CAP 17. ¿HORACIO?

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Al día siguiente el alumno Horacio Pérez no dio su aparición.

Tampoco apareció dos días después.

Y al tercer día se hizo lo repetido dos días atrás.

Simplemente no apareció.

Era algo que tenía ganas de que sucediera, que desapareciera rápidamente de mi vida, no quería verle más, que simplemente la tierra le tragase y escupidera en otro lado. Lo había conseguido, nadie sabía nada del alumno, incluso Greco, que por lo que veía parecían ser grandes amigos. Nadie sabía nada del bueno de Horacio.

Una parte de mi estaba preocupada. Una pequeña.

¿Por qué desaparece justo después de salvarme la vida?

Era un pregunta que en estos tres días rondaba junto otra.

¿Se habrá ido por que asegure cruelmente que no confiaba nada en él?

—Deberíamos de ir a su vivienda —reitero por duodécima vez.

Puse los ojos en blanco —. Si quiere ir, ve. Pero no me incluya en su plan, no me interesa saber por qué no ha asistido a su puesto de trabajo. Es problema suyo.

Su ceño se frunció cerrando con fuerza la taquilla en la que me encontraba rebuscando —.  ¡Olvídate de eso! —exclamo indignado —. ¿Te imaginas que le ha pasado algo volviendo a su cochambroso barrio? ¡Oh no! Solo es un alumno, aún no tiene las capacidades de defenderse correctamente.

Si el supiera que solo nos miente.

—Estoy seguro que se apañará si pasa eso.

—De ser así vendría, ¿No cree?

—Está exagerado —afirme girandome caminando hacia la puerta de los vestuarios.

Greco desde el segundo día había estado conspirativo asegurando que algo le había ocurrido. Yo creía que tan solo se había rendido.

—Iré a la casa del alumno —dijo, me detuve girandome —. Y usted vendrá —aseguro.

Sonreí —. No iré.

—Si. Irá.

—No iré.

No iré. No iré. ¡No iré, decía!

—Creo que es aquí —murmuro Greco mirando por la ventanilla del piloto —. Si es aquí —afirmo para el mismo. Me crucé de brazos.

—No quería asistir a su estúpida idea de visitarle.

—Usted se ofreció.

—Rodriguez me trajo a tirones. Le voy a bajar el tango, ¿Usted cree que puede tratar así a un...?

Abrió la puerta del piloto bajando —. Dese prisa comisario.

Le vi rodear el coche caminando a la destartalada casa, con un suspiro baje del vehículo y camine junto él.

—Hablaré con el superintendente por su comportamiento inapropiado para su rango.

Greco a oídos sordos ante mis amenazas comenzó a golpear con los nudillos la puerta.

—¿Horacio?

Cinco minutos. Nada.

Diez minutos. Nada.

Quince minutos. Nada.

Eso pasaba en esos quince minutos, pasaba nada. Solo el silencio e insistencia de Greco por ser abierto por el chico desaparecido.

—Vamonos. Ya hizo el ridículo suficiente.

El comisario Rodríguez camino hasta la ventana a un par de metros —. No hay muebles. No hay nada.

Fruncí el ceño caminando hasta él. Efectivamente, la destartalada casa estaba completamente vacía.

—Se habrá ido. Fin. Vayámonos.

Aún que sonaba desinteresado y desesperado por irme, la curiosidad y una, leve, casi minúscula, preocupación me azotó de lleno.

Pecado delicioso. Volkacio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora