadá, un pago de alquiler de un solo mes en Costa Rica, Un día de Spa en Noruega, la mujer se estaba dando la gran vida de hoteles de lujo.

Ella se daba la gran vida mientras su hermana estaba sumida en la miseria intentando pagar la hipoteca de un préstamo que tomó la misma Dara.

Greg comenzaba a atar todos los hilos de aquella fatídica historia, una en la que lamentablemente él había tenido la desgracia de estar involucrado. No podía arrepentirse de que su hijo estuviera allí con él viviendo en su casa, pero lo que sí podía arrepentirse era de cómo habían sucedido las cosas. De haber sabido que Dara estaba embarazada cuando se fue de Grecia, era muy probable, si él era honesto consigo mismo, que en aquel entonces le hubiese incluso propuesto casarse para darle a su hijo un hogar.

Pero las sucesos de la vida jugaban de manera misteriosa, a su existencia había llegado una mujer completamente diferente a las que había conocido, y aunque él no se fiaba por completo de sus intenciones, de sus supuestos intereses altruistas, debía de admitir que Nala no estaba intentando aprovecharse de él, ni de su madre.

—Te juro que se ha puesto de todos los colores cuando la he llevado a la boutique.

—¿Por qué me cuentas esto, mamá?

—Para que comiences a entender que esta pobre chica no es el ser desgraciado que tú crees que es. —le dijo ella tomándose una taza de café a la mañana siguiente de haber ido de compras con Nala.

—Pudo haber estado fingiendo.

—Me siento decepcionada. —le dijo ella sonriendo. — Te creí más inteligente.

—Buen chiste mamá. —murmuró él terminando de desayunar y colocando los platos hacia delante para que se los retiraran.

Normalmente su madre y él salían afuera para desayunar, y más ahora que en su casa vivía una mujer en la que él no confiaba por completo.

Su teléfono sonó y él desechó de la llamada, era Anastasia nuevamente, en esa semana que había transcurrido desde que ocurrió el incidente en el restaurante, Anastasia le había llamado en incontables ocasiones todos los días, y él hacía lo mismo, tumbar la llamada.

Un movimiento capturó su atención, el destello de unos rizos de oro le hizo mirar a su derecha.

Nala estaba regando las flores del jardín, su cabello atado en dos coletas le hacían ver más joven de lo que en verdad era, sus ojos estaban iluminados y parecía estar hablándole a las plantas.

Estaba vestida con un overol de color verde oscuro y una blusa blanca corta que se notaba por debajo de los tirantes del overol. Se notaba fresca, coqueta, atractiva como jamás en las semanas que ya llevaba viviendo en su casa la había notado. Su miembro se endureció en el instante en que Nala se agachó y levantó el trasero.

—Control. —se dijo a sí mismo, molesto por caer en la tentación con tan solo mirar a la princesa con rizos de oro.

Necesitaba salir, necesitaba alejarse de ella, dejar de prestarle atención a esos detalles que antes le pasaban inadvertidos. Sacó su móvil y le escribió a uno de sus amigos para verse esa noche en uno de los clubs más visitados de toda Grecia. Él era muy dado a frecuentar dichos lugares cuando se sentía que necesitaba compañía femenina, y aunque para Grenor era bastante fácil conseguir a una mujer que quisiese tener sexo con él, le gustaba ir de cacería, seleccionar el mismo la presa, quizás invitarle unos tragos, un par de miradas y toques, y al final de la noche tendría a la que el deseara.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora